'La chica del tambor': La espía que me parió - Serielizados
'La chica del tambor'

La espía que me parió

El director surcoreano Park Chan-wook ('Oldboy') coge las riendas de la novela de John Le Carré para darle la última vuelta de tuerca a las intrigas de espionaje.

Florence Pugh en una escena de 'La chica del tambor'.

Las historias de espías usualmente se pueden definir como ficciones que se integran a la realidad para demostrarle a la gente lo vulnerable que es a cualquier interpretación del mundo. Cuando en las secciones de los medios de comunicación se reaviva alguna acusación de espionaje o simplemente se menciona un caso, de lo que se está hablando es de la reivindicación de la teatralidad en las tramas cotidianas. De hecho, hace tan solo unos días ha vuelto a ponerse en evidencia este fenómeno en el proceso que se le sigue a la espía rusa Maria Butina. Hasta suena fantástico que ella hubiera comenzado a declararse culpable, como agente infiltrada, de haber conspirado en contra de la democracia de los Estados Unidos. Y suena así porque con las tramas de espionaje la verdad no es algo con lo que se pueda contar como elemento de confesión. Aquí encontramos toda una tierra siempre dispuesta para la labranza de los grandes maestros de la ficción.

Las historias de espías le agregan a la realidad una dosis de ironía que hace mucho más sensible el fenómeno de las relaciones internacionales. Los agentes se infiltran en las sociedades espiadas como verdaderos maestros de la actuación. No es extraño que los narradores y dramaturgos hayan enseñado y aprendido tanto de los grandes momentos del espionaje. Muchas series que llegan a gustarnos tanto tienen en sus huesos el calcio del espionaje. The WireThe Americans, Homeland,24 (entre otras) y, recientemente, Counterpart, Jack Ryan y The Little Drummer Girl (La chica del tambor), se las arreglan en menor o mayor medida con personajes que se infiltran en mundos de los que quieren extraer sustanciosa información a partir de una farsa llena de todo aquello que los infiltrados toman por verdad. Como quien dice, hacerse hincha de un equipo de fútbol solo requiere que alguien perciba que te pones la camiseta.

John Le Carré ha sido uno de los titanes en este tipo de historias. A la sazón, Le Carré es un viejo seudónimo que sirve para anclarnos en uno de los más astutos narradores del siglo veinte. Con su novela The Little Drummer Girl (1983) -contamos en español con un par de traducciones realizadas en su momento por Andrés Bosch y Luis Murillo Fort- el escritor británico ha tocado las entrañas del trascendente conflicto entre israelís y palestinos en el decorado del cierre de los años setenta. Le Carré se las arregla allí para disponer una trama en la que, mediante la intriga, la pasión y muchas tensiones, redescubrimos de qué está hecha la política entre pueblos que no logran mirarse sin sospecha. El escritor dispone sus personajes como parte de un juego de ajedrez. Cada ficha tiene su función y sus movimientos; detrás de todo hay una mente que quiere ver todas las posibilidades (Kurtz); hay un Estado al cual proteger (Israel y sus aliados); hay una reina a la que se entrena para que ejecute los planes trazados (Charlie).

Fue el mismo director de Butch Cassidy and the Sundance Kid (Dos hombres y un destino, 1969), George Roy Hill, quien se animó a adaptar rápidamente el libro de Le Carré poco después de que comenzara a ser un éxito literario. La película, acuñada en 1984, no tuvo la buena acogida que sí tuvo el libro, si bien contó con una Charlie muy valiosa para la época, Diane Keaton.

La historia, ahora, la ha tomado otro director que ya nos ha mostrado su talento: Park Chan-wook. Lo conocimos y admiramos desde hace poco más de una década por obras fundamentales como Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Sympathy for Lady Vengeance (2005). Desde ahí lo hemos seguido con sus propuestas y, por decir lo menos, enrevesados relatos. Lo que sí podía esperarse es que la relación Le Carré / Park Chan-wook no iba a dejar a los seriéfilos indiferentes. Con la base sólida de un argumento provechosamente cautivador, el director surcoreano ha dimensionado la obra del escritor británico en los más finos detalles de la condición fundamental del espionaje: hay que hacer creer el cuento. La mentira tiene que afincarse en la realidad como si no hubiera forma de desenmascararla o, como se puede tomar desde la inventiva moderna, la de las grandes novelas, como si nos diera gusto contemplarla.

LA ACTRIZ ESPÍA – LA ESPÍA ACTRIZ

Charlie es una jovencita que va habitualmente a su compañía de teatro y tiene algún que otro coqueteo con el mundo de las rebeldías juveniles y universitarias. Es una chica romántica a la que los ideales y sueños de un mundo mejor vitalizan. Gadi Becker (Alexander Skarsgard) es un agente de la inteligencia israelí que tiene como objetivo la búsqueda de una nueva espía, una actriz con la cual conectarse al mundo de las sombras. Atraída por el taciturno agente, Charlie se liga a su juego de seducción y lo que parecía una historia de puro espionaje se convierte también en una especie de novela de formación. Becker se hace maestro de la joven actriz para definirle la ruta de su profesión. A medida que se conocen -y es esta una de las condiciones más atractivas de las historias de espionaje-, Gadi y Charlie le dan vuelta a la idea del mundo y muestran los rasgos oscuros de lo que hay mientras todos aparentan sonreír.

Es un placer observar a Florence Pugh interpretando a esta joven actriz que se anima, por la pasión, a ser, como en las muñecas rusas, una actriz y otra actriz. Pugh logra conectarse con sus “personajes” en una difícil maniobra de teatralidad. Los espectadores de la serie llegamos a sentirnos contagiados de la natural ambigüedad que supone no saber qué papel estamos jugando realmente en la vida o si vivimos una farsa ajena, como le ha ocurrido a Charlie a lo largo de la historia. Sí, como en esos juegos que también se han hecho desde la literatura y el cine en los que los personajes son parte de otros roles porque son también personajes de más obras. Y mágicamente, la joven Pugh logra que nos conectemos con sus desafíos emocionales a través de los papeles que Charlie asume en su trama.

Para una mente idealista, todo esto supone una reordenación moral. Aunque muchas veces se plante tan segura, Charlie se enfrenta también a sí misma. En el libro y en la serie, contemplamos la azarosa condescendencia que brota cuando la mente y el corazón se enfrentan. Charlie parece hacerse sólida, pero siempre está al límite. Gadi parece ser su amante y su guardián, un extraño ángel que desaparece para que ella confíe más en sí misma y también en él, si es que eso es posible. Martin Kurtz, por su parte, el gran director de “la obra de teatro” que se escenificará para el grupo revolucionario siente por sus actores un nervioso cariño. Es una mente brillante a la que, seguro, le cuesta confiar que los demás puedan hacer bien su trabajo. ¿No son así los ególatras? Pero puestas las tropas sobre el tablero, ¿qué más da?

Alexander Skarsgard en ‘La chica del tambor’.

La complejidad que todo esto supone ha sido bien sorteada por el elenco de la serie y por una dirección cautelosa y agradablemente artística. En todos los planos sentimos la vibración de un tiempo que se ha ido pero que, a la par, se puede detener ante nuestros ojos para rehacerse. Son los tempestuosos años setenta de Europa, con la elegancia de las modas decorando el andar de mujeres y de hombres en cada estación. También se trata de mostrar que el paisaje de las ruinas no ha cambiado mucho. No son tiempos superados.

En este momento, en muchos lugares de este planeta, otras tramas se tejen con igual intensidad. Y no hablo sencillamente de lo que un escritor hace día a día en su mesa de trabajo. La política, que según Voltaire es el arte de mentir a propósito, que según Merleau-Ponty es el arte del simulacro, es un marco en el que se juega con todas las posibilidades de refrendar la eterna batalla entre el bien y el mal. En un lado del mundo saben muy bien que se dice y que se hace en otros lados. Y no es que el primer lado sea invulnerable. En las suertes echadas para entender el poder y el rumbo del planeta, unos y otros solo se llevan ventajas momentáneas. Estrategias, márqueting, medios de comunicación, terrorismo, corrupción, fake news, redes sociales, títeres y titiriteros, los imperios siguen haciendo sus batallas y contrastando sus fichas, las oficinas de inteligencia mantienen las alarmas encendidas. En pocas palabras, el mundo sigue siendo mundo.

Buen balance para una serie que ha sabido llevar el ritmo y las tensiones por un cauce delicado, setentero y glamuroso. Magnífico el descubrimiento de una joven actriz británica a la que le vendrán con mayor atención nuevas misiones. Y, para completar, mayor aún el desafío de continuar comprendiendo qué es lo que ha pasado en la mente de John Le Carré, un tipo que parece que ha sabido demasiado y al que, por fortuna, han permitido contarnos algo de lo que sabe.

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