Comparte
(artículo anterior – episodio 7)
En una tienda del campamento que asedia el Castillo de Aguasdulces, Jaime Lannister habla con Edmure Tully, prisionero de los Lannister a la vez que legítimo señor del castillo asediado. El Matarreyes se esfuerza en remarcar que no se trata de una negociación entre iguales tanto como Edmure en apelar a su código moral. Ambos en vano, porque Jamie ha visto en los ojos del señor de los Tully la misma debilidad que lo impulsa a él: el amor. El toma y daca entre los dos se mueve al margen del honor y del interés general de sus respectivas casas. Se trata de hombres que ponen por delante un sentimiento estrictamente personal que divide el mundo entre la gente que no les importa lo más mínimo y aquellos por los que lo darían todo. Y rendir el bastión de los Tully es poca cosa si es para asegurar el bienestar de la familia amada. Como dice Jamie, “Las cosas que hacemos por amor”.
Uno de los aspectos donde Juego de Tronos exhibe una mayor excelencia es en el denso entramado en que atrapa a todos sus personajes. Estamos acostumbrados a que cada batalla dialéctica revele una situación compleja en la que los protagonistas deben elegir entre un camino malo y otro peor. Hagan lo que hagan, no existe la win-win situation. Muchas veces los elementos que más pesan en la balanza suelen ser el instinto de supervivencia, la voluntad de poder o algún otro tipo de interés de baja estofa. Al otro extremo, figuras como Brienne de Tarth se rigen por el honor y la bondad, motivaciones morales intachables. Pero los personajes que se mueven por amor se sitúan más allá del bien y el mal. Impulsados por un sentimiento de entrega a otro, harán cuanto esté en sus manos ignorando cualquier otra consideración. Quizá la Casa Stark sea el ejemplo más nítido de la primacía del amor sobre las demás motivaciones y de las desastrosas consecuencias de mezclar las emociones con la lucha por el poder. Los norteños, fuertes por fuera, albergan su flaqueza en el corazón.
«Arya Stark se ha mantenido viva gracias al ansia de sangre, pero se ha reencontrado a si misma gracias al amor»
Aunque Arya Stark no estaría de acuerdo con igualar el amor con la fragilidad. Al final, la pequeña que fue criada en lo más parecido a un hogar lleno de cariño, ha sacado la fuerza para no convertirse en “nadie” de la marca que dejó en ella el amor de su familia. Para ella, “Stark” no simboliza unas tierras o unos privilegios, sino el calor de Cathlyn, Eddard y sus hermanos. Y cuando lo había perdido todo y podría haberse entregarse al Dios de las Mil Caras en cuerpo y alma, el poder de una emoción ha desplazado a cualquier otra lógica. Arya Stark se ha mantenido viva gracias al ansia de sangre, pero se ha reencontrado a sí misma gracias al amor. Y es que si hemos hablado a lo largo de la temporada de la fuerza de la negatividad para la formación de una identidad, el capítulo ocho nos recuerda que también hay que tener en cuenta lo positivo. Sin duda, el thanatos es el protagonista de la serie, pero el eros es igualmente fundamental.
Platón situó el amor en el centro de la condición humana para el pensamiento occidental. Su obra, El Banquete, se dedica a analizar y elogiar la figura de Eros, un dios olvidado por los grandes poemas épicos griegos hasta el momento. Precisamente, defiende que Eros no es un dios, sino un ser a medio camino entre el hombre y la divinidad. Eros sería el mensajero que dirige nuestra naturaleza mortal hacia lo más noble, bueno y deseable que hay en el mundo. Como le dicen los miembros de La Hermandad a Sandor Clegane, hacia “aquello más grande que nosotros mismos”. Pero Platón es también consciente que el amor es hijo de una carencia. Solo deseamos aquello que no tenemos, y es así como el mismo Banquete narra la historia del alma humana como la de una esencia fragmentada. El amor es pues, para Platón, no un fin en sí mismo, sino un medio para el fin más importante: reconstruir la integridad perdida del alma en su caída al mundo terrenal.
«Las motivaciones de Cersei, la villana por excelencia, en el fondo no se diferencian del amor de madre de Cathlyn Stark, un ideal de rectitud en nuestra memoria»
Pero el problema del amor es que, como hemos dicho, transciende la justicia y la razón. En otras palabras, contra Platón, es más importante amar que amar a algo bueno. Jaime y Cersei han quebrantado todas las convenciones morales imaginables en aras de su amor, y Jaime nos recordó ayer que seguirá haciéndolo. La cara de Cersei cuando mira desde la distancia a su hijo no es la de alguien que antepondrá el frío raciocinio a los sentimientos por su hijo. Pero cada vez empatizamos mejor con sus ojos llenos de rabia. Quizá nos convenza una de las asociaciones menos aparentes que Jaime intentó dibujar: las motivaciones de Cersei, la villana por excelencia, en el fondo no se diferencian del amor de madre de Cathlyn Stark, un ideal de rectitud en nuestra memoria que, si elegimos recordarla por lo que hizo más que por cómo murió, estuvo manchada por la misma cara oscura del amor de madre que justifica las acciones de Cersei.
La transición de la negatividad de la muerte a la positividad del amor, sostenida por el poder generativo de la venganza durante el viaje, es una estructura repetida por muchos personajes de la serie porque es un motor inagotable de conflicto dramático. Juego de Tronos nos habla de las pulsiones básicas desde la ambivalencia: el amor por la familia es el causante de las desgracias entre las diferentes casas, la venganza salva almas descarriadas como Arya o Clegane, y los individuos prudentes y templados como el Pez Negro acaban mordiendo el polvo. Solemos decir que el melodrama está en las antípodas de la obra de arte compleja, del canon de la HBO. Pero, en el fondo, una narrativa serielizada jamás puede escapar de los mecanismos culebronescos que tanto solemos criticar. La diferencia está en que, cuando la moraleja de la caja tonta deja espacio a las contradicciones, se convierte en la caja lista -que diría la estudiosa de la televisión, Concepción Cascajosa-. Juego de Tronos deja que las cosas sean malas y buenas a la vez, y por eso la amamos tanto.