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(artículo anterior – episodio 2)
Gracias al tercer capítulo hemos conseguido resolver uno de los misterios más importantes para entender la voz de Juego de Tronos: qué hay después de la muerte. Cito a Jon Snow: “Nada, no había nada en absoluto”. La resolución a este enigma era fundamental para zanjar la cuestión acerca de las diferencias entre nuestro mundo y los Reinos de Poniente. Así es cómo el género de la fantasía permite hacer realidad el sueño de todos los ateos que han malgastado horas intentado responder al contrargumento definitivo que comparten abuelas beatas y jóvenes misioneros: “nadie ha vuelto para contarlo”. Pues el bastardo de los Stark sí que ha vuelto y ahora es el momento para que los sacrílegos frustrados del mundo de George Martin manden un cuervo-telegrama a sus amigos religiosos: “Al final solo hay un infinito y negro vacío y nada de lo que hayas hecho en vida importa después. Zas, en toda la boca”.
La muerte explicada como el cese in aeternum de la actividad espiritual permite identificar la serie con una venerable tradición televisiva fundamentada en metafísicas nihilistas cuyo estandarte más ilustre es Los Soprano. Ahora sabemos que en Juego de Tronos tienen zombies, huargos y dragones pero que el final de sus personajes sigue significando un corte a negro. Como en Los Soprano, el vacío moral que lo mancha todo conlleva que las muertes antiheroicas se multipliquen. Si sustituimos los disparos traicioneros en la nuca por sables, flechas y venenos, los habitantes de Poniente podrían parafrasear al bueno de Bobby Baccala cuando describe la característica principal de este tipo de muerte: “You probably don’t even hear it when it happens”. Así, la HBO se atreve a hacer con el género de fantasía lo mismo que Sam Pekinpah o Clint Eastwood le hicieron al western: demoler la idealización de un pasado supuestamente más honorable. Que le cuenten historias de honor caballeresco a Arthur Dayne -el terminator molón de las dos espadas-, cuando ni el bueno de Ned Stark titubeó mientras le clavaban un puñal por la espalda.
“El hombre inauténtico se esconde de aquello que es peculiar a la certidumbre de la muerte: que puede suceder en cualquier momento” – Martin Heidegger
La nada que aguarda a los personajes de Juego de Tronos genera una profunda angustia. Martin Heidegger fue uno de los pensadores que prestaron más atención a esta cara del problema de la muerte. “El hombre inauténtico se esconde de aquello que es peculiar a la certidumbre de la muerte: que puede suceder en cualquier momento”. El filósofo alemán describe cómo, para poder evitar la angustia que genera esta certeza, tendemos a librarnos de la carga que suponen estos pensamientos delegando la reflexión existencial en la inercia del día a día y la tradición. De este modo, el orden social, aquello que está bien visto por la masa, permite ignorar la amenaza omnipresente de la muerte y vivir en piloto automático. La angustia del individuo siempre se disuelve en el cálido abrazo del colectivo que le susurra que “haga lo que todos y no piense en tonterías”.
La principal recompensa de rendirse a la costumbre es la preservación del orden y, en especial, de la predictibilidad de las cosas. Un excelente ejemplo de esto son los juramentos, que permiten a los aristócratas de Poniente planificar el futuro con la expectativa de que determinados compromisos se cumplan. Tal y como comentamos la semana pasada, Ramsay Bolton resulta especialmente aterrador gracias a su comprensión de que estas convenciones no están fundamentadas en nada más allá de intereses individuales egoístas. Por eso resulta especialmente divertida la conversación entre él y Smaljion Umber, el líder de la casa más cercana al muro de entre las que forman los Siete Reinos, un personaje que comparte la misma perspectiva instrumental de las relaciones humanas. “Tu padre honró la tradición, se arrodilló ante Rob Stark y le llamó Rey. ¿Acaso Robb hizo bien en confiar en él por eso?”. Bingo. La traición y la ruptura de los contratos morales es una constante infalible en Juego de Tronos y, justo al contrario de lo que dictan los códigos del género fantástico de toda la vida, sólo los que consiguen librarse del peso de las lealtades mantenidas por indulgencia consiguen imponer su voluntad.
Del mismo modo, el héroe que Poniente necesita -como diría el Batman de Christopher Nollan- no es el opuesto al villano, sino el punto medio entre el nihilista y el pardillo. Jon Snow ha dado un salto hacia este paradigma de héroe que destaca más por su autenticidad que por su bondad, el único que tiene cabida en la galaxia Martin. Y es que la autenticidad no es una virtud, sino un rasgo del carácter que pueden poseer tanto los buenos como los malos. De hecho, pese a su obvia rectitud, antes de experimentar el vacío -si es que se puede experimentar la nada-, Jon era un personaje profundamente inauténtico. Sus convicciones le mantenían atrapado en un estado de ingenuidad adolescente que le restaba poder, incapaz de revisar los ideales caballerescos que había heredado. Actuaba bien porque era lo que tocaba, lo que se esperaba de él. Pero ahora, el tránsito por la oscuridad ha multiplicado su fuerza.
«Lord Snow se vuelve auténtico cuando se da cuenta que es él y solo él quien debe decidir qué hacer con su vida y a qué juramentos ha de rendir pleitesía.»
El nuevo Jon Snow ha alcanzado lo que que Heidegger llamaba ser-para-la-muerte gracias a una trampa que el filósofo alemán no había previsto: morirse y resucitar. Según Heidegger, el poder que diferencia la muerte de otros miedos es que su influencia es previa al establecimiento de cualquier convención social. Los proyectos, lealtades y decisiones con los que Jon se identificaba le fueron transmitidos como si fueran tablas de multiplicar, mientras que la mortalidad forma parte de su esencia. Al entender que el cese de la vida es una posibilidad superlativamente suya, esto es, independiente de todas las demás posibilidades que le ofrece el catálogo social con el que ha sido educado, Jon comprende que, en realidad, todas las posibilidades de su futuro son igualmente suyas. Lord Snow se vuelve auténtico cuando se da cuenta que es él y solo él quien debe decidir qué hacer con su vida y a qué juramentos ha de rendir pleitesía. Ya no es un topicazo con patas que intenta estar a la altura de un ideal propio de los cuentos de niños por obligación externa, sino que él mismo crea su código moral.
Gracias a esta nueva madurez Jon es capaz de romper el juramento de la Guardia de la Noche y de ejecutar a los cuatro traidores, Olly incluido. De ahora en adelante, la bondad de Jon ya no será fruto de la inercia sino de sus propias decisiones. Sir Davos explica mejor que ninguna teoría la determinación que hace falta para vivir con autenticidad o, en otras palabras, para responsabilizarse de las propias decisiones hasta el final sin que importen los demás. Estamos justo al principio del capítulo, mientras Jon invierte sus primeros alientos en racionalizar la frustración: “Hice lo que creía que era correcto y me asesinaron por ello… creía que sabía como hacerlo, pero he fracasado”. El Caballero de la Cebolla responde “Bien, ahora ve y fracasa de nuevo”. Jon se toma unos segundos, hace suya esta convicción y se levanta. Esto es una elección auténtica. Esto significa ser-para-la-muerte. Atentos al nuevo Jon Snow.