Mr. Pepito
25 años de 'Mr. Bean'

Mr. Pepito

Hay muchas cosas de las que le estoy enormemente agradecido a mi abuelo. Que me esperase cada día a la salida del colegio. Que me enseñara a diferenciar los níscalos de las mierdas de perro. O que no hablase casi nunca de la mili (os lo juro). Pero de lo que le estaré eternamente agradecido es de poner un buen día un VHS con ‘Mr. Bean’ escrito en la etiqueta.
Mr. Bean VHS

Josep (a.k.a. Avi Pepito) era puro sentido del humor, por eso no es de extrañar que mi infancia se rigiese por las entregas de Agárralo como puedas y Ace Ventura, las comedias burras de Eddie Murphy y Steve Martin o las series locales como Teresina S.A. (a la que prometo dedicarle un artículo entero; queda dicho). Tardes maratonianas de humor, bebiendo gaseosa y comiendo Werther’s Original, caramelos que tanto el dentista como mi abuela le prohibían comer a Pepito, que hacía caso omiso a esas recomendaciones. A mí me sorprendía la capacidad que tenía mi abuelo de recordar todas las coñas que inundaban los guiones de tales films/series pero, no obstante, de partirse la chofla cada vez que la broma salía a la luz. Pensaba: “pero si ya lo ha visto mil veces”. Ahora me veo yo riendo, por ejemplo, con capítulos de Los Simpson que he visionado trillones de veces y con el tiempo he entendido lo que se cocía en la mente jocosa de mi abuelo: el placentero sabor de la anticipación cómica.

Buster Keaton

«Nunca me han gustado los mimos, me dan como grimilla, lo reconozco, pero eso fue el colmo. Recuerdo como si fuese ayer que pensé: “¿qué puta mierda es esta?”»

Pero no todo eran risas en casa de Pepito. Hubo un día de crisis. Una brecha se abrió entre abuelo y nieto cual árbol quebrado por el rayo con más mala hostia de todo el cielo. Fue un día en el que Josep quiso innovar. Dejar de lado los chistes tontos del agente Frank Drebin y las interpretaciones histriónicas del detective de mascotas y ver qué pasaba si ponía una película muda. En otro mítico VHS sobregrabado hasta la saciedad, había escenas de Buster Keaton y Charles Chaplin compiladas. Pepito le dio al play y se sentó a esperar. Recuerdo como si fuese ayer que pensé: “¿qué puta mierda es esta?”. No entendí (y sigo sin entenderlo; lo valoro como un antes y un después en la historia del cine blablabla, sí, pero sigo sin entenderlo) qué gracia tienen las ridiculeces pueriles de un tío con cara de palo (sí, hipsters amantes del cine mudo, lo siento). Nunca me han gustado los mimos, me dan como grimilla, lo reconozco, pero eso fue el colmo. Mi abuelo vio que su plan de ofrecerme sabia cultural nueva había fracasado y le dijimos al VHS: “ponme lo de siempre”.

Como Pepito era más tozudo que una mula, siguió intentando convencerme que había más cosas que Leslie Nielsen y Jim Carrey en el mundo. Y puso una nueva cinta. En ella sólo decía “Mr. Bean”. No daba pista alguna de lo que albergaba ese Santo Grial analógico. Yo ya me veía en otro fracaso estrepitoso como el que nos brindó el cine mudo. El arranque prometía: un tío desechado por los extraterrestres… ¡Mola! Pero ojo, sólo empezar el episodio no se escuchaba nada más que música y risas enlatadas. ¿Era un nuevo experimento de mi abuelo? “No me jodas, eh”, pensé. Pero en menos de un minuto me estaba descojonando de lo lindo. El primer episodio que vimos fue (ojo spoiler) el del ciego en la playa, para a continuación culminar la tarde con el mítico capítulo de la misa. Mi abuelo me miró y sonrió. Había triunfado.

«Ese cretino, estúpido pero entrañable señor se convirtió en el nuevo referente de la casa»

Descubrí de esta manera a un genio. Un mago de la mímica, de la sutileza humorística, del silencio cómico. Menos, es más. Pero cuando el detalle es nimio (un gesto, una mirada, una onomatopeya) el resultado es apoteósico. Y ese cretino, estúpido pero entrañable señor que vestía una americana que parecía salida de un contenedor de Humana, que conducía un mini mientras se lavaba los dientes, que tenía un osito de peluche como mejor amigo y odiaba un Reliant Robin de color azul, ese inglesucho friki e introvertido, se convirtió en el nuevo referente de la casa.

Ya han pasado 25 años desde el estreno de Mr. Bean, y unos cuantos menos desde el último capítulo que vimos mi abuelo y yo. En nuestras últimas tardes juntos rememoramos todos los episodios de la serie (incluso el del empache de ostras, nuestro menos favorito), volviendo a reír con cada anécdota del inglés, esta vez en DVD. Y cuando acabaron los títulos de crédito del último episodio lo vi claro. A partir de ese día me tocaba a mí propagar esa obra de arte de la comedia no verbal, esa sitcom brillante con toques de slapstick, brindar a la generación que toque ese regalo divino (o extraterrestre), ya sea mediante DVD’s gastados o con el formato que se lleve en el futuro. Pero sea con el soporte que sea, de lo que no hay ninguna duda, es que las estelas de mi abuelo y de Mr. Bean, brillaran eternamente.

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