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'Jíbaro': Noveno y último capítulo de 'Love, Death & Robots (T3), por Alberto Mielgo.
Cada vez que se estrena Love, Death & Robots siento que han venido los Reyes Magos. Aunque la imagen del cabezudo borrachín del Olentzero vasco, bajando de las montañas manchado de carbón, quizás se adecua más en nuestro caso. La serie de Netflix es un gigante pagano con un saco de regalos. Un producto profundamente mitológico que estira nuestra percepción y la encoge de vuelta, en viajes de 10 minutos de duración. Han caído nueve episodios esta tercera temporada, que llegó con la fanfarria de un capítulo firmado por David Fincher, pero hoy todos hablan de Alberto Mielgo.
A estas alturas no voy a recordaros de qué va este invento. Antología, animación, robots, etc… La propuesta estética más transgresora del streaming, de largo. Y un hueso para Netflix que, en contra de su política habitual, se arremanga y le paga otra temporada, a pesar de no acumular audiencias masivas (la animación adulta todavía es muy nicho). Love, Death & Robots es prestigio. Es arte, también. Y Netflix necesita cosas como ésta urgentemente si no quiere ahogarse en un mar de residuos no renovables.
En esta tercera temporada el madrileño Alberto Mielgo se pasa de listo. Es aquel alumno, en una clase avanzada de tan solo nueve, que no comparte sus apuntes, ni intercambia los libros que lee con el resto. Si algún compañero se acerca a su pupitre, tapa su folio con el codo. Si otro le pregunta en qué está trabajando, él responde un astuto «chorradas». Es aquel alumno que se sienta al final del aula, pero que es el primero en salir a la pizarra. Al igual que pasa con su capítulo «Jíbaro«: es el último episodio de la temporada, pero la imagen de todos los pósters de la serie. Alberto Mielgo come aparte.
El animador madrileño ha firmado uno de los episodios más extraordinarios del año, de cualquier género. Un convoy de soldados se ahogan en las aguas de un pantano protegido por una náyade que embruja con su voz. Pero hay uno que es sordo de nacimiento y sobrevive a la masacre. Aquí empieza un idilio entre el jinete y la náyade que en 15 minutos te hará atravesar todos los estados emocionales posibles. Un estallido de talento que pide a gritos un replanteamiento de política: ¿Apostamos por más series de Álex Pina o de Alberto Mielgo? Netflix sabrá…
Una animación que explora la mente adulta, que arriesga con el movimiento e incomoda al espectador con empujones casi físicos
Pero lo más importante de este «Jíbaro» es que Mielgo ha logrado llevar al mainstream una animación de autor experimental, la que lleva años haciendo y que, según él, el mundo necesita consumir. Una animación que explora la mente adulta, que arriesga con el movimiento, e incomoda al espectador con empujones casi físicos. Una historia -la de este jinete sordo- tóxica, violenta, tan conectada con las relaciones románticas de hoy como con las de la antigüedad.
La alusión al propio Ulises en su lucha contra el canto de las sirenas es tan obvia como sorprendente. Mielgo utiliza los arquetipos del héroe y de la ninfa para actualizar su significado y traerlos a la contemporaneidad. Hasta la ninfa parece ser una rotoscopia de una bailarina de danza contemporánea. ¿Danza? Sí. Porque Mielgo utiliza la animación como catalizador regenerativo de distintas disciplinas artísticas. Y cuantas más mejor. Mielgo es un maldito rocknrolla. «We all like a bit of the good life. But a RocknRolla is different. Because a real RocknRolla wants the fucking lot».
¿Cómo terminaría una historia como la de Ulises si se escribiera hoy? Mal. Acabaría desangrada, ahogada, sin moraleja que llevarse a casa. En una sociedad sin andamios morales como la nuestra, en la que cada individuo es arrojado en pelotas al éter, los finales felices sirven de poco. Y en obras de animación de modelo occidental, encontrar verdadera desolación, injusticia, violencia… es todavía difícil. «No todo tiene que ser sobre un tipo que está salvando el mundo o que tiene un buen viaje de héroe, donde puedes ver cómo está evolucionando hacia una mejor versión de sí mismo», dijo Mielgo en una entrevista para Animation World Network.
«Ambos terminan siendo las peores versiones de sí mismos. Y no hay lección que aprendan. Ambos pierden» – Mielgo
«En este caso, no hay mejora. En realidad, es todo lo contrario. Ambos terminan siendo las peores versiones de sí mismos. Y no hay lección que aprendan. Ambos pierden. Honestamente, me gusta cuando una película me deja un poco incómodo», añade Mielgo. Yo tuve la fortuna de ver «Jíbaro» con mi chica, tirados horizontalmente en el sofá, y acabamos incorporados apurando la tacha de un cigarro entre los dos, con los ojos como cardos. Al terminar, nos miramos y nos abrazamos.
Si todavía no habéis visto su corto –ganador del Oscar 2022– estáis tardando. Está accesible en internet, pero tampoco voy a embedar el código porque queda feo. Es muy fácil de encontrar y él mismo lo ha compartido alguna vez altruistamente. Se titula El Limpiaparabrisas y es una canción de amor compuesta de diferentes géneros musicales. Estoy siendo metafórico. El Limpiaparabrisas no es un videoclip. Me entenderéis cuando lo veáis. Es un corto precioso. No se me ocurre mejor palabra para definirlo. Bonito hasta el dolor. A veces es más difícil encontrar 15 minutos que dos horas para ver algo. Pero hacedlo, por favor. Ved El Limpiaparabrisas, Jíbaro, y seguid a Mielgo allí donde vaya. En plan mal rollo.