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¿Odias tu trabajo? De no ser así, deja de leer este artículo de inmediato. Te odiamos nosotros a ti. No iba en serio, puedes seguir leyendo. Pero te odiamos, eso sí. Te preguntarás a qué viene esta inquina contra nuestros puestos de trabajo. Es por los jefes. Malditos jefes, seres de maldad omnisciente planeando torturas para sus trabajadores desde su despacho de oro y brillantes. Su existencia es nuestra condena, la de los asalariados y plebeyos. No hay jefe bueno, igual que no hay spoiler indoloro. Mentira. Hay un jefe bueno. Uno que todos quisiéramos tener. Uno que convierte la rutina en locura, uno que hace de la oficina un viaje con ayahuasca. Responde al nombre de Michael Scott, y pudimos verle capitanear durante siete temporadas la filial en Scranton de la empresa papelera Dunder Mifflin en The Office.
Hablar de Michael Scott, el personaje, es hacerlo de Steve Carrell, el actor. Muchas son las sitcom estadounidenses que han pasado a la historia de las series por sus divertidísimos gags y sus personajes legendarios. Frasier, Seinfeld, Friends, Cheers, El Príncipe de Bel Air o Scrubs son solo algunos ejemplos del inagotable capacidad de los norteamericanos para brindarnos tesoros en formato de capítulos de veinte minutos. Pero de entre todas estas sitcom, no hay ninguna con una densidad de chistes tan brillantes e inteligentes por minuto como en la versión americana de The Office; de entre todas estas sitcom, no encontramos ninguna actuación cómica tan excepcional como la de Steve Carrell interpretando al inenarrable Michael Scott.
Que Carrell lograra el papel protagonista de The Office fue, como en muchas ocasiones, fruto de una concatenación de planes que salen mal. La NBC tenía como prioridad a Paul Giamatti para el papel de Michael Scott. Giamatti pasó del tema. Bien por él. El segundo nombre sobre la mesa fue el de Steve Carrell, pero este declinó la oferta al encontrarse inmerso en otro proyecto de la propia NBC, la comedia Come to Papa. En ese punto, los directivos decidieron entonces que Michael Scott debía ser el que a la postre se ha convertido en uno de los nombres más importantes en la historia reciente de la series, Bob Odenkirk (Breaking Bad, Better Call Saul). Sin embargo Come to Papa, la serie con la que se encontraba comprometido Steve Carrell, fue cancelada rápidamente por sus paupérrimas audiencias, de modo que Carrell quedó libre de nuevo. En la NBC no se lo pensaron dos veces, él debía ser el Michael Scott definitivo. Esa decisión comportó dos milagros: Carrell sublimó la comedia con su actuación en The Office y Odenkirk quedó libre para poco tiempo después interpretar a otro personaje inolvidable, el chapucero legal Saul Goodman.
Para entender el Michael Scott jefe, ese por el que todos suspiramos, debemos entender el Michael Scott persona. Su infancia fue una espiral de marginación y acoso, un agujero negro de amor cuyas consecuencias catastróficas convirtieron al Michael adulto en un discapacitado social con una necesidad de atención patológica. Temporada dos, episodio dieciocho. Michael muestra a sus trabajadores un vídeo de cuando era pequeño y apareció en un programa infantil. Un títere le pregunta al pequeño Michael qué quiere de ser mayor. La respuesta es demoledora: quiero casarme y tener cien hijos para así tener cien amigos, ellos no podrán decir no a ser mis amigos. El títere, una especie de gato periodista, calla durante segundos tras esa respuesta en lo que es uno de los silencios más incómodos de la historia de la humanidad. En ese breve gag, en esos diez segundos, los brillantes guionistas de The Office sintetizan todo lo que necesitamos saber del pasado de Michael Scott para entender y legitimar su comportamiento demencial durante toda la serie.
He repetido varias veces en el artículo que Michael es el jefe que todos querríamos tener. Ya llegaremos a eso, pero antes debemos analizar su lado oscuro. Es evidente que la incorrección de Michael y sus bromas fuera de lugar son la quintaesencia de la vergüenza ajena. En muchas ocasiones es imposible evitar que las palabras “imbécil”, “cretino” o “tontolaba” crucen nuestras mentes al ver ciertos comportamientos de Michael. Tiene un tacto nulo con los demás, es narcisista hasta extremos insospechados y su absoluto desconocimiento de lo que está mal o bien decir pueden llegar a crispar los nervios del espectador. Recordemos el momento en que corta con la madre de Pam al saber de su avanzada edad; la falta de delicadeza y mezquindad que Michael exhibe es merecedora de un linchamiento feminista, sin lugar a dudas. Pero ese lado oscuro tiene una gran ventaja: cómicamente funciona a las mil maravillas. Es imposible no reírte con sus constantes meteduras de pata y ese patetismo que envuelve todas y cada una de las frase que nacen de su santa boca. Michael Scott es una desgracia humana. Tal cual. Y las desgracias humanas, en una sitcom, son sinónimo de carcajadas. Pero lo que convierte a Michael en un personaje incomparable es su vertiente dulce, esa faceta aterciopelada de su carácter que completa una personalidad fascinante. Y a eso vamos.
Michael Scott es un dios de la procrastinación, sí, pero cuando toca es muy bueno en su trabajo
Michael Scott es una gran persona. Lo es. Y Michael Scott es un gran vendedor de papel. Lo es. En esos dos pilares se basa mi tesis de que todos lo querríamos como jefe. Michael no está al mando de Dunder Mifflin en Scranton por caerle bien a los directivos de la empresa; es más bien lo contrario, les hace la vida imposible. El tema es que el maldito tiene unas dotes excepcionales como comercial. Prueba fehaciente de ello es cuando deja Dunder Mifflin junto a Pam y el desdichado Ryan para crear su propia empresa de distribución de papel y tiene tanto éxito que la propia Dunder Mifflin debe acabar comprando la nueva empresa de Michael. Es un dios de la procrastinación, sí, pero cuando toca es muy bueno en su trabajo.
Por último tenemos que hablar del amor paternal que siente por sus empleados. Sus continuas cagadas con ellos se traducen siempre en colosales e hilarantes esfuerzos para remediarlas. Para Michael, sus empleados son su familia. A excepción de Toby, claro. Maldito Toby, que asco da. Lo que decía, sus empleados son su familia y hará lo que sea para mantener esa familia unida y feliz, no siempre con los mejores resultados. Son épicas sus reuniones temáticas -la de “Prision” Mike es mi favorita- para concienciar a sus trabajadores sobre temas como por ejemplo el respeto a la homosexualidad. Cabe decir que son siempre temas sobre los que él ha hecho previamente bromas completamente salidas de tono. Cada capítulo de The Office es una historia de redención de Michael Scott.
Hay una razón de ser tras esa actitud de Michael, y no es otra que el miedo a quedarse solo. Por eso Jim y Dwight -este último merece un artículo para él solo- son sus hijos, Pam y Erin sus hijas. La familia es para siempre, nunca nos abandona. Si sus empleados son su familia, Michael jamás se quedará solo en este mundo. Y a decir verdad, consigue su propósito. Solo hace falta ver su despedida final con Jim para comprender la profunda huella profesional y emocional que a pesar de su imbecilidad Michael consigue dejar en sus trabajadores.
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En su despacho, Michael bebe siempre el café en un taza que se regaló a él mismo. En dicha taza, unas letras grandes rezan así: “World’s Best Boss”. ¿Es Michael tonto del culo? Michael es tonto del culo. ¿Es Michael la incorrección política personalizada? Michael es la incorrección política personalizada. ¿Es Michael tan paternalista con sus trabajadores que en ocasiones estos sientas grima por él? Michael es tan paternalista con sus trabajadores que en ocasiones estos sienten grima por él. Innegable. Pero la cuestión es que todos en Dunder Mifflin lo aman, muy a su pesar. Todos los que hemos visto a The Office hemos fantaseado alguna vez que un lunes por la mañana, en vez de ver la cara gruñona de nuestro jefe o jefa, apareciera por nuestra oficina la sonrisa de sátiro y los ojos saltones de Steve Carrell anunciando una reunión muy loca que nos salvara de tediosas horas frente al ordenador. Yo, por lo menos, seguiré suspirando para algún día trabajar bajo las órdenes del gran Michael Scott.