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La rueda del tiempo ha sido siempre una serie que nacía con varios obstáculos a superar. Por un lado, estaba el historial de intentos fallidos de adaptación de la larguísima saga literaria de Robert Jordan, incluida la extraña emisión, en 2015, de un episodio piloto de dudosa calidad a altas horas de la madrugada en el canal de cable básico FX.
Por el otro, la sombra de otra adaptación literaria de fantasía en la que Amazon se había gastado un cuarto de millón de dólares antes de haber escrito una sola coma del guion y cuyo estreno estaba previsto para casi un año después de que La rueda del tiempo llegara a la plataforma: Los anillos de poder, la precuela de El Señor de los Anillos.
Con semejante Miura en el horizonte, era un poco inevitable que la primera toma de contacto con la búsqueda del Dragón Renacido y las encauzadoras de los tejidos mágicos del Poder Único se viera como, simplemente, algo que ofrecer a los fans de la fantasía épica hasta que se viera, por fin, ese regreso a la Tierra Media.
Y la primera temporada de la ficción no ayudaba a despejar esa sensación porque es, precisamente, fantasía tolkeniana de manual: un grupo de jóvenes parte en un peligroso viaje porque uno de ellos está llamado a ser quien derrote al Oscuro, el gran villano de la historia, en la Última Batalla entre la Luz y la Oscuridad. En su periplo, hasta atraviesan una ciudad maldita como las Minas de Moria.
El gran problema de ‘La rueda del tiempo’ ha sido tener a unos protagonistas que de tan tercos, egoístas y cobardes, resultan sumamente idiotas e irritantes.
Sin embargo, en aquellos episodios sí había algunos detalles que apuntaban a algo un poco más interesante si Rafe Lee Judkins y el resto de guionistas se animaban a ello. Por un lado, teníamos a las Aes Sedai, las mujeres capaces de canalizar el Poder Único, que entrenan en la Torre Blanca de Tar Valon y se organizan en diferentes grupos, marcados por color, según su cometido. Teóricamente, deben neutralizar a los pocos hombres que canalizan, que acaban volviéndose locos, y velan por todos los habitantes del mundo, pero también generan desconfianzas. Hasta hay una orden de caballería, los Capas Blancas, que se dedica a perseguirlas.
Por la otra parte, quien debería de guiar a estos chicos en su viaje, la Aes Sedai Moraine, está casi tan perdida como ellos. Su empeño por explicarles muy poco de lo que les espera no ayuda a que se fíen de ella, pero es su manera de evitar que descubran que tiene miedo de no estar a la altura de lo esperado cuando encuentre al Dragón Renacido. Estos detalles, sin embargo, se perdían en lo que ha sido siempre el gran problema de La rueda del tiempo, que es tener a unos protagonistas que de tan tercos, egoístas y cobardes, resultan sumamente idiotas e irritantes.
El arco que varios de ellos han tenido en la segunda entrega, en el que debían superar el miedo a su propio poder y a su verdadera naturaleza, ha lastrado la primera mitad de episodios precisamente porque gente como Nynaeve, con todo su enorme poder sin domar, terminaba siendo insufrible de lo obstinada que era en negarse a aceptar que existía dicho poder en ella. Su táctica era “si hago como que esto no está aquí, no está aquí”, y no la cambiaba ni aunque causara dolor y muerte a su alrededor.
Lo mismo ha ocurrido con Rand, el Dragón que fracasa en su primer intento de evitar la llegada del Oscuro: está tan asustado de lo que es capaz de hacer, que crea una situación mucho más peligrosa de la que pretendía evitar al huir y hacer creer a todos que estaba muerto.
Hasta Moraine ha caído en la misma trampa, demasiado traumatizada por perder el contacto con el Poder Único. A cambio, lo que La rueda del tiempo ha ganado son unos villanos con una caracterización mucho más interesante de lo habitual en el género. Tanto Ishamael como Lanfear, los dos seguidores del Oscuro que regresan al mundo, tienen sus propios objetivos más allá de garantizar la vuelta de su señor, y recelan de los demás que aún no han sido invocados.
La rueda del tiempo se encuentra ante el momento que puede consagrarla como un añadido muy estimable al canon del género, o una ficción que no supo aprovechar la inercia de una buena segunda mitad de la temporada.
La serie se esfuerza en mostrar que sus razonamientos pueden ser atractivos para que, por ejemplo, Rand considere pasarse a su bando y, de paso, complica el clásico enfrentamiento entre el Bien y el Mal que suele ocupar el centro de estas historias. Porque si hasta Lanfear duda a veces entre su amor genuino por el Dragón y su propósito final, la serie resultante es más entretenida.
Los otros grandes villanos de la temporada, los seanchan con sus mujeres canalizadoras esclavizadas y convertidas en armas de destrucción masiva, también han contribuido a elevar lo que estaba en juego y a mostrar a sus ingenuos protagonistas que sus decisiones, o su inacción, tienen consecuencias muy reales.
Ese imperio que llega desde el otro lado del mar está dispuesto a luchar por la Luz hasta el final, pero lo hace utilizando unos métodos cuestionables, como mínimo. Y en su construcción para la serie resulta interesante que se decidiera que todos sus integrantes hablaran con acento estadounidense, algo muy poco común en la fantasía televisiva y que apunta a que La rueda del tiempo se encuentra ante el momento que puede consagrarla como un añadido muy estimable al canon del género, o una ficción que no supo aprovechar la inercia de una buena segunda mitad de la temporada.
La subtrama sobre la esclavitud de Egwene a manos de los seanchan, por ejemplo, indica que la ficción está dispuesta a meterse en terrenos más serios y más peligrosos para sus protagonistas, y a introducir elementos más imprevisibles como esa nueva Renegada que aparece al final de la entrega (y a quien interpreta Laia Costa, el segundo fichaje español de la serie tras Álvaro Morte) o que Moraine esté definitivamente alejada de la Torre Blanca. Además, esta segunda temporada también se ha atrevido a elevar un poco el atrevimiento formal en el vestuario de los personajes, saliéndose en ocasiones de los patrones clásicos en la fantasía épica.
La rueda del tiempo es café para muy cafeteros; quienes se espantaron cuando vieron al ejército helado de los Caminantes Blancos al final de la segunda temporada de Juego de tronos no son el público al que se dirige la serie, pero los fans del género son más de lo que parece y merecen que estas adaptaciones de grandes best-sellers fantásticos se tomen en serio y vayan creciendo con el paso de los episodios. A la otra serie de fantasía de Amazon le ha costado pero, creativamente, parece tener las cosas más claras que Los anillos de poder.