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Que la televisión no vive únicamente de productos propios sino que necesita ayuda exterior para firmar el nuevo bombazo, es tan cierto como que Carrie Mathison poniendo a prueba su elasticidad con clases de yoga es lo más sexy del mundo. Dicho esto, una de las fuentes de inspiración más fértiles a las que se han dirigido cadenas de televisión, productores, directores o guionistas ha sido el mundo el cómic. De todo tipo y para todos los gustos: desde superhéroes hasta zombis putrefactos, pasando por brujas adolescentes. El resultado del delicado trasvase de la viñeta a la televisión ha tenido resultados dispares. Eso sí, independientemente de la calidad, la mayoría de las series han pasado a la memoria colectiva y nos acompañarán el resto de nuestra vida. Algunas por ser productos más que decentes y otras por ser una auténtica apología del frikismo y de lo demencial.
Si hablamos de series inspiradas en cómics es imposible no meterse en el mundo de los superhéroes, las mallas ajustadas y paquetes marcados. Llegados a este punto hay que dejar paso a la serie pijamera por excelencia. Delirios dignos de una fiesta de Pocholo, «SOCK”, “POW”, “BAM” a mansalva y un Adam West en estado de gracia. El programa de Batman de los 60 marcó un antes y un después en lo que a adaptaciones se refiere. Es cierto que ya se había intentado llevar las aventuras del Bruce Wayne a la pequeña pantalla, pero no fue hasta que la ABC dio con esa mezcla de acción y comedia cuando el mundo del cómic irrumpió en la televisión por la puerta grande. Esta serie tenía de todo y todo lo que tenía era bueno. Acción, una buena galería de villanos, una gama cromática que solo puede verse tras la ingesta de algún alucinógeno, el bigote pintado de César Romero y la presencia de un icono sexual atemporal como Julia Newmar. El impacto que supuso la serie fue descomunal, tanto que aún hoy en día es un pilar dentro de la cultura pop. En pocas palabras, la serie de Batman es una especia de paciente cero, el origen de todo ese boom comiquero televisivo que empezó a principios de los 60 y que se ha extendido hasta nuestros días.
«El oso de Hulk tan sólo fue el primero… Lou Ferrigno machacaba a diestro y siniestro cualquier oso que se le pusiera por delante, como hizo, también, en el papel de Hércules»
Después de Batman y DC le tocó a Hulk y a Marvel. El encargado de representar al centinela esmeralda fue el gigante hipertrofiado Lou Ferrigno que, tras perder el certamen de Míster Olympia, decidió que lo mejor que podía hacer con todo ese cuerpo que bombeaba esteroides era pintarse de verde y gritar delante de la cámara. Vale, es una serie que a momentos roza el ridículo y la vergüenza ajena, pero es innegable que la imagen de un Ferrigno con un verde desteñido luchando a manos desnudas con un oso de verdad se quedó marcada a fuego en nuestra retina. Muy fan.
Tuvieron que pasar muchísimos años para que el mundo de la televisión volviese a dar con otro bombazo inspirado en el mundo del cómic. Allá por el ya lejano 2001 la WB –hoy conocida como CW– estrenó Smallville o lo que vienen a ser las aventuras de un joven Clark Kent antes de mudarse a Metropolis. Aunque la serie estaba caracterizada por unos efectos especiales que han envejecido estrepitosamente mal, el núcleo del relato giraba en torno a las relaciones familiares, amorosas y de amistad entre los personajes. La repercusión de Smallville se puede equiparar perfectamente a las aventuras televisivas del Batman de los 60. La serie protagonizada por Tom Welling no solo rompió estereotipos raciales haciendo de Pete Ross un afable joven afroamericano, sino que marcó las pautas y los cánones que las series venideras seguirían. Un claro ejemplo de esto es Arrow que ha recogido da manera impecable el testigo de Smallville, ofreciendo un producto incluso superior a su predecesora, pero, sin la cual, nada de esto hubiera sido posible.
Pero no solo de pijameros vive el idilio entre televisión y cómic. El catálogo de personajes en papel que han saltado a la pequeña pantalla es extenso y de lo más variopinto. A finales de los años 80 el terror se apoderó de la HBO de la mano de Cuentos de la Cripta, la espeluznante adaptación de los cómics editados por la EC en los años 50 cuando los tebeos todavía no habían pasado por el filtro de la censura de la CCA y se regodeaban en su violencia terrorífica, extrema y gratuita. A pesar de que cada capítulo de la serie tenía la misma estructura, conseguía que nadie apartara la mirada de la pantalla, como si de una porno del Plus se tratara. Aún recuerdo la risa estridente y terrorífica del Guardián de la Cripta cuando encontraba el relato adecuado para atormentarnos de por vida, disfrutando con los sudores fríos de los espectadores. Tan terrorífico como cualquier adolescente salido de Hermano Mayor.
Otro claro ejemplo es la serie The Walking Dead que nace del cómic homónimo creado por Robert Kirkman y que ahora mismo se ha convertido en la gallina de los huevos de oro. Récords pulverizados y medidores de audiencia hechos añicos. Un misterio televisivo al nivel de Con el Culo al Aire y es que es inexplicable como una serie que tiene a Sarah Wayne Callies en el reparto ha conseguido triunfar. Una adaptación para diabéticos que aunque no le haga justicia a los cómics, sí que ha sabido encontrar su propia identidad y esto se agradece.
«La serie de Joss Whedon es comida fast food, todos sabemos que es mala pero la consumimos como yonkis.»
Todo esto nos lleva al macro-estreno de la temporada. La esperadísima –y controvertida– Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D o el intento por parte de Marvel de trasladar a la televisión la fórmula que tanto éxito le ha dado en el cine. Esta serie nace a raíz de los acontecimientos ocurridos en la película de Los Vengadores y narra las misiones llevadas a cabo por un pequeño grupo de agentes especiales liderados por el agente Coulson. ¿Bluff o producto comestible para toda la familia? Los pobres inocentes que esperaban ver trasladado a la pequeña pantalla todo el poder visual de las películas Marvelitas se han topado con la dura realidad y es que por mucho que la televisión ofrezca auténticas maravillas de una calidad abismal, los productos televisivos no son cine. El problema es que Agents of S.H.I.E.L.D venía con la etiqueta de sueño húmedo de todo fan superheróico y esa presión la ha perjudicado duramente. El combo mortal de expectativas demasiado altas sumadas a diálogos vacíos y personajes planos y sin carisma ha dado como resultado la rabia visceral del fandom más crítico y una bajada de audiencia brutal. La serie de Joss Whedon es comida fast food, todos sabemos que es mala pero la consumimos como yonkis. Una bazofia infecta que funciona mínimamente como serie de acción pero que vive con el lastre de saber que si no se pronunciase la palabra ‘Vengadores’ cada tres segundos probablemente todo el cast y el mesías Whedon sufrirían la peor de las torturas.
Vamos, con todo esto y todo lo que se ha quedado en el tintero –la loquísima Flash, la indescriptible Lois & Clark o Sabrina, la bruja adolescente más remilgada– es evidente que televisión y cómic se llevan de mil maravillas, se quieren y se ponen como perras en celo retozando ante las miradas de miles de espectadores. Esta estrecha relación ha llegado hasta tal punto que podemos disfrutar de series como Comic Book Men, una reality protagonizado por el mismísimo Kevin Smith y sus amigos de toda la vida, encargados de cuidar la tienda de cómics que Smith tiene en Nueva Jersey. El ver cada semana los quehaceres de los empleados de esta tienda y todas las reliquias relacionadas con el mundo del cómic –primeras ediciones rarísimas, muñecos imposibles de encontrar y una infinidad de tesoros– pasando por el mostrador, se ha convertido en uno de mis momentos sagrados. Divertida, maravillosa y de obligada visión.
Mientras escribo esto me llegan noticias de última hora que confirman proyectos sobre Daredevil, Alias –no confundir con mi amada, la frígida Sydney Bristow del maestro J.J. Abrams–, Luke Cage y Iron Fist de la mano de Netflix. A esto hay que sumarle la serie de Flash para la CW y la apuesta de Fox centrada en el mundo de Batman, Gotham. Un no parar, vamos.
En fin, con todo esto me entran unas ganas locas de… t̶o̶c̶a̶r̶m̶e̶ leer un cómic.
Hasta la próxima y recordad: ¡same Bat-time, same Bat-channel!