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Resulta difícil concretar la duración exacta del litigio que centenares de pequeños administradores de oficinas de correos del Reino Unido mantuvieron contra el Servio Postal británico. El guion de Gwyneth Hughes arranca con el cierre del pequeño puesto regentado por Alan Bates (Toby Jones) –el proceso propiamente dicho empezaría años después– pero las ramificaciones de aquel conflicto inicial todavía siguen extendiéndose por distintas salas judiciales de las islas. Mr. Bates contra Correos
En todo caso, desde que en 2003 el señor Bates se vio obligado a bajar la persiana de su oficina postal acusado de fraude por la administración y, hasta 2019, fecha en la que los tribunales determinaron que el sistema informático Horizon instalado por correos fue el causante de esos descuadres contables que afectaron a centenares de empleados, transcurrieron casi dos décadas.
En lugar de extenderse en una narración de largo recorrido los guiones de Hugues buscan la concentración, lo que acrecienta el vértigo del paso del tiempo
Cuando en la lucha de David contra Goliat los vencedores pertenecen a la clase trabajadora, las victorias son tan humildes que un analista económico no tardaría en calificarlas de derrotas a tenor del tiempo empleado y los nulos beneficios pecuniarios obtenidos. Pese a las pérdidas millonarias que estos subcontratados por el Servicio Postal tuvieron que asumir -pérdidas que no solo se tradujeron en acusaciones por robo, fraude y falsedad o condenas penales, sino en suicidios- su triunfo no obtuvo una retribución económica que las cubriese; la compensación tuvo más que ver con la dignidad de saberse en posesión de la verdad, una verdad validada por el mismo sistema que, por el camino, se había cobrado unas cuantas vidas, había destrozado familias y condenado a la depresión a decenas de personas infectadas de impotencia y sumidas en la bancarrota. Mr. Bates contra Correos
A tenor de lo expuesto, hay dos elementos fundamentales que conviene destacar para tratar de entender el funcionamiento de Mr. Bates contra Correos, miniserie de cuatro episodios de la ITV que hoy estrena Movistar Plus + que narra esta odisea coral en la que Bates figura como punta de lanza de una causa común, cuerpo de un relato que se esfuerza por mostrar algunas de las muy diversas casuísticas presentes en todo el proceso (pese al factor común, la serie desgrana las experiencias de varios afectados, y va acumulándolas, para insistir en que cada persona es un mundo).
El primero tiene que ver con la cronología de los hechos. En lugar de extenderse en una narración de largo recorrido – dos décadas dan para bastante más que cuatro capítulos – los guiones de Hugues buscan la concentración, lo que acrecienta el vértigo del paso del tiempo: mientras las vicisitudes se acumulan en virtud de las constantes elipsis, la situación de los personajes apenas varia. Es como si a Sísifo le cambiasen el decorado cada vez que sube la piedra a la montaña.
La serie goza de un impecable dirección de actores que jamás se entrega al parlamento afectado, sino que saca petróleo de un buscado naturalismo extraído de la gente de a pie
El tiempo atropella a los personajes de manera violenta, como cuando la madre de Jo Hamilton (Monica Dolan) le anuncia que tiene cáncer y, por corte directo, pasamos al momento inmediatamente posterior a su funeral. La idea de que, toda vez que uno está inmerso en un caso de tales dimensiones, todo lo que hay a su alrededor -amigos, familia, pareja, trabajo- se consume como un bosque en un descontrolado incendio forestal, está bien plasmada.
El segundo apunte tiene que ver con la épica, que aquí queda materializada en los enfáticos acompañamientos musicales de Vince Pope para reforzar las no pocas escenas emocionantes que la serie contiene, especialmente en su tramo final (necesitarán un camión de Kleenex). Tan manido recurso contrasta con una impecable dirección de actores – y con un casting pluscuamperfecto- que jamás se entrega al parlamento afectado, sino que saca petróleo de un buscado naturalismo extraído de esa gente de a pie que se pone nerviosa delante de un juez, que reacciona airada frente a la injusticia, pero sin estar en posesión de un discurso elaborado, que tartamudea cuando se le repregunta, …
Ni siquiera el retrato del monstruoso Servicio Postal es burdo, más allá de reflejar que el sistema articula tantos mecanismos de autoprotección que lo hace prácticamente invulnerable. Si exceptuamos la figura de Paula Vennells (Lia Williams) una culebra empresarial que serpenteó cualquier responsabilidad y que depuraba su mala conciencia ejerciendo de sacerdote anglicana, el balance en el diseño de personajes es incontestable, basta con observar la evolución de la ejecutiva del Post Office, Angela Van Den Bogerd (Katherine Kelly) cuya progresiva toma de conciencia la conduce a su derrumbe final. En todo caso, Mr. Bates contra Correos resume un descalabro sistémico sustentado en la dejación de funciones, primero, y por la no asunción de responsabilidades, después. Por cierto, pese a todo el daño causado, nadie ha pisado la cárcel ni ha sido condenado por tan escandalosas prácticas.
Si hablamos de retrato sistémico es porque así nos induce a pensarlo la dirección de James Strong (Vigil, Broadchurch), quien insiste en oponer la escala humana a la de los edificios institucionales, el hombre como víctima de unas instituciones ‘desmesuradas’ ergo ‘descontroladas’. El trabajo de realización -más allá de los innecesarios desmanes melodramáticos ya mencionados y que quedan refrendados en una espantosa, por enfática, aérea toma final- no solo es efectivo (el uso del reencuadre como sinónimo de atoramiento), sino que también incluye algunos aportes de interés.
Si, por un momento, se deja de utilizar el dinero como única unidad de medida, se entenderá la importancia de ese sustantivo incontable llamado dignidad. De eso va ‘Mr. Bates contra Correos’. Y funciona
Pensemos, por ejemplo, en los dos encuentros que, en el episodio final, el abogado defensor mantiene con el empleado de Fujitsu, empresa que ha desarrollado el software Horizon, para que este le confirme que, pese a lo que afirmaban desde el Servicio Postal, el programa podía ser controlado (y manipulado) de manera remota, lo que explicaría los multimillonarios descuadres contables y el hecho de que los subcontratados postales no se hubiesen quedado ni con un penique de ese dinero extraviado (dinero que, por cierto, años después aparecería como parte de los beneficios de la empresa).
En la primera cita (secuencia A), en la que solo están el letrado y el delator, este último se sitúa a la izquierda del encuadre. Ambos están en una cafetería y pese a la utilización de planos medios, hay cierto aire alrededor de la figura del confidente que dará su versión de los hechos pero se negará a declarar ante un tribunal.
En el segundo encuentro (secuencia B), ya con Bates presente y que tiene lugar en el mismo sitio, el testigo ocupará la parte derecha del plano. La presencia del abogado y de Alan, la frontalidad de la cámara y la colocación del futuro declarante entre ambos aumenta los índices de presión sobre él, que acabará cediendo. Una presión que se observa, además, en lo despejado del contraplano que reúne a Bates y su jurista y en el doble travelling hacía adelante que cierra la secuencia y que ‘empuja’ al soplón a dar el paso definitivo. Su cambio de posición en el encuadre entre la secuencia A y la B, implica una modificación en su toma de decisiones.
Puede que algunos le adjunten el adjetivo de pírrica a la victoria de Alan Bates y los otros 554 trabajadores del Servicio Postal. Sin embargo, si, por un momento, son capaces de dejar de utilizar el dinero como única unidad de medida, entenderán la importancia de ese sustantivo incontable llamado dignidad. De eso va Mr. Bates contra Correos. Y funciona.