'Justo antes de Cristo': La Roma infinita
'Justo antes de Cristo'

La Roma infinita

Esta hilarante versión de la Antigua Roma, protagonizada por Julián López, nos viene a decir que los problemas que la gente sufría entonces son los mismos que tenemos ahora y hemos tenido siempre.

Julián López es el patricio romano Manio Sempronio Galba en 'Justo antes de Cristo' / Créditos: Movistar+

Me gustan los péplums. Hala, ya lo he dicho. ¿Qué tienen de malo? Me fascina la cultura de la antigua Roma. Me siento atraído por la avaricia de un pueblo que extendió sus lindes hasta que ya no pudo más. Se atiborró de excesos. Se hartó de uvas y vino. Se emborrachó de poder hasta caer derrotado a manos de los germanos. Su supremacía no podía durar para siempre; a toda tiranía suele aguardarle su bestia negra. Sin embargo, el Imperio romano conquistó, saqueó y gobernó con mano de hierro territorios ajenos que anexionó a sus dominios para hacerse casi invencible. Fueron amos y señores de un mapa que fue creciendo a golpe de lanza; tuvieron el mundo a sus pies.

Durante cinco siglos, extendieron una hegemonía sin parangón por gran parte de Europa, norte de África y algunas regiones asiáticas. Apenas nada. ¿Cómo no va a interesarme la idiosincrasia de una civilización tan influyente? Por eso me froto las manos cuando se acerca Semana Santa. Me flipan algunas de las películas –no todas- que en esas fechas desfilan por las parrillas de programación. Seguro que más de uno arrugará la frente ante tamaña afirmación, pero es lo que hay; Espartaco y Ben-Hur me parecen dos obras grandiosas que merecen de todo menos desprecio. Por eso mismo, el otro día me arrellané en la butaca como Augusto lo haría en su casa del Palatino para disfrutar de los cuatro primeros capítulos de Justo antes de Cristo. La nueva serie de Movistar+ que se estrena este viernes 5 de abril. Esta nueva producción creada por Montero y Maidagán –los padres de la curiosa y exitosa Camera café– se emite en exclusiva bajo demanda de pago. Seis episodios de 25 minutos que nos harán viajar a la época en que Octavio venció a Marco Antonio en la batalla de Accio. Lo que vendría a ser el preámbulo del denominado Principado.

Pero no os dejéis engañar. Por muy solemne que suene toda esta perorata histórica, la serie está bañada por una pátina de comedia hilarante.

Un péplum llevado a la comedia

Pensad en un noble patricio envuelto en una toga de lana fina, rematada con ribetes ostentosos. Imaginároslo en su casa, custodiado por esculturas de antepasados lejanos que un día conocieron la gloria, acomodado en un banco de mullidos almohadones. Dibujad en vuestra cabeza su expresión, que en esta ocasión trasluce una pesadumbre aderezada con rastros de resignación. Entended que la razón de tan afligida actitud descansa ante sus ojos: una copa de cicuta llena hasta los topes que deberá beber para salvar el buen nombre de su familia. Este suicida en potencia recibe el nombre de Manio Sempronio Galba, un potentado romano acusado de haber asesinado –sin querer, eso sí– a un veterano senador. Un acto cruel y despiadado por el cual es condenado a muerte.

No obstante, Manio no encaja en el molde de patricio al uso. Sus ideales no están cimentados sobre el honor y la integridad. El ADN que corre por sus venas no está familiarizado con la hombría ni la entereza. Para nada. Manio podrá ser tan patricio como quiera, pero su conducta no responde al arquetipo de romano que desciende de las curias primitivas de la capital del mundo. Qué va. Manio está hecho de otra pasta. Manio es un bala perdida que no sabe qué hacer con su vida, alguien que utiliza su título nobiliario para romper todo lo que toca. Un tipo con escasez de pundonor, incapaz de tragarse la cicuta porque no cuenta con la valentía necesaria para llevarse la copa a los labios. Hará cualquier cosa menos eso, por todos los dioses. De ahí que para evitar la deshonra de su familia, ponga su persona al servicio de la sacrosanta Roma en busca de la expiación de sus culpas. Por eso no tardan en enviarlo a Tracia como legionario. Su inexperiencia como soldado y su habilidad para meterse en líos desbaratarán la rutina de un campamento que lleva décadas en calma. Que empiece la fiesta.

Un Julián López que está en su salsa

Pues ya que estoy rajando sobre el protagonista de la serie, dejadme ceñirle las hojas de laurel al artista que se enfunda en la piel de Manio Sempronio Galba: Julián López. A día de hoy, cualquier adicto a los productos patrios de ficción audiovisual sabrá quién es Julián, actor y guionista fogueado en el escabroso género de la comedia. Un rostro harto conocido para los amantes de La hora chanante y Muchachada Nui, proyectos televisivos de singular contenido cómico que le sirvieron de trampolín para alcanzar un éxito que ahora saborea. Con el transcurso de los años, le hemos visto encarnar una ristra de personajes tronchantes en multitud de obras televisivas y cinematográficas: Pagafantas, No controles, Museo Coconut, Fe de etarras

Julián López es garantía de risas, incluso cuando tiene que retroceder 22 siglos para encarnar a un patricio nacido con el don del desacierto

Huelga decir que lleva años currándoselo como nadie; ha picado más piedra que un esclavo en las minas de azufre de Panonia. Sus roles le han hecho descollar hasta el punto de conseguir un papel en Dolor y gloria, la última cinta del todopoderoso Almodóvar. Julián puede con todo; no se amilana ante los retos. Por eso debió decirle que sí a Manio Sempronio Galba, un personaje que hace suyo en el acto, desde que se niega a trasegar la cicuta con cobardía mal disimulada, desde que le vemos pasear entre las tiendas del campamento con paso tambaleante. Siempre fuera de lugar, siempre dubitativo. Siempre enarbolando el estandarte de una sonrisa bobalicona. López es garantía de risas que provocan afonías, incluso cuando tiene que retroceder 22 siglos en la historia para encarnar a un patricio nacido con el don del desacierto.

Una buena corte de secundarios

Aunque Manio sea el eje vertebrador de esta ficción, este patricio recién incorporado a la Legión no caminará solo en su andadura para restaurar la reputación de su apellido mancillado. En su destierro le acompañará en todo momento Agorastogles, llevado a la vida por Xosé A. Touriñán (Fariña, Pequeñas coincidencias); alguien que es amigo de la infancia y esclavo al servicio de su familia. Casi un hermano. En contraposición a la ineptitud de Manio, Agorastogles se las arregla para devenir un tipo leal, un escudero que no flaquea ante las desventuras. Un cayado en el que Manio se apoya cuando el terreno se torna resbaladizo. Y ya puedo adelantaros que en el campamento instalado en la provincia de Tracia, el terreno es fangoso y pestilente, propicio para que las cosas se pongan feas para Manio.

Los líderes que dirigen la Legión verán en el protagonista un elemento desestabilizador, un ser que viene a perturbar el orden –o más bien la extraña paz– que reina entre las tropas. En la cima de la jerarquía del campamento quien manda es Cneo Valerio, interpretado por César Sarachu (Camera café, Tiempo después); un general avezado que acabará siendo un ser pusilánime, un militar achantado que odia la vida castrense y que se entrega al hedonismo. Un títere manejado a merced de un cuarteto de tribunos en el que destaca Gabinio, representado por Manolo Solo (Tarde para la ira, La sombra de la ley).

Gabinio es el único que habla al general sin tapujos, el único que marcharía a la guerra a la primera de cambio. Bebe como un cosaco –o como un romano, que estos también le daban al bebercio– y tiene malas pulgas. De su boca salen sapos, culebras y todo tipo de blasfemias, la mayoría de ellas estampadas contra la actitud melindrosa del general. Pobre general, que no sabe valerse por sí mismo, que requiere del cuidado de los demás. Un anciano que precisa de la fuerza de su propia hija para salir adelante. Su hija se llama Valeria –Cecilia Freire en la vida real (La otra mirada, Velvet)-, mujer sabedora del espíritu maleable de su padre y que, por lo tanto, lo hace bailar a su son. Es ella quien le organiza su agenda militar, quien le protege de las intrigas susurradas a su alrededor. Un tipa que trata de acaparar poder en un periodo de la antigüedad dominado por los hombres. Y en medio de toda esta corte variopinta de secundarios tenemos a la figura de Manio, emborronada bajo la sombra alargada de un padre considerado una leyenda, al que intentará equipararse en un camino del héroe algo accidentado.

Así que ya sabéis: estad atentos, porque la nueva perla de Movistar+ está a la vuelta de la esquina. Al final, «se trata de la historia de un ‘neuras’ en la Roma antigua», tal y como dijeron los creadores de la serie, que perciben los problemas que la gente sufría entonces como los mismos que tenemos ahora. El realizador Borja Cobeaga (Negociador, Fe de etarras) es el encargado de dirigir algunos capítulos de esta producción junto al propio Montero y Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, Colossal), y si el guionista de Ocho apellidos vascos afirma que se unió al proyecto porque sus guiones son excepcionalmente buenos, entonces no se hable más.

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