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Todo el mundo habla de Nanette, el monólogo original de Hannah Gadsby que se puede ver en Netflix. A los que no la conocíamos, Nanette nos revela una voz original, rabiosa y potente. Es una voz que dispara e interpela al hombre blanco heterosexual, acorralándolo con su discurso y poniéndolo en una situación incómoda a base de humor, inteligencia, verdad, emotividad, razones e ira.
El monólogo, grabado en vivo en el Palacio de la Ópera de Sidney, arranca con veinte minutos de las rutinas de Gadsby en lo que ha sido su material humorístico hasta la fecha. En este primer acto, demuestra un extraordinario uso de la ironía, una mirada llena de inteligencia, candidez y humor empático, nada agresivo. Con una posición hierática en la que menos es más, así como un extraordinario uso de la voz y la imitación para interpretar a los distintos personajes (el hombre rural de Tasmania, su madre, su abuela…), Gadbsy ridiculiza las reacciones provincianas ante el lesbianismo, apelando a la sofisticación de una audiencia global y cosmopolita.
Este primer acto funciona como una base de formulación humorística casi matemática: reírse de la desgracia propia para atacar después a los convencionalismos. Desde ahí, Gadsby se ríe de sí misma, de su aislacionismo cuando retrata su primera vez en un desfile del orgullo gay y se pregunta “dónde están los gays silenciosos”. Bromea acerca de su condición homosexual en un lugar como Tasmania, de donde procede, y donde la homosexualidad fue un crimen hasta 1997 y desnuda la mirada masculina sobre las lesbianas: “no existen si nadie las mira”.
Reflexiona acerca del humor y del uso que de las mujeres hace el humor. Muestra “lo enfadadas” que parecen las activistas cuando un hombre las agrede verbalmente creyendo que está siendo chistoso, e introduce un espacio de suspensión del relato cómico en el que cabe todo: filosofía, ternura, pensamiento, emociones y verdad, muy conectado con la tendencia actual del stand up comedy en que el autor rompe el objetivo fundamental de hacer reír para explicar algo que trasciende la comedia. Últimamente, hemos visto a Ricky Gervais en Humanity hablar del activismo animalista; a Chris Rock en Tamborine confesar su infidelidad; y a Berto Romero en Mucha tontería exponer su madurez personal sobrevenida por la paternidad. Es en la ruptura de los códigos clásicos hacia donde está virando el humor y donde se ubica Gadsby, cuando anuncia que está pensando en abandonar la comedia.
Ahí se detiene, mira hacia atrás, y nos explica con una voz honesta y fuera de todo artificio que está cansada, que ya no quiere burlarse de sí misma, que quien se humilla estando en el margen no está mostrando humildad, sino humillación, y que “necesita explicar su historia como es debido”. Sus razones parecen técnicas, pero no lo son. Dice que la comedia se basa en una historia de dos actos: set-up y punchline. Una pregunta inseminada de tensión que es liberadora cuando llega la risa. Por ese motivo, quiere dejar la comedia, porque las historias tienen tres actos y ella necesita exponer la suya.
Rompe el monólogo, lo reinventa, sin la necesidad de seguir la dictadura del chiste, inventando algo nuevo, no exento de comedia, demostrando que el monólogo es tan elástico y flexible que cabe todo. Por ejemplo, nadie se levanta en la sala, ni pide que le devuelvan el dinero de la entrada cuando nos explica que hemos entendido mal la fábula del mendigo a millonario de Vincent Van Gogh, que no era un hombre adelantado a su tiempo, que los artistas no inventan Zeitgeists, que responden a ellos, y que por supuesto el dolor no es el precio que se tiene que pagar por la creatividad.
En la mofa que hicieron los cómicos de Monica Lewinksy, Gadsby encuentra el origen de que Trump sea presidente de Estados Unidos
O cuando introduce momentos testimoniales como la escena en la que su madre le pidió disculpas por haber intentado educarla como mujer heterosexual pensando que así la protegería, revelando la evolución de su madre como la protagonista de su historia; o la escena en la que fue incapaz de salir del armario frente a su abuela, ocultando su homosexualidad a causa del auto-odio, la vergüenza y la homofobia con la que ha sido educada. Continúa, agradeciendo a Picasso la grandeza de la teoría liberadora de pintar todas las perspectivas al mismo tiempo y acomete contra él y su misoginia, obviando el contexto histórico, al preguntarse si alguna de aquellas perspectivas es la de una mujer.
En la mofa que hicieron los cómicos de Monica Lewinksy, Gadsby encuentra el origen de que Trump sea el presidente de los Estados Unidos, arremetiendo contra ellos sin espacio para el matiz, diciendo que “están todos cortados por el mismo patrón”, como si alguien hubiera sido capaz de articular una reflexión acerca del humor hacia arriba o hacia abajo en los 90, obviando de nuevo la perspectiva histórica, como si el humor hubiera sido eternamente autoconsciente.
Llegados a este punto, la ira le hace perder el sentido de la representación y se ve obligada a pedir perdón porque está enfadada. En un momento duro, lleno de verdad, en el que confiesa que abusaron de ella cuando era una niña, que la violaron cuando tuvo veinte años y que le dieron una paliza, explica que no se siente una víctima, y que habría dado lo que fuera por haber oído una historia como la suya para no sentirse sola. La audiencia calla emocionada y entiende sus razones para abandonar la comedia.
Ubicados en el clímax emocional muestra cierta contradicción ya que el monólogo soporta y permite una historia de tres actos, con una ruptura postmoderna de la regla de que a cada minuto debes introducir un chiste. El monólogo no deja de ser una historia y en Nanette, Hannah Gadsby lleva el formato a un lugar nuevo en el que hay verdad, ternura, ira, historia del arte, demagogia, testimonio, revisionismo, denuncia, ¡y comedia! ¡Mucha y excelente comedia! Demuestra que los géneros se mezclan y evolucionan, y que la comedia no es una excepción. Gadsby quiere conectar y contar historias, más allá del formato de la comedia, y se sirve de ella para anunciárnoslo. El humor merece la lucha de Gadbsy, y su historia necesita de su humor.