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Existe un lugar más allá de los contornos de la literalidad donde el nuevo novio de tu ex novia luce un uniforme militar con la insignia extirpada, adorna su sobreboca con un conciso bigotito encanecido y se pasea por la fiesta de turno repantingado en una silla de ruedas como el puto amo del cotarro, bajo el nombre de Adolf Hitler. Un espacio metafórico dentro del cual el mejor amigo de tu nueva novia, ese ente de cuyas intenciones aparentemente inofensivas desconfías porque con toda seguridad anhela introducir sus manazas en las regiones inciertas de tu chica, hace acto de presencia bajo la apariencia pulpina de un monstruo alienigena cuya cabeza e innumerables extremidades son nada más y nada menos que pollas inquietas y espumeantes. Un rincón, de espíritu hiperbólico andaluz, en el cual la antesala nerviosa al sexo con una desconocida se traduce no en impotencia sino en ausencia, hallándose perdido el miembro viril en alguna de esas discotecas donde te las prometías tan felices.
El universo de Man Seeking Woman, la nueva comedia de la FX escrita por Simon Rich, no es un universo fantástico situado en una región espacio-temporal especial donde la magia sea un elemento orgánico. Tampoco un universo realista donde lo inverosímil tenga lugar bajo el desconcierto científico, aún inmaduro para explicar los acontecimientos. Al igual que en Birdman, las manifestaciones sobrenaturales que tienen lugar en el periodo posruptura sentimental de nuestro protagonista Josh (Jay Baruchel) son la transcripción romántica de acontecimientos emocionales de lo más banales -no por ello menos relevantes-.
La exageración cómica estira la realidad como un niño estira un chicle seco y sin sabor. Un ejercicio posmoderno de deformación estética que se mantiene en pie gracias a un contrato fantasma a través del cual el espectador acepta que lo que aparece en pantalla no está ocurriendo de verdad. La vida de Josh es tan aburrida y realista como la de todos nosotros, pobres esclavos de la mediocridad, pero el relato nos regala esta mutación para obligarnos a tomarlo con la resignación alegre de quien ríe. Elimina lo fabuloso y absurdo y todo cuando te quedará será la crónica, nada novedosa, del regreso de un mindundi sin carisma al mundo de la soltería -y de la soledad-.
«Tras ese humor alegórico se esconde un discurso honesto acerca de la capacidad de las emociones para subjetivar y desvirtuar la experiencia de la realidad»
El realismo mágico de la serie, sin embargo, no responde solo a una cuestión de distorsión festiva. Tras ese humor alegórico que convierte un dramedia disromántico en sketches dignos de una fusión nuclear entre José Mota y Bobobo, se esconde un discurso honesto acerca de la capacidad de las emociones para subjetivar y desvirtuar la experiencia de la realidad. Nada más ciego que un hombre abandonado tras seis años de relación que vaga por los recuerdos con el corazón aún etiquetado. Nada más onírico que la digestión del mundo de alguien que ha perdido toda clase de autoestima. Lo que Louie, representante de la decadencia anímica de los cuarenta, recita con realismo plomizo, lo hace Man Seeking Woman, representante de la nueva decadencia anímica de los veintitantoslargos, en clave paródica.
La comedia que respiran los tiempos actuales abandona la búsqueda de la risa en la burla descafeinada de la otredad y se encamina hacia una profunda reconsideración del fracaso propio como fuente de carcajada. Lo que en cualquier pueblo se conoce como reírse de uno mismo. La desnudez como arma burlesca pero también como testimonio dramático. La comedia viva. Protagonizada por perdedores que parecen más cadáveres que vivientes, pero viva al fin y al cabo. Con la habilidad coctelera para referenciar en un mismo episodio, y no en forma de cita esporádica sino integrada en las hechuras de la narración, a la comedia romántica, al cine familiar canino y a la controvertida película serbia The Human Centipede. No es El Fin de la Comedia, como anuncia Ignatius a lo largo de sus seis brillantes episodios, sino que una nueva comedia, más sustancial y de la que él participa, desembarca en nuestras pantallas con la confianza y determinación de un ejército de pelusas gigantes en Alérgicolandia.