'Kamikaze' y 'La sangre helada': Personajes que huyen del mundo que son
'La sangre helada' y 'Kamikaze'

Huir del mundo que somos

Recientemente se han estrenado dos series fabulosas que indagan en la fuga -'La sangre helada' (Movistar+) y 'Kamikaze' (HBO Max)- en ese impulso de huida física como respuesta estéril al intento de huida de uno mismo.
sangre helada kamikaze

Collin Farrel en 'La sangre helada' (izq.) y Marie Reuther en 'Kamikaze' (dcha.)

Yo, al contrario que Francisco Umbral, no he venido aquí a hablar de mi libro. Pero hablaré de mi libro. Sin afán de promoción, lo prometo. Hablaré de mi libro porque me va a ser muy útil a la hora de analizar dos series: Kamikaze (HBO Max) y La sangre helada (Movistar+). Es de justicia que antes de empezar el artículo, sin embargo, justifique tal osadía. Si me atrevo a citar mi libro (del que no desvelaré el título, para evitar las suspicacias de los que aún crean que esto se trata de un ejercicio de autobombo) al lado de estas dos grandes series es porque estamos ante tres historias muy diferentes que, en el fondo, nos hablan de lo mismo: la huida física como respuesta estéril al intento de huida de uno mismo. Este texto, entonces, no es un texto sobre libros y tampoco es un texto sobre series; es un texto sobre el concepto de huir que usa como vehículo un libro y dos series.

¿De qué huimos cuando huimos? Una pregunta de difícil respuesta, aunque quizás nos sea de ayuda acudir a un sinónimo de huida como es fuga. Un preso que se fuga de la cárcel, me diréis, huye de su encierro, de su libertad coartada. Como Paul Dano y Benicio del Toro en la magnífica Fuga en Dannemora, por ejemplo. Pero no. O no del todo, por lo menos. En esa serie, el personaje de Benicio del Toro enloquece por completo cuando alcanza la tan ansiada libertad. Es como si su psique no hubiera podido soportar el hecho de comprender que, una vez fuera de la cárcel, la libertad no lo ha salvado de sus demonios. Un ejemplo que nos lleva a la tesis central de este artículo, ya mencionado en el primer párrafo, que ahora trataré de desarrollar: si el cuerpo huye pero no lo hace la mente, la huida tiene más de agonía que de salvación.

Mi libro presenta un protagonista sin voz ni nombre completamente traumatizado por un hecho del pasado. La culpa por la pérdida de un ser querido lo ha destrozado por completo. Cómo no es capaz de gestionar el duelo ni el cargo de conciencia, huye. De quién era, de su antigua vida, de su familia, de la sociedad, de él mismo. Huye aislándose y convirtiéndose en exuvia, al mismo tiempo que elude todo intento de sanación emocional y niega cualquier tregua al dolor que le corroe. Culpa y pérdida. Dos conceptos importantes que nos llevan directamente a las dos series que nos ocuparán a partir de ahora.

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Stephen Graham durante el rodaje de ‘La Sangre Helada’ / Movistar+

La sangre helada también tiene un protagonista torturado por la culpa: un médico irlandés que fue parte del ejército colonial británico en el asedio de Delhi, a mediados del siglo XIX, donde vivió el horror y fue partícipe de él. De vuelta a tierras británicas, afligido y adicto al láudano, decide huir de sus fantasmas enrolándose en un ballenero que parte hacia el océano Ártico. Del calor sofocante de la India al frío polar. La metáfora es evidente. Y no solo eso: el apellido del protagonista es Sumner, muy parecido a la palabra inglesa para el verano, summer. No es casualidad. Sumner, viajando hacia el norte helado, se enfrenta a su propia esencia.

Tras el horizonte siempre hay otro horizonte, y otro, y así sucesivamente, convirtiendo la huida en un ejercicio de movimiento perpetuo

En Kamikaze, por su parte, el gran protagonista es la pérdida. La joven Julie vive una frívola y hedonista vida de influencer hasta que una llamada parte su mundo por la mitad. Sus padres y su hermano han fallecido en un accidente aéreo. Vacía de toda emoción -más allá de un dolor tan agudo que ni tan siquiera necesita manifestarse- emprende una huida planetaria en la que encadenará vuelo tras vuelo, aeropuerto tras aeropuerto, en busca del mismo destino que su familia. Miles de kilómetros por todos los continentes que, sin embargo, no tendrán efecto alguno en el devastado estado emocional de Julie. La fuga baldía.

Sumner, Julie y el sujeto sin nombre de mi libro comparten, por lo tanto, la voluntad de huir de sí mismos por culpa de la pérdida, por culpa del duelo y por culpa de la culpa. También comparten el error de pensar que de uno mismo se huye a la carrera. Tras el horizonte -aguarde éste en el Ártico, en Corea o a la vuelta de la esquina- siempre hay otro horizonte, y otro, y así sucesivamente, convirtiendo la huida en un ejercicio de movimiento perpetuo, sempiterno. De hecho, no es hasta que Sumner y Julie detienen su andadura a la deriva –él anclado en el hielo, ella anclada en un hotel de Seúl o en las dunas de un desierto sin fin- que sus personajes son capaces de empezar a enfrentarse a todo lo purulento de su cabeza. La existencia estática propicia la reflexión sobre nosotros mismos y nuestros fantasmas en mucha mayor medida que la existencia errante.

La actriz Marie Reuther es la huérfana Julie en ‘Kamikaze’ / HBO Max.

Si bien en términos metafísicos sería suficiente señalar que los tres personajes huyen de la culpa, del duelo y del martirio autoinfligido, en términos narrativos no basta. Debe haber un recordatorio constante y palpable de dicha culpa, duelo y martirio. En el personaje de mi libro, por ejemplo, esa función la cumplen las horrorosas cicatrices que habitan el rostro del hombre sin nombre. En el caso de La sangre helada, esa presencia toma la forma de Colin Farrell. Su magistral interpretación del arponero Henry Drax, y los estragos que éste causa entre la tripulación del ballenero, sirve como personificación del horror que anida en los recuerdos de Sumner. Por último, en Kamikaze, el dolor de Julie toma cuerpo en uno de los sucesos más brutalmente físicos que existen, los accidentes aéreos. Ese avión cayendo a pique que lo desencadena todo, condenado a estallar y convertir carne y huesos en ceniza, es la metáfora de todo lo que sucede dentro de la cabeza de Julie a lo largo de la serie. Las reflexiones constantes de la serie acerca de la aviación y las catástrofes aéreas deben leerse en todo momento con un marcado carácter ontológico.

Solo cuando dejan de huir se dan cuenta de que, desde el principio, la libertad es un pasajero más de nuestro cuerpo

Las cicatrices, el arponero psicópata y los aviones que se desploman son importantes para abordar el último denominador común que une a los tres protagonistas de este artículo: la deshumanización. La pena erosiona con lentitud, pero no conoce el descanso. Después de un tiempo conviviendo con ella sin conseguir ahuyentarla, borra la persona que eras; si incluso tras ese aviso no te deshaces de ella, llegará un punto que ya no solo habrá borrado la persona que eras, sino todo lo que había de persona en ti. La pena es paciente y es antropófaga. ¿Por qué nuestros tres protagonistas no son «humanos» en sus respectivas historias? Julie quiere acabar con su vida, es decir, con la propia experiencia humana; Sumner se evade de la experiencia humana con el láudano, deseando olvidar su propia existencia, aunque sea por unos instantes; el innominado hombre sin voz de mi libro está totalmente deshumanizado precisamente por no tener nombre ni hablar, a mi entender lo que nos diferencia del resto de animales.

Narrativamente, la deshumanización nos ofrece un gran punto de partida para desarrollar un arco de personaje interesante. El trayecto de lo no-humano a lo humano es quizás el más obvio, y el que trabajé en mi libro, pero también serviría el trayecto de lo no-humano a lo no-humano pasando por un intento fallido de humanización. La deshumanización inicial, dicho de otro modo, nos permite una transformación final del personaje. En el caso de Sumner, en La Sangre Helada, esa transformación es casi literal: se convierte en oso polar, en cazador, y deja de ser víctima, lo que le permite enfrentarse al demoníaco Henry Drax en un último capítulo algo acelerado y con lagunas, pero decente. Cuando escribo estas líneas, el final de Kamikaze aún no está en HBO Max, pero la soledad de Julie en el desierto y la historia que nos va contando retrospectivamente apunta más hacia la opción que comentaba de humanización -es decir, de transformación- fallida del personaje; no hay que descartar, sin embargo, un giro de guion final que arroje algo de luz y esperanza a su oscurísima historia. Da igual. La historia de un personaje que ha dejado de ser persona no nos debe contar solo si este si vuelve a ser persona, nos debe contar cómo el camino de dicho personaje le lleva a acabar decidiendo si se permite volver a ser persona o por el contrario reniega definitivamente de su humanidad.

«¡A cualquier parte! ¡A cualquier parte! ¡Con tal que sea fuera de este mundo!», decía el chiflado de Baudelaire. ¿Por qué será que los chiflados proclaman siempre las mayores verdades de la vida? Sumner huye al norte del norte, un lugar fuera del mundo. Julie huye de un rincón al otro del planeta, esperando que la esfericidad de éste se rompa en algún momento y eso le permita al fin escapar de su gravedad. El hombre sin voz ni nombre huye de una ciudad que le oprime y busca refugio en los bosques, lejos del mundo de hormigón y miradas esquivas en el que vivimos los urbanitas. Tres fugitivos tan distintos, tan iguales. Solo en la huida encuentran la posibilidad de libertad; solo cuando dejan de huir se dan cuenta de que, desde el principio, la libertad es un pasajero más de nuestro cuerpo, el de ahí al fondo, sentado al lado de la culpa, la pérdida, el duelo. A esa libertad, sin embargo, solo se accede aceptando primero esa culpa, esa pérdida, ese duelo, nunca huyendo; aunque eso solo lo descubrimos tras una huida larga, estéril y tortuosa. Es la fatal paradoja del fugitivo de sí mismo que nos cuentan La Sangre Helada, Kamikaze y el libro de un servidor.

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