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Los dos protagonistas de 'Rapa' hacia el final de la temporada.
En El largo adiós, Philip Marlowe ayuda a escapar a Tijuana a Terry Lennox -un exsoldado casado con la hija del millonario Harlan Potter- después de que su mujer haya aparecido con el cráneo convertido en pulpa roja a los pies de la cama de matrimonio. Días más tarde, un editor le encargará al detective privado que vigile a Roger Wade, escritor de best-sellers cuya inspiración anda disuelta en bourbon mientras se dedica a practicar el lanzamiento de peso con su esposa en lugar de terminar su último libro.
En Un ciego con una pistola los agentes ‘Coffin’ Ed Johnson y ‘Grave Digger’ Jones se mueven por el Harlem de 1960, un barrio encendido por el calor veraniego y por los disturbios raciales al que le basta con medio insulto para arder como una pila de viejos neumáticos. En mitad de un ambiente hostil y sobrecargado, los policías se topan con un tipo blanco degollado y semidesnudo en un rincón del barrio al que solo podía haber acudido a buscar sexo con otro individuo de una tonalidad epidérmica menos tenue. Uno de los culpables de su desnudez, quien sabe si de su asesinato, es un hombre negro al que se ve huir de las inmediaciones enfundado en los pantalones del muerto.
No es de extrañar que Pepe Coira y Fran Araújo, creadores de ‘Rapa, hayan recurrido a los clásicos para vigorizar la parte más endeble de la primera tanda de episodios
Por si esto no fuera suficiente, una antigua casa en ruinas habilitada como convento empieza a levantar sospechas cuando alguien coloca en una de sus destartaladas ventanas un cartel que reza: “Se requieren mujeres fértiles, amantes de Dios”. Mientras el anuncio se ofrece al público como una invitación a fabricar vida, en el sótano del caserón duermen los cadáveres de tres mujeres fallecidas recientemente.
Pese a sus notorias diferencias, las portentosas novelas de Raymond Chandler y Chester Himes comparten un punto de partida más narrativo que estructural que consiste en la disposición de dos casos aparentemente independientes que terminan por formar parte de la misma genealogía criminal, por más que la evolución y la resolución de tan a priori dispares asuntos sea radicalmente distinta, incardinada en lo sistémico en el caso de Un ciego con una pistola -en las novelas de Himes, sobre todo en las de la serie Harlem, lo ambiental subsume la intriga– y más apegada a los desencantos afectivos en la magnum opus de Chandler.
Sea como fuere, ese diseño en forma de bifurcación argumental con confluencia final en un carril de sentido único ha sido el elegido por los creadores de Rapa para organizar una segunda temporada que remite de manera explícita a las dos obras referidas, amén de ofrecernos una breve descripción del citado funcionamiento narrativo en el tercer episodio (“el macho ese empieza con una historia, la deja, luego vuelve a arrancar con otra, no tienes ni puta idea de por dónde va, pero engancha”).
No es de extrañar que los creadores de Rapa, Pepe Coira, quien cambió las reglas del juego entre la primera y la segunda temporada de Hierro, y Fran Araújo, que ya reformuló los códigos del género en el guion de La propera pell (Isaki Lacuesta & Isa Campo, 2016), hayan recurrido a los clásicos para vigorizar la parte más endeble de la primera tanda de episodios de la producción de Movistar Plus + que no era otra que la construcción del misterio a resolver. Asumamos aquella entrega inicial como el molde sobre el que se vertía el líquido primordial que había de ir ganando en espesura hasta dar consistencia a sus dos personajes centrales, el profesor enfermo de ELA Tomás Hernández (Javier Cámara) y la sargento de la Guardia Civil, Maite Estévez (Mónica López).
Pese a algunas lagunas, el seguimiento de ‘Rapa’ se torna más adictivo que en la temporada anterior
Ahora, elipsis mediante, nos los encontramos convertidos en una pareja de hecho vaciada de romanticismo, protagonistas de esta versión mixta de una buddy movie que muda en altavoz a propósito de la política de los cuidados. Un Tomás apartado de la docencia y asimétricamente entregado en cuerpo (lo que puede) y alma (toda) a su vocación detectivesca tratará de resolver el homicidio de César Sedes, joven triplemente atropellado veinte años atrás cuyo caso está al borde de la prescripción. Por su parte, Maite deberá averiguar dónde se encuentra Palmira Sineiro, responsable de seguridad del Arsenal Militar de Ferrol, desaparecida en extrañas circunstancias. Después regresaremos a ellos.
A esos dos casos principales habrá que sumar el regreso puntual de Norma (Lucía Veiga) –villana impune de la primera entrega cuya irrupción prepara el terreno para una temporada final recientemente anunciada – y la repetición de un esquema de focalización basado en la multiplicidad de puntos de vista – esto es, no se siguen únicamente las evoluciones de los dos protagonistas- que busca la sucesión de golpes de efecto basados en una artera disposición de la información (verbigracia: el personaje del detective privado interpretado por Pepe Ocio y sus apariciones en los tres primeros episodios para generar expectativas)
Cuando ese patrón multifocal no se emplea para generar impacto se aplica con afán contextualizador, de manera que robustece las descripciones de los entornos familiares y laborales por los que circulan Caldaloba (Federico Pérez Rey), responsable del museo naval, marido de la desaparecida y prototípico ejemplar de masculinidad frágil, o Chamorro (Melania Cruz), secretaria del anterior y madre de familia con un esposo acuciado por la inestabilidad laboral.
Más allá de estos apuntes tangenciales, efectistas (y probablemente innecesarios para la resolución de los casos) cuando buscan el plot twist y cuando transmiten las particularidades del ecosistema ferrolano, el peso del drama recae sobre Tomás y Maite. Pese a algunas lagunas – en 20 años, y aunque el padre de César Sedes y su abogado no han parado de luchar, ¿a nadie se le ocurrió digitalizar las imágenes que podrían condenar al principal culpable del asesinato? – el seguimiento de Rapa se torna más adictivo que en la temporada anterior, amén de que la relación entre ambos y sus motivaciones quedan mucho mejor definidas.
Su convivencia amistosa se nutre de la soledad emocional de una Maite que encuentra en Tomás un cómplice a contrapelo, alguien con quien comparte pasión por el arte de la deducción – la profesión de una, el pasatiempo del otro– y en cuyas necesidades físicas, cada vez más acuciantes y convenientemente reforzadas por un accidente de tráfico, halla una justificación para volcar un afecto que había quedado huérfano de destinatario.
Tomás, blandiendo la coraza del sarcasmo, desoye su realidad de manos artríticas y andares renqueantes entregándose al desciframiento de todo tipo de pesquisas como un Padre Brown (también se cita a Chesterton) que trata de compensar la ausencia del milagro que le salve de su fatal deterioro con una fe inquebrantable en su intuición. Por cierto, también se cita al Boris Vian de Escupiré sobre vuestra tumba cuya descarnada y amoral aproximación al género palpita como un eco amortiguado en el pasado de César Sedes.
Y esa extraña pareja que habla entrecruzando estocadas de severa preocupación (Mónica) y reveses bañados en retranca (Tomás) va tejiendo estrategias para mitigar el lento adiós del profesor: mientras él se ocupa para ignorar una dolencia contumaz, ella se preocupa para procurarle los cuidados que necesita. Uno de esas fibras perentorias que han de mantener tensa la cuerda vital que sostiene a Tomás es Tacho (Darío Loureiro), un joven traficante sin libreta y sin ahorros al que sus apreturas convertirán en improvisado lazarillo a su pesar.
La producción de Movistar Plus + deviene un entretenimiento sólido pese a tomarse algunas licencias dramáticas
Su figura es importante por dos cuestiones. De una parte, supone un rediseño vivaz de la estirpe de los Watson o del vázquezmontalbaniano Biscuter, un ayudante que suple su inexperiencia con astucia y rellena sus faltas educativas con lecturas (la casa atestada de libros de Tomás se nos presenta como clara metáfora de la filiación literaria de Rapa). Pero, además, Tacho se eleva como doble nexo narrativo, primero para conectar el inicio de la serie – la redada en la que es detenido por la patrulla que comanda Maite- con el desenlace de la trama de la desaparición de Palmira Sineiro.
Y en segunda instancia, porque su quehacer principal no es otro que acompañar a Tomás y, por lo tanto, ayudarle en su lucha contrarreloj para averiguar qué le paso a César Sedes dos décadas atrás. Es decir, si en El largo adiós hay un vínculo directo entre la trama A y la trama B, y en Un ciego con una pistola esa asociación la genera el contexto, en la segunda entrega de Rapa encontramos a dos personajes como puntos de unión entre las dos ramificaciones argumentales, Tacho de un lado, y Chamorro del otro, pues hablamos de alguien que trabaja en el Arsenal (y está ligada a lo que allí sucede) y que, a su vez, fue pareja de César Sedes cuando ambos compartían aula en el instituto.
Así pues, Coira y Araujo se valen de estas dos variantes para urdir su relato; la variación Chandler para el caso de Palmira Sineiro (una redada que termina asociada a la desaparición) y la variación Himes para enlazar las dos investigaciones (la idea de un entorno cerrado y un ambiente opresivo que todo lo envuelve -aplicable a lo militar, al submundo del narco y a la precariedad económica- y la presencia de Tacho y Chamorro como hilván entre ambas historias).
La creación de ese entorno irrespirable cobra forma desde que los creadores optaron por desplazar la acción de Cedeira a Ferrol y situar buena parte de ella en el Arsenal militar del municipio. Desde la realización, esta vez a cargo de Rafa Montesinos y Marta Pahissa, se insiste en la grisura sofocante del paisaje (son recurrentes las tomas aéreas que más que como planos de situación sirven como recordatorio de la fisionomía de una ciudad replegada sobre sí misma cuya ubicación geográfica se adapta como un guante a la definición de huis clos) mientras que la arquitectura y el funcionamiento de la instalación militar refuerzan esa idea de endogamia asfixiante, conservada como un tesoro por los responsables de la institución, fervientes admiradores del coronel Nathan R. Jessup, dispuestos a no tolerar ninguna injerencia con tal de preservar intacto el honor castrense. Afortunadamente, en su clausura Rapa aboga por ventilar las dependencias navales y airear una atmósfera atestada de humedades azules oscuras, casi negras.
Así pues, la producción de Movistar Plus + deviene un entretenimiento sólido pese a tomarse algunas licencias dramáticas – Tomás dejando entrar a Norma a su casa; Maite cruzándose con ella en la escalera (¡qué casualidad!); un arma homicida (el coche) abandonado durante dos décadas en un desguace con pruebas en su interior – ilustrado con una realización que oscila entre lo convencional y un énfasis desmedido e innecesario en su tramo final, pero que, en líneas generales, funciona ya no sólo por la evidente complicidad entre Javier Cámara y Mónica López, sino también porque ha sabido releer a los clásicos con gracia y, sobre todo, con respeto.