Sobre 'Gotham': Dark City
Sobre "Gotham"

Dark City

Si esperas que “Gotham” sea la presencia amenazadora que hasta ahora habías disfrutado en los cómics de Batman, te llevarás un soberano cabreo. Si prefieres darle una oportunidad partiendo de cero, olvidando 75 años de leyendas gothamitas, seguramente te toparás con un thriller policial correcto que no necesita la imaginería de Batman para cobrar sentido.

El estreno de Gotham ha sido un seísmo seriéfilo de cojones. La envergadura del proyecto ha exigido movilización masiva: aunque ya hemos visto algunos de los pijamas más cucos de DC en la tele –Smallville, Arrow, The Flash-, esta es la empresa más hercúlea y masiva que la editorial emprende en la pequeña pantalla. La idea de utilizar toda la imaginería de esta ciudad ficticia en formato precuela, situando la acción justo después del asesinato de los padres de Bruce Wayne y la llegada del detective Jim Gordon a la urbe, era jugosa y atractiva. Además, tenía un precedente del que tomar nota: el genial cómic Gotham Central (2003-06), un relato feroz y absorbente que a lo largo de 40 números prescindió de Batman para auscultar los intestinos del departamento de policía gothamita. Una pena que solo se le parezca en los bigotes.

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«Existen dos senderos para analizar Gotham: los lectores de cómics, dispuestos a pedorrearse en la cara de este Jim Gordon, y el resto del mundo con la mente desinfectada para disfrutar sin el lastre de tres cuartos de siglo de símbolos e historias en papel»

Existen dos senderos para analizar Gotham, dos vías que nunca se cruzan y están condenadas a separarse cosa mala en la distancia. Lo más peliagudo del asunto es que ambas son legítimas y válidas. En una trinchera tenemos a los lectores de cómics, dispuestos a pedorrearse en la cara de este Jim Gordon de pacotilla y plañir la profanación constante de un universo que sólo debería manipularse bajo estricta supervisión de expertos en mitología gothamita. En la otra zanja, el resto del mundo, los no-lectores de cómics o lectores ocasionales que se presentan vírgenes al sacrificio, sin miedos, con la mente desinfectada de injerencias comiqueras para disfrutar de Gotham sin el lastre de tres cuartos de siglo de símbolos e historias en papel. Unos tienen todo el derecho a quejarse amargamente y otros a disfrutar sin que les coman la oreja; ambos merecen ser comprendidos.

Oscuridad

«La bruma arcana, ocultista y mefistofélica que hace de Gotham una siniestra deidad que juega con las vidas de sus habitantes se ha perdido por completo en la adaptación televisiva»

Como adicto terminal a los cómics desde renacuajo (y eterno recelador de las adaptaciones en pantalla de mis lecturas favoritas), he tenido que hacer un ejercicio de concentración agotador para enviar mi cuerpo astral al otro lado e introducirme en este relato policiaco con vaselina, sin acusar asperezas y sequedades derivadas del purismo batmaniano. Si has estado toda tu vida empapándote de la continuidad, las leyendas y la iconografía del hábitat del Caballero OscuroGotham seguramente te parecerá un garabato desigual y algo torpón que mancilla demasiados símbolos como para ser tomada en serio. La sombra amenazante de la metrópolis voraz que tanto hemos transitado en nuestras lecturas se diluye en una reproducción de estética impecable, de acuerdo, pero cortísima de azufre. Esta ciudad es solo un escenario, no un personaje más. Esta Gotham es un decorado de refinado goticismo, un diseño de laboratorio que no respira, no escupe su pútrido aliento en la nuca de los personajes. La bruma arcana, ocultista y mefistofélica que hace de Gotham una siniestra deidad que juega con las vidas de sus habitantes se ha perdido por completo en la adaptación televisiva.

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Y es que Gotham podría llamarse Chicago y aquí no habría pasado nada. La serie de Fox no se pone al servicio del vastísimo universo del Murciélago, sino que pone toda la imaginería del Murciélago a su servicio para forjar un producto desenquistado en esencia de las leyendas de Batman. Es así. Poco tiene de batmaniano un relato que pervierte los orígenes de algunos personajes intocables, describe con estereotipos irritantes la pareja formada por Bullock y Gordon –poli corrupto y amoral versus poli recto y justo–, adorna con música heavy algunas escenas (sic) y elige con dudoso criterio a los actores que deben interpretar al elenco de secundarios secuestrados de los cómics –sólo se salvan Falcone y a Oswald Cobblepot. Por mucho que utilice la paleta de recursos de DC y lance constantes guiños a los fanáticos del Caballero Oscuro, Gotham no sabe a Gotham, no sabe a Batman, sabe a relato clásico de polis corruptos, hampones sanguinarios y para de contar. En esta Gotham de bolsillo, el televidente contaminado por el cómic solo saboreará de verdad los referentes que remiten con más contundencia a las viñetas: la paulatina transformación del joven Bruce Wayne en el Hombre Murciélago y el auge de El Pingüino en el hampa gothamita, el resto le sabrá a thriller mafioso de baja intensidad, a serie policiaca mil veces vista. Se podría haber llegado mucho más lejos y se podría haber aprovechado más un material de partida tan rico y con tantas posibilidades. Y es que después de tres episodios, ya estás deseando que aparezca el Joker para salvar la papeleta. Aunque difícil lo tendrán los guionistas para darle un origen digno, cuando todos tenemos en la estantería un precedente de la envergadura de La Broma Asesina, el magistral cómic en el que Allan Moore les mostró al mundo la creación del némesis chalado de Batman.

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Luz

Si quieres disfrutar de series o películas basadas en cómics sin acabar en Arkham envuelto en una camisa de fuerza, al lado del doctor Hugo Strange, hazme caso: NO LEAS CÓMICS.

«Gotham sencillamente entretiene con una brocha bastante gorda y claras líneas rojas que no traspasará nunca: la Fox no es HBO»

Los cómics joden con tu mente, te vuelven un neurótico-quisquilloso-obsesivo-tocapelotas-nerd-mamonazo y te impiden disfrutar de unas relaciones saludables y plenas con sus adaptaciones cinematográficas o televisivas. Hay muchos televidentes ahí fuera –de hecho son la mayoría– a quienes se la suda de canto la fidelidad de Gotham a los referentes originales. Y hacen bien en no complicarse la vida. Después de ver tres capítulos, estoy plenamente convencido de que Gotham no necesita a la ciudad de Gotham. Al televidente sin ínfulas comiqueras no le rajes del origen chuminero de Catwoman o las dioptrías fantasma de Jim Gordon, le bastará con que le sirvas una ficción policial con argumentos digeribles, buena ambientación cinematográfica, dos o tres personajes fuertes, abundantes dosis de violencia y una trama global que ocupe la primera temporada y conviva con casos autoconclusivos en cada episodio.

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La serie aporta todos estos ingredientes en un packaging un pelín más elaborado que el grueso de productos mainstream policiales (un pelín, insisto), y encuentra su voz en un estilo situado en algún punto entre el noir, el cine mafioso y el thriller gótico. Su telaraña de tramas y subtramas es consistente, aunque previsible. Pareja de polis enfrentada, guerra de mafias, dramas matrimoniales, departamento corrupto hasta las gónadas, traiciones, dobles traiciones, lo de siempre. No obstante, no nos flipemos, sería injusto  pedir a un producto comercial de esta índole que nos remueva las entrañas y cambie las reglas del género; Gotham sencillamente entretiene con una brocha bastante gorda y claras líneas rojas que no traspasará nunca: la Fox no es HBO.

«En realidad, Gotham no es ni por asomo una serie de superhéroes o algo que se le parezca»

En esta tesitura mainstream, el componente superhereocio es casi imperceptible. Tan sólo asistimos a la sombría crianza de un Bruce Wayne muchachil en proceso de transformación batmaniana y a los orígenes de los malos. Poco más. En realidad, Gotham no es ni por asomo una serie de superhéroes o algo que se le parezca. De hecho, se trata de una decente superproducción noir inspirada en Batman pero sin Batman, un lienzo tenebrista preñado de sombras cuyo auténtico protagonista no figura entre los buenos, de hecho es un villano que ya se ha convertido en la puta estrella de la cabecera.

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Creo que nadie se atreverá a dudar de la hegemonía dictatorial de Robin Lord Taylor en el reparto. Su recreación del Pingüino –el doble de Pee-wee Herman, según el escritor Javier Calvo- pasa como un torbellino por la pantalla, engullendo a los actores que comparten plano con él y convirtiendo al supuesto protagonista, Jim Gordon, en un secundario molesto. Me pregunto qué habría sido de esta serie sin la participación de dicho personaje, seguramente muchos espectadores se habrían tirado del coche en marcha. Con cuatro capítulos en el zurrón, ya se adivina que la historia va cada vez más sobre el Pingüino y cada vez menos sobre Gotham. El personaje ha oscurecido incluso a la misma metrópolis que le escupe de las aguas y le convierte en un monstruo asesino. Una metrópolis que en los próximos episodios debería incrementar las dosis de horror y retorcer el pescuezo del espectador hasta hacerle saltar los globos oculares como granos de maíz en una sartén caliente. Al fin y al cabo, lo único que separa Gotham del desinterés es precisamente eso: las palomitas.

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