'Press': Lo importante son las preguntas - Serielizados
'Press'

Lo importante son las preguntas

Mike Bartlett, creador del hit 'Doctora Foster', vuelve a la BBC por la puerta grande con una serie sobre dos diarios londinenses enfrentados en sus concepciones opuestas sobre la idea de periodismo.
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Ben Chaplin es Duncan Allen, editor del Post, en la serie británica 'Press' / Foto: BBC

El Herald siempre persigue la verdad. Sus reporteros, insobornables y tenaces, se esfuerzan todo el día (y gran parte de la noche) en señalar los excesos de los poderosos, arrojar luz sobre las injusticias de la sociedad británica y medir su trabajo por unos estándares inexistentes en sus competidores más directos. El problema es que esta elevada moral está haciendo que su cara edición en papel pierda lectores a marchas forzadas. Parece que a la gente ya no le mola la verdad. Por su parte, al Post, periódico rival cuyas oficinas están literalmente enfrente, le va fenomenal. Venden más ejemplares que nunca y su edición online está on fire, gracias a su nada disimulada línea editorial: sensacionalismo, exageración y pánico en portadas que atacan de las maneras más retorcidas posibles a los rivales políticos de sus dueños y son capaces de esconder las malas acciones de los criminales de lo público bajo toneladas de casquería, tetas y titulares en mayúsculas.

Entre estos dos polos se mueve Press (disponible en Filmin), en su retrato a ratos desapasionado y a otros demasiado exagerado de los tejemanejes del periodismo británico actual. La serie, como se puede intuir tras el breve retrato esbozado de sus principales pesos temáticos y dramáticos, es francamente buena en su juego en torno a la pregunta más antigua del periodismo, esa que ya se ha convertido en tópico: ¿merece la pena que la realidad estropee un buen titular? Ese es el gran fuerte de la serie: la capacidad de Mike Bartlett, su creador y guionista de sus seis episodios, para conseguir que todos sus personajes representen de forma orgánica distintas facetas de este debate sin que quede forzado, sumando además rasgos de su experiencia como dramaturgo que ya estaban presentes en Doctora Foster (al final, una adaptación del mito de Medea pasada por el filtro del mundo médico): su inteligencia a la hora de explotar la trama de relaciones que se va urdiendo en torno a su elenco protagonista, su extraordinaria construcción de los diálogos y sobre todo esa raíz shakespeariana que representa Duncan Allen (Ben Chaplin), un hombre tan cegado por su ambición que no se da cuenta de hasta qué punto se ha separado de sus seres queridos. Press, sin lugar a dudas, es una gran serie.

Silicon Valley: los nuevos demiurgos de la opinión mundial

Lo que me sorprende es haber leído en diversos sitios a gente defendiéndola como un retrato fiel y realista de la situación del periodismo contemporáneo, una especie de compendio de los retos de futuro para la profesión. Quizá sea un retrato moderadamente certero del particular ecosistema mediático británico, y sus instituciones protagonistas, trasuntos de The Guardian y The Sun, sí se aproximen a nuestro mundo tal y como es. Quizá sirvan también como mitos vivientes, como formas de personalizar en dos periódicos distintos el debate entre verdad y sensacionalismo. Pero Bartlett utiliza las redacciones del Herald y el Post más como un sistema de opuestos en el que desarrollar sus inquietudes como autor (todo eso que hemos citado en el párrafo anterior) que como un espejo realista que pretenda dar lecciones a nadie sobre cómo enfrentarse a la avalancha de las fake news, cómo interpretar la deriva liberal (patrocinada por bancos) de algunas cabeceras antaño progresistas o cómo reconciliarse con el hecho de que, hasta cierto punto, ya no son las viejas instituciones mediáticas las que controlan la opinión mundial sino los gurús de Silicon Valley.

Spotlight, que ya con cierta distancia me sigue pareciendo una de las películas sobre periodismo más certeras que he visto en toda mi vida, al menos no ocultaba su carácter de réquiem por una manera de contar las cosas que parece en vías de desaparecer. No sabemos qué deparará el futuro, pero muy probablemente no dependerá de un manojo de papeles que se lanzan en kioscos una vez al día y ya no se pueden actualizar. Sin hablar de eso, Spotlight acababa hablando de eso. Los intrépidos reporteros del Herald no son más que otra versión de los de aquella película, la idea romántica del periodista íntegro. Por su parte, y por poner otro ejemplo mucho más lejano, ya en 1951 Billy Wilder dirigió Ace in the Hole, en la que un desatado Kirk Douglas interpretaba a un periodista capaz de dejar morir a un hombre atrapado en una mina con tal de conseguir más lectores, atrapados por la intriga del rescate. Los periodistas malvados del Post son una versión más de esa cara siniestra del reporterismo, otro arquetipo que ha recorrido nuestras narraciones desde que el periodismo es periodismo.

«América no existe. La democracia no existe. Existen IBM e ITT y AT&T y DuPont, Dow, Union Carbide y Exxon. Esas son las naciones del mundo contemporáneo». Ned Beatty pronuncia esta frase en Network, una película estrenada en 1976 y obsesionada con hacernos ver que el poder de la prensa ya no estaba siquiera en manos del gobierno, o de periodistas sin escrúpulos, sino en las zarpas de conglomerados internacionales sin más interés que hacer dinero. Si Press hiciese un monólogo similar, sustituyendo esos nombres por Facebook, Google, Amazon o Apple, quizá se atrevería a darnos algunas respuestas para el futuro. No lo hace: se limita a intentar responder (¡por supuesto que es más importante la verdad que el espectáculo!) cuestiones tan viejas como la misma profesión, sin profundizar realmente en las brutales transformaciones que ha sufrido el medio tras el advenimiento de Internet.

El futuro no parece pasar por la lucha encarnizada entre dos instituciones centralizadas, sino por la apertura de -literalmente- infinitos canales de información que deberán repartirse los actores principales del siglo XX (el poder político a la vieja usanza, los lobbies económicos y sociales y también las nuevas generaciones de periodistas íntegros de los que nos habla Spotlight) junto con las megacorporaciones de noticias de Internet, que son las que, a pesar de que ahora mismo atravesemos una crisis del periodismo digital, siguen teniendo la llave para el futuro. Algunos medios navegan ya esas aguas procelosas con bastante éxito, como el The New York Times: ya en 2011 instalaron un paywall en su web que obliga a todos aquellos interesados en sus noticias a pagar una cuota mensual de suscripción, y progresivamente empezaron a diversificar su producción lanzándose a crear nuevas apps en las que el vídeo y la interacción han ido ganando un peso cada vez mayor. Y les está funcionando.

¿No es obvio que depender de la edición de papel es una noción nostálgica a la que la serie debería enfrentarse con un poco menos de idealismo?

Aunque es cierto que Press dedica a esta transición algunos de sus últimos compases, ¿no es ese, en realidad, el quid de la cuestión? ¿No es obvio que depender de la edición de papel es una noción nostálgica a la que la serie debería enfrentarse con un poco menos de idealismo? Como en este caso, otros diarios se están lanzando a la multiplataforma, en experimentos que a veces salen bien y a veces mal, pero que indudablemente tendrán que ser pistas de despegue para iniciativas que vuelvan a capturar la atención del público. Porque no es cierto que a la gente le guste que le mientan, o no les importe estar desinformados: en recientes años, la información política y los debates sobre economía y sociedad han despegado, por ejemplo, en prácticamente todas las cadenas televisivas españolas. Simplemente, el medio supo adaptarse revistiendo de espectáculo e inmediatez informaciones antes relegadas a otros formatos. Podríamos discutir si esto es positivo o negativo, pero habrá que dejarlo para otro artículo.

«The medium is the message», esa frase ya quemada con la que Marshall McLuhan vino a decirnos hace ya varias décadas que lo importante no era tanto el contenido de lo que consumimos sino el sistema que permite que lo consumamos y las instituciones que lo mantienen con vida, las transformaciones literales que estos sistemas mediáticos operan en nuestra forma de entender la realidad, sigue estando vigente hoy en día. Press reduce este sistema a una lucha de egos y sentencia que hay gente a la que le gusta mentir y gente íntegra, y al final se queda mirando el dedo con el que el sabio apunta a la Luna.

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