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Había leído elogios flamígeros sobre Mr. Robot, pero en esto de la seriefilia hay que ir con pies de plomo: al personal se le dispara el mercurio, te dejas imbuir por el éxtasis colectivo y a la hora de la verdad la nueva obra maestra de la televisión mundial es otro bluf ciclópeo. Mr. Robot hedía a nuevo hype, pero mi desconfianza se disipó ante el veredicto emitido por Toni García Ramon en el magnífico artículo “¿La mejor serie del año o un maldito espejismo?” para Jot Down Magazine. Fue el clic que necesitaba para coger impulso y seguir el dictado de los grandes titulares seriéfilos. Entono el mea culpa: vistos los tres primeros capítulos, debo admitir que el hype no mentía.
No parece casual que Niels Arden Oplev, el director de la primera película de la saga Millennium, sea también el director del piloto de Mr. Robot. La nueva serie de USA Network le debe mucho al imaginario ciberconspiranoico de Lisbeth Salander. El siempre encapuchado Elliot (magnífico papel protagonista interpretado por el inquietante Rami Malek) también es un hacker subversivo y autista, enfrentado a una corporación maligna de proporciones bíblicas.
“Elliot lucha contra un vacío existencial ferocísimo, rallando y esnifando pastillas de morfina”
Elliot es un antihéroe postmoderno destinado a convertirse en uno de los personajes más fascinantes de la ficción televisiva yanqui actual. Culebrea por el mundo real como un puto espejismo, incapaz de someterse a las normas más elementales de socialización. Lejos de ser el clásico hacker ególatra con ínfulas de rock star, Elliot lucha contra un vacío existencial ferocísimo, rallando y esnifando pastillas de morfina, droga a la que está alarmantemente enganchado. En sus sienes palpita una venganza: hundir una megacorporación tecnológica a la que culpa de la muerte de su padre. El empujón que necesita para emprender su vendetta a golpe de terrorismo informático se lo dará Mr. Robot, un intrigante hacker anarquista que sigue a pies juntillas uno de los aforismos más certeros de Hunter S. Thompson: “La paranoia no existe. Tus temores más terribles pueden hacerse realidad en cualquier momento”.
Como ya se ha advertido en incontables artículos, la huella de El Club de la Lucha es fácilmente detectable en el vapor esquizofrénico y el pringue subversivo que humedece la película de esta peligrosa cinta. Mr. Robot es un cóctel molotov por la vía ciberterrorista contra la supervigilancia y la instauración de un falso estado de democracia donde el ciudadano es un simple código de barras. El escenario de la serie es una América amenazante atiborrada de opiáceos y abocada a la paranoia post 11-S; su protagonista, es un hijo díscolo de esta pulsión conspiranoica. Elliot nos conduce, a través de un acertado uso de la voz en off, al averno de su debacle emocional –el de muchos miembros de su hornada- y a la abstracción mareante de la acción armada en el ciberespacio. Y el descenso es tortuoso.
“Mr. Robot es un cóctel molotov por la vía ciberterrorista contra la supervigilancia y la instauración de un falso estado de democracia”
El desconocido Sam Esmail ha creado una obra redonda e inesperada en un foro tan modesto como USA Network, hasta hace poco conocida por ser la cadena de la excrementicia Ladrón de Guante Blanco. Viajamos a una Nueva York hiperconectada, lóbrega y tenebrosa. La serie se mueve por ella a un ritmo trepidante, sin remilgos. Sabe ajustar perfectamente sus bpms a las apetencias del espectador y le engancha con giros bien trazados, cliffhangers de babero, diálogos memorables -«¿eres un 0 o eres un 1?»-, monólogos interiores sobrecogedores, personajes muy bien tratados y pirotecnia ciberterrorista de la buena. Hay ecos de Fincher en cada fotograma, cierto, pero en ningún momento molesta la poderosa influencia de El Club de la Lucha. Seguramente porque está tamizada por otras fuentes que también pringan el metraje: David Lynch, Bret Easton Ellis, Don DeLillo, Alan Moore y Hunter S. Thompson también están ahí, en la sensación de control permanente, en la paranoia, en las turbias dimensiones virtuales donde operan los agentes del caos que manejan nuestras vidas desde la penumbra corporativa.
Armada con un lenguaje visual moderno y trufada de buena música (selección impecable), Mr. Robot le habla de tú a tú al espectador desde todos los flancos. El tratamiento de las drogas es de una agresividad y una honestidad que se agradece. El vacío y la sensación de derrota de toda una generación se articulan sin medias tintas. Las relaciones, deshumanizadas hasta el paroxismo. Pero lo más destacable es que una serie de televisión le dedique una mueca de desafío tan radical al status quo desde uno de sus instrumentos más importantes de propaganda: la tele. A algunos les repelará el perfume antisistema estilo Anonymous, pero la serie se sobrepone a dicho efecto y se convierte en algo mucho más excitante. Es peligrosa, sí. Maneja conceptos y actitudes al límite de la moral. Y mola muchísimo. Como decía, otra vez, Hunter S. Thompson: “Nuestras vidas aún están gobernadas por el miedo. Somos como enanos perdidos en un laberinto. No estamos en guerra, estamos teniendo un ataque de nervios”. Mr. Robot ha venido para darnos la píldora roja y demostrarnos que la paranoia no existe. Por ahora, la medicación contra el ataque de nervios funciona.