'Machos alfa': machirulos, feminazis y viceversa
Crítica de la segunda temporada

‘Machos alfa’ T2: machirulos, feminazis y viceversa

'Machos alfa' vuelve con una segunda temporada que, a pesar de ser más concisa, compacta y ágil, sigue pecando de conservadora y tan tópica como los clichés que reproduce.

Fotograma de la segunda temporada de 'Machos alfa'.

Machos alfa puede verse como el destilado de la telecomedia generalista española tras pasar por el filtro de las plataformas de streaming. A las fórmulas dramáticas y estéticas largamente testadas en el abierto por los hermanos Laura y Alberto Caballero con un éxito de público fuera de toda duda – ahí están las 13 temporadas de La que se avecina y su buen funcionamiento en todos los frentes (Tele5, FDF, Prime Video)-, réstenles el precio de los peajes de la televisión tradicional y obtendrán como resultado Machos alfa. Temporadas más cortas y episodios más breves son el envoltorio que empaqueta un producto más conciso, compacto y, sobre todo, con un ritmo mucho más ágil.

‘Machos alfa’ sigue siendo, en su segunda entrega, una serie conservadora que se quiere políticamente incorrecta

En esta comedia coral sobre cuarentones tardíos vapuleados por sus respectivas crisis existenciales, la concentración se traduce en secuencias más breves, en la utilización de recursos propios del vodevil (la casualidad o el equívoco como se observa en el gag de la chica con silla de ruedas que cierra el capítulo segundo), también en una fotografía más estilizada y luminosa posibilitada por el abandono parcial de los sets de rodaje en favor de los exteriores – todas las desventuras que vive Esther (Raquel Guerrero) como profesora de autoescuela, por ejemplo- lo que ayuda a ventilar una serie que se vuelve mucho más ligera que sus precedentes, siempre empujada por el viento favorable que supone la inclusión de piezas de música clásica, un recurso que oscila entre la legitimación cultural (del costumbrismo de mantel de hule a la comedia urbana de gastrobar de la Gran Vía) y la impresión de una cadencia de allegro vivace que dota de brío al conjunto.

Machos alfa

Un peculiar grupo de ‘machos alfa’ atravesando diferentes crisis existenciales. / Fotografía: NETFLIX © 2023

Por lo demás, y más allá de la actualización/españolización de patrones temáticos propios de la screwball comedy de los años 30 y 40 (comedias urbanitas y dinámicas con la guerra de sexos como resorte dramático), Machos alfa sigue siendo, en su segunda entrega*, una serie conservadora que se quiere políticamente incorrecta, pues desde la atalaya de la equidistancia se esfuerza por poner en solfa los comportamientos ‘extremos’ de hombres en fase de deconstrucción – ejemplares de masculinidad tóxica pillados a contrapié un mundo que se mueve en una dirección opuesta a la suya- y mujeres a la búsqueda de una emancipación multiforme (laboral, emocional, sexual) que no termina de completarse. Se trata, en definitiva, de que ellos se pongan unos stilettos y ellas unas botas de obra para demostrarnos que no somos tan distintos, que nos unen más cosas de las que nos separan.

La serie evita a toda costa cualquier análisis profundo de las (socialmente más que visibles) diferencias entre hombres y mujeres. La violencia doméstica, la desigualdad salarial, los desequilibrios en la conciliación familiar, el lenguaje inclusivo o cualquier otro tópico que se les pueda ocurrir -y que, a buen seguro, ha aparecido, aparece o aparecerá en Machos alfa– recibe el tratamiento que se les asigna a los estereotipos y, entre cliché y cliché, la cosa alcanza las complejidades de una conversación de barra de bar (y puede que ese efecto espejo sea el que conquiste a buena parte de una audiencia que se siente reconfortada al verse al otro lado de la pantalla).

Una serie de puro convencional, tan tópica como los clichés que reproduce, ni machista ni feminista

La producción de Netflix pierde de vista el contexto en el que se dan esas relaciones (las cuestiones de clase), el impacto de los conflictos ya sean sistémicos (perder un trabajo) o individuales (romper una pareja) es prácticamente inocuo porque los personajes siguen viviendo bien y esos contratiempos no buscan más que detonar chistes (la mayoría de ellos verbales, dicho sea de paso). Al final se busca cierta igualación de roles desatendiendo cualquier perspectiva histórica (¿quién ha ocupado, tradicionalmente, las posiciones de poder?) y se dibuja una sátira tan punzante como un Plastidecor usado, haciendo malabares con la ambigüedad – toda la parte metaficcional de esta segunda temporada, con Pedro (Fernando Gil) desarrollando una serie llamada Machos alfa cuyo título, claro, es irónico- para molestar mucho menos de lo que parece.

María Hervas es Daniela. / Fotografía: NETFLIX © 2023

Así pues, Pedro, el exdirectivo de televisión recién separado de su mujer influencer (María Hervás) que ahora es contratado por una productora como responsable de ficción verá cómo su jefa reproduce patrones de acoso en una inversión de roles que imita los postulados demagógicos de aquella película de Barry Levinson de cuyo nombre no quiero acordarme, pero me acuerdo (Acoso). Al tiempo, se enfrenta a tres guionistas que desarrollan series desde una óptica feminista, mujeres intransigentes y malencaradas, salvo una de ellas que asume el papel de gregaria “por sororidad”.  Además, tendrá que acoger a su amigo Raúl (Raúl Tejón), recién separado de Luz (Kira Miró), un vivales de casi cincuenta tacos que parece un clon fit del Amador (Pablo Chiapela) de La que se avecina (a poco que uno analice los personajes detectará trazas de anteriores creaciones de los Caballero).

También está, Luis (Fele Martínez), ese policía local en fase de cambio que enfrenta una relación abierta para evitar el divorcio y observa como Esther, su esposa, no entiende su viaje hacia el universo de las nuevas masculinidades (he aquí una mujer macha-facha que diría Cristina Morales). Y por último nos queda Santi (Gorka Otxoa), alguien que parte a la búsqueda de su realización profesional (dejar el mundo de la tasación y centrarse en la arquitectura) mientras se esfuerza por granjearse cierta autonomía sentimental tras un regreso fugaz con su exmujer Blanca (Cayetana Cabezas) que termina en nueva ruptura (que Gorka Otxoa sigue siendo el Chema de Pagafantas parece evidente, por más que Tinder -y su hija- mejoren su ratio de conquistas amorosas).

Machos alfa

Gorka Otxoa es Santi, un pagafantas habitual.  / Fotografía: NETFLIX © 2023

Al final, el peso de la narración recae sobre las espaldas del cuarteto masculino, mientras ellas van ocupando espacios secundarios que se agrandan o se encogen en función de lo que hagan o dejen de hacer sus desastrosas (ex)parejas. La serie se titula Machos alfa, así que tampoco cabía esperar otra cosa, pero no es menos cierto que en ese intento de buscar equivalencias entre unos y otras se establece una relación de dependencia (asimétrica) tal que ni siquiera una profesional liberal con holgura económica como Luz puede protagonizar una trama autónoma desvinculada de las estrafalarias desventuras de Raúl, más que nada porque su arco dramático sólo se entiende en relación con él.

Un signo más del conservadurismo de una serie de puro convencional, tan tópica como los clichés que reproduce, ni machista ni feminista. Si quieren ver masculinidades deconstruidas, pónganse Girls.

* Esta crítica se ha escrito tras haber visto los tres primeros episodios de la segunda temporada de Machos alfa (y después de haber sufrido los diez de la primera).

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