Palomares, mucho más que un día de playa - Serielizados
'Palomares. Días de playa y plutonio'

Mucho más que un día de playa

La serie documental 'Palomares. Días de playa y plutonio' aborda, con rigor analítico y descriptivo, las derivadas sociales, ecológicas y políticas del accidente nuclear que tuvo lugar en Palomares en 1966.

Una imagen para el recuerdo: Fraga bañándose en las "seguras" aguas de Palomares.

Palomares. Días de playa y plutonio resulta una pieza necesaria que evidencia la significativa ausencia de producciones españolas de este estilo que aborden, con veracidad y sin servidumbres ideológicas, algunos episodios significativos de nuestra historia.

En la magistral parte octava de la tercera temporada de Twin Peaks, David Lynch nos introduce en el interior de una explosión nuclear. Es el definitivo “viaje a los infiernos” que rompe la membrana que separa este mundo de un terrorífico más allá, liberando lo que, un tanto enfáticamente, podríamos llamar las “fuerzas del mal”.

En el mundo alegórico de Lynch, la bomba atómica representa el definitivo “fin de la inocencia” de nuestra civilización. Desde entonces, los seres humanos somos más conscientes de nuestro carácter (auto)aniquilador. Las miserias reveladas, en los últimos tiempos, por la pandemia del coronavirus (de la incompetencia política generalizada a la primacía salvaje de los criterios economicistas, pasando por la reivindicación del concepto torticero de “libertad” de los consumidores deshumanizados de la era del ayusismo) han servido para confirmar que, definitivamente, no somos una especie de fiar.      

Para los habitantes de Palomares, una localidad almeriense perteneciente al municipio de Cuevas del Almanzora, su particular “fin de la inocencia” llegó por el aire el 17 de enero de 1966, cuando, durante una maniobra de reabastecimiento de combustible, colisionaron un avión cisterna KC-135 y un bombardero B-52, pertenecientes a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, provocando la caída sobre la zona de cuatro bombas termonucleares, una de ellas perdida.

Los habitantes de Palomares y los alrededores continúan, como si nada, viviendo junto a una zona contaminada de plutonio.

Desde entonces, Palomares vivió anegada de confusión, propaganda, secretismo, miedo y, lo que es peor, de una cantidad indeterminada de radiación de plutonio, un elemento que puede tardar hasta veinte mil años en reducir a la mitad su impacto en el medio ambiente.    

El accidente nuclear de Palomares fue una atroz consecuencia de los Pactos de Madrid de 1953, por los que la Dictadura de Francisco Franco acordó la instalación de cuatro bases militares norteamericanas en la geografía española, a cambio de ayuda económica y militar. La misión primordial del franquismo (y del Gobierno de los Estados Unidos) fue ocultar, en lo posible, el impacto de lo sucedido (llegando a secuestrar de todos los quioscos españoles los periódicos internacionales).

Cuando ya era inevitable que las noticias circularan (los habitantes de la zona escuchaban la radio pirenaica del Partido Comunista, aunque estuviera prohibido hacerlo, para tratar de descubrir qué estaba pasando), se aplicaron con energía en difundir que todo estaba ya solucionado, y a continuación promovieron la amnesia generalizada. No fue demasiado difícil en un país que, como decía recientemente el historiador Paul Preston (en un interesante diálogo con Ángel Viñas publicado en La Vanguardia), sufrió un “lavado de cerebro” colectivo, del que aún quedan algunas inevitables secuelas. 

Plutonio y propaganda

La tendencia de la población autóctona al silencio y el olvido es por fin reparada con la espléndida miniserie documental Palomares. Días de playa y plutonio, dirigida por Álvaro Ron, que puede verse actualmente en Movistar Plus. Ron combina los planos de declaración (en los que aparecen los habitantes de la zona y los implicados en la misión de “reparación” del accidente que aún sobreviven, y también periodistas e historiadores que han investigado a fondo sobre el tema), el material de archivo y las imágenes filmadas en la actualidad que reconstruyen parte de los hechos narrados. Es un material cocido a fuego lento, con rigor y amor por los detalles, que busca la inmersión progresiva del espectador, sin recurrir a las estrategias grandilocuentes de la ficción escapista.  

El primer capítulo se centra en el impacto que el accidente tuvo sobre los cerca de mil habitantes de Palomares, contrastando una forma de vida que permanece anclada en un pasado remoto con la irrupción de unos mil militares y expertos estadounidenses y guardias civiles que, repentinamente, toman la zona. Inicialmente, los lugareños contemplan el acontecimiento con estupor e incluso con cierto entusiasmo, como si hubieran pasado a formar parte de una emocionante película norteamericana.

Pero la comedia costumbrista al estilo de Bienvenido, Míster Marshall o Calabuch, con los niños jugando despreocupadamente donde acaban de caer las bombas o cambiando botellas de coñac por cigarrillos o Coca-Cola, pronto se transforma en una cinta de suspense de la Guerra Fría. 

La España en blanco y negro de Berlanga, más viva que nunca.

La segunda y la tercera parte muestran cómo la infalible máquina tecnológica de los Estados Unidos fracasa sistemáticamente en el intento de localizar la cuarta bomba perdida. La constatación de que la bomba ha caído en el mar complica terriblemente las cosas. Como se dice en un momento determinado, ya no se trata de buscar una aguja en un pajar, sino de buscar una aguja en un campo de trigo. Aunque la minuciosa descripción del proceso de búsqueda no acude en ningún momento a la ironía, uno termina evocando el fatalismo antibelicista del Stanley Kubrick de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú

Curiosamente, la poderosa maquinaria bélica resulta ser poco efectiva. Son los civiles –y, en especial, el pescador de origen catalán afincado en Águilas Francisco Simó, que será conocido como “Paco el de la bomba”– los que ofrecen soluciones. Paco es, de hecho, el protagonista de una impagable subtrama, en la que su intuición termina derrotando las suspicacias de los expertos. Es una lucha inesperada entre lo ancestral y lo tecnológico, en la que Simó se revela una pieza fundamental, aunque los norteamericanos minimizarán su papel para fortalecer el relato oficial de la “gesta imperial”.

Simó es también el “pícaro” superviviente de la España del hambre que, recuperada la cuarta bomba, reclama una recompensa de cinco millones de dólares (aunque solo llegarán a pagarle unos dos mil) y desautoriza la pompa militar con las humoradas sagaces del hombre común. Ante la prensa, soltará perlas como las siguientes: “Yo podría haber pescado la bomba con mi barca y mis redes”; “Para mí no ha cambiado nada. Sigo levantándome a las cuatro de la mañana”

Al final del tercer capítulo, nos apartamos del relato de la Guerra Fría, para entrar de lleno en el territorio del esperpento. El Ministerio de Información y Turismo se da cuenta de que el accidente de Palomares está provocando cancelaciones de viajes turísticos y decide reaccionar. La práctica entrega institucional de la seguridad o la salud pública para favorecer los beneficios del sector turístico y la restauración, que se ha podido comprobar en diversos momentos de la crisis de la COVID-19, viene, pues, de antiguo.

‘Palomares. Días de playa y plutonio’ es un magnífico documento para luchar contra la tendencia contemporánea al apresurado olvido.

La imagen más recordada con la que el español medio asocia el nombre de Palomares, la de un Manuel Fraga con pechos prominentes, barriga abultada y bañador de talla XL, chapoteando estrepitosamente en la playa, es el definitivo gesto de propaganda del régimen. El tono berlanguiano a la escena lo pone la presencia de un camarero de etiqueta que sirve un reparador coñac Soberano a los bañistas en cuanto salen del agua congelada.  

La última parte de la docuserie es, sin duda, la más sobrecogedora. Mucho tiempo después, comprobamos que la descontaminación fue un auténtico fraude. Los habitantes de Palomares y los alrededores continúan, como si nada, viviendo junto a una zona contaminada de plutonio, mientras que los antiguos miembros de la expedición norteamericana acumulan enfermedades en la vejez. 

El manto del silencio se cierne durante la democracia, entre la indiferencia interesada y la desidia. Es el momento de celebrar el “milagro” de la Transición, de disfrutar de la modernidad al son de la movida, y no de aguar la fiesta perpetua del capitalismo del pelotazo con los episodios tenebrosos “del abuelo”, como diría Pablo Casado

Como comentará uno de los habitantes de la localidad, “si esto estuviera en la Puerta del Sol de Madrid o en la Moncloa, ya estaría limpio”.  Solo el empeño de Antonia Flores, alcaldesa de Palomares durante la segunda mitad de los años ochenta, conseguirá que el tema regrese a los medios de comunicación y que exista un cierto compromiso de la Administración de hacer un seguimiento de las personas y el medio ambiente a largo plazo. 

Contra el olvido

Como a los protagonistas de Hiroshima, mon amour, nos resulta difícil concebir realmente el poder devastador de una bomba nuclear. Tampoco podemos imaginar los efectos de la radiación de plutonio. Pero sí podemos comprobar cómo la caja de Pandora que se liberó durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría impactó sobre una pequeña población que, hasta ese momento, parecía uno de esos lugares en los que nunca “pasa nada”. 

Es importante que existan documentos como éste que nos permiten repensar nuestra historia y cuestionar cuanto damos por hecho.

Palomares. Días de playa y plutonio es un magnífico documento para luchar contra la tendencia contemporánea al apresurado olvido. Viendo esta serie de Ron –dedicada a David Beriain y Roberto Fraile, reporteros asesinados en un territorio entre Mali y Burkina Faso, en mitad de los cruentos enfrentamientos entre Al Qaeda y el Estado Islámico por el control del Sahel– descubrimos que aún quedan, en la democracia española, una cantidad importante de documentos de la Dictadura por desclasificar.

Fotograma de ‘Paloamares. Días de playa y plutonio’

Como dice Ángel Viñas, vivimos en una sociedad que tiende a crear ciudadanos ignorantes, y, por tanto, semiesclavos de los intereses del poder. Pese a la aparente transparencia de las redes, la opacidad sobre la información verdaderamente relevante persiste. Por eso, es importante que existan documentos como éste que nos permiten repensar nuestra historia y cuestionar cuanto damos por hecho. Son un tipo de producciones inhabituales en este país, acostumbrado aún a silbar mirando distraídamente a otra parte, por lo que merecen un especial reconocimiento.

Aún a riesgo de caer en el agitprop seriéfilo, no me resisto a terminar estas líneas sin ofrecerles una pequeña lista de modestas propuestas de series que puedan abordar nuestra realidad histórica y política, y que me gustaría poder ver algún día en las plataformas: 1)  Una revisión de la historia del terrorismo de ETA y la lucha política y policial contra el mismo, descrita con la minuciosidad y la asepsia narrativa de una serie como The Wire. 2) Diversas series sobre la corrupción que hemos vivido durante la democracia de los partidos que han llegado al poder (del PSOE de Felipe González al PP de José María Aznar y Mariano Rajoy, pasando por el pujolismo y sus prolongaciones), con el espíritu catártico de una ficción al estilo de House of Cards. 3) Un análisis templado y distanciado sobre cómo los nacionalismos (todos) han conseguido desactivar reiteradamente cualquier reivindicación social o económica para desviar la atención hacia el enconamiento identitario. 4) Un abordaje riguroso, a través de la ficción o el documental, sobre la gestión política del coronavirus. 

Podría seguir –la lista es larga, diría que casi interminable– hablándoles de propuestas que difícilmente llegan, hoy por hoy, a las mesas de los productores y programadores de contenidos. Ojalá algún día tengamos ocasión de ver alguna de ellas. Será una señal inequívoca de que nos alejamos, poco a poco, de ese silencio que durante más de cincuenta años se ha conseguido imponer sobre lo que de verdad sucedió en Palomares.  

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