'La Unidad Kabul': el polvorín afgano
Crítica de la serie (Movistar Plus+)

‘La Unidad Kabul’: el polvorín afgano

'La Unidad' vuelve a Movistar Plus+ reconvertida en un thriller bélico salpicado de aventura en una tercera temporada que traslada la acción a tierras afganas.

Natalie Poza es Carla Torres en 'La Unidad Kabul'.

La tercera entrega de la serie creada por el guionista Alberto Marini y el director Dani de la Torre -uno de los hits de Movistar Plus + a tenor de su longevidad- se desplaza de territorio español a tierras afganas durante la evacuación de civiles antes de la toma del país por parte de los talibanes (estamos en agosto de 2021).

Ese distanciamiento argumental – recuerden que en las temporadas precedentes el grupo antiterrorista se dedicaba a desactivar atentados en suelo español– no pone en peligro la continuidad del conjunto, puesto que al cambio de localización geográfica se opone el mantenimiento de algunos de los personajes principales y el punto de partida temático: los agentes de la unidad se encuentran en Kabul para reunirse con un contacto que les facilite información sobre el tráfico de armas a Europa.

La Unidad Kabul está disponible en Movistar Plus+.

La ofensiva talibán sobre la ciudad de Kabul, la retirada hacía Pakistán de las milicias muyahidines y las incursiones del ISIS K tensionan el escenario en el que se desarrolla una ficción que busca en todo momento adherirse a los hechos históricos (la cronología narrativa arranca el 10 de agosto de 2021, cinco días antes de que el ejército talibán tomase de nuevo la capital). A esa voluntad testimonial, refrendada por unos créditos finales que denuncian la situación que, hoy en día, sigue viviendo el país, hay que sumarle una disposición argumental que se bifurca en cuatro líneas narrativas.

El intercalado continuo de las cuatro líneas de alta tensión culmina en un relato enérgico marca de la casa, apuntalado por un excelente diseño de producción

La primera la conducen la inspectora Miriam (Marian Álvarez), su compañera Najwa (Fariba Sheikhan) y su enlace afgano, Massoud (Mehdi Regragui), todos ellos capturados en el camino de vuelta a la embajada tras una fallida reunión con un informante, retenidos por una guerrilla muyahidín en un control de carretera. El segundo hilo argumental lo protagoniza el jefe del Grupo de Investigación, Marcos (Michel Noher), que huye en solitario tras escapar del checkpoint y trata por todos los medios de regresar con los suyos.

El tercer eje narrativo lo encabeza Carla Torres (Natalie Poza), excomisaria jefa ahora al servicio de una corporación privada con intereses en la zona, oficialmente enviada al lugar del conflicto para ayudar en la repatriación de algunos empleados, aunque su objetivo ulterior sea ejercer como mediadora independiente en la operación de extracción de sus excompañeros (y de su exmarido) puesto que el estado español no está autorizado a pagar rescates (los muyahidines, lógicamente, han puesto precio a la cabeza de sus prisioneros). La última de las tramas la lidera Fazela (Shabnam Rahimi), esposa de Massoud y jefa de cirugía en un hospital de Kabul que comprueba en sus carnes como la irrupción de los talibanes la priva de su autoridad, la reduce a mero personal asistencial y, finalmente, cuestiona su derecho a seguir respirando por el hecho de pertenecer a la corriente chiita (es una lástima que, a las claras intenciones de denuncia que exhibe la serie, no se le añada una pequeña adenda didáctica que explique, aunque sea someramente, la diferencia entre chiíes y suníes).

El intercalado continuo de esas cuatro líneas de alta tensión -pues todo son rescates/huidas/negociaciones a contrarreloj– culmina en un relato enérgico marca de la casa, apuntalado por un excelente diseño de producción, unas localizaciones que buscan reproducir el realismo del material de archivo que se muestra al inicio del primer episodio, y una concentración geográfica mayor que en las entregas anteriores, que, a la postre, resulta beneficiosa para una propuesta armada como una olla exprés (busca acumular la máxima tensión para liberarla en el último instante; una narración más deslocalizada tiende a proporcionar ciertos instantes de respiro; aquí, por más que tengamos cuatro subtramas, todas se sitúan en el mismo país -con algunos excursos a la sede del CNI- y comparten estructura, conflictos y objetivos).

Miriam (Marian Álvarez) y su compañera Najwa (Fariba Sheikhan).

Por lo demás, los seis episodios de La Unidad Kabul mantienen vivas las constantes que le han hecho popular entre la audiencia. El gusto por las set pieces espectaculares (con esa extracción, situada en el quinto episodio, que se mira en la estética de los videojuegos third-person shooter a la cabeza), la implacabilidad a la hora de eliminar personajes relevantes (evitaremos aquí cualquier spoiler) o la búsqueda de nuevas formas para plasmar el horror terrorista (el atropello masivo de la primera temporada, el asalto al colegio en la segunda y el atentado con chaleco bomba en esta última).

El abuso de determinados recursos deriva en pobreza estética

Al contrario que en las dos entregas previas, hay un mínimo interés por explicar el calvario que atraviesa la población civil afgana – el tratamiento de lo musulmán en las temporadas 1 y 2 procedía de una multicopista reproductora de clichés negativos -, si bien, en ningún momento, se entra a valorar cómo las intervenciones de los países occidentales (británicos, soviéticos y estadounidenses) en aquella área han influido en el estallido del conflicto actual. Para eso, tendrán que verse The Americans (Joseph Weisberg, 2013-2018) o The Old Man (Robert Levine, 2022).

Ahora bien, no es menos cierto que la producción de Buendía Estudios también repite errores del pasado. Aunque el montaje sea menos arbitrario que en las tandas de episodios precedentes, el abuso de determinados recursos deriva en pobreza estética, desde las repetidas (y mecánicas) tomas con dron para sacarle partido al paisaje a la manipulación de las emociones practicada desde la banda sonora, con las composiciones de Manuel Riveiro dándoles pellizquitos a nuestros corazones (especialmente llamativo es el momento en el que Miriam mantiene una videollamada con su hija en el capítulo final, aliñado con un travelling de acercamiento y una buena dosis de música para que los lagrimales no se nos despisten).

De hecho, incluso la mejor secuencia de la temporada termina por desgastarse por el uso (hay repetición sin variación). Nos referimos a ese plano sostenido que registra la llegada de Fazela al control de acceso a la embajada española. La toma en continuidad, su proximidad a los cuerpos que conforman esa turba que desea a toda costa huir de su país, el crescendo que se genera a través del tratamiento del sonido, … Una secuencia que derrocha fisicidad, que transmite agobio e inquietud y que termina desvirtuándose cuando la vemos por tercera vez en apenas un par de episodios.

Natalie Poza es Carla Torres, ex-comisaria jefa al servicio de una corporación privada.

También lastran el conjunto algunos detalles de guion (señales telefónicas que se activan cuando más se las necesita; una ejecución múltiple en la que mueren todos menos los protagonistas, aunque sean los presos más valiosos), la acumulación de conflictos (como si la situación no fuera lo suficientemente desesperada, incluimos la cuestión del aborto en plena reconquista talibán) o un deseo de verismo que precisa de incorporar reiteradas traducciones que duplican los diálogos, algo que, en varios pasajes, entrecorta la fluidez del relato.

Resumamos La Unidad Kabul como un thriller bélico salpicado de aventura (toda la peripecia de Marcos) que arremete por tierra, mar y aire contra la injusticia que sufre el pueblo afgano, que, sin profundizar en exceso, describe la dura situación que vive cualquier sospechoso de desafección al régimen, en especial las mujeres, y que pondrá a hacer palmas con las orejas a cualquier militar que la vea, pues la imagen que se ofrece del ejército español parece salida de un publirreportaje pagado por el Ministerio de Defensa (nuestros soldados son valerosos, abnegados, solidarios). En eso, la serie tampoco ha cambiado: siempre tuvo claro quienes eran los buenos y quienes los malos.

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