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- Aviso: spoilers del final de Gomorra por doquier
Dice Françoise Dastur en su Ensayo sobre la finitud, un apasionante recorrido filosófico por la concepción humana de la muerte, que: «Que la vida del hombre sea una vida “con” los muertos es tal vez lo que distingue realmente la existencia humana de la puramente animal». Tomando esa afirmación por válida, podemos considerar entonces a Gomorra como la más humana de las series de estos últimos años, no solo por la omnipresencia de la muerte en ella, sino también por la omnipresencia de los muertos en el pensar y el hacer de sus dos grandes protagonistas, Ciro y Gennaro.
Corría el año 2015 cuando nos sumergimos por primera vez en los arrabales napolitanos de Secondigliano y Scampia junto a ellos. Por aquel entonces, Ciro di Marzio -hijo de nadie- y Gennaro Savastano -hijo de rey- eran jóvenes, voraces, ambiciosos. Querían comerse el mundo y querían hacerlo juntos. Había luz tanto en su mirada como en las escenas de una serie que nacía para hacer historia.
Seis años más tarde, en las postrimerías de 2021, en la última temporada de la serie y en especial en su último capítulo, Ciro y Gennaro se han exiliado por completo de esa luz. Ya no son jóvenes. Su voracidad y su ambición, aunque intactas, nacen del odio y la sinrazón. La quinta temporada de Gomorra es oscura, literalmente oscura. En un coche, arañados por los fogonazos lumínicos de una autopista vacía, los que una vez fueron hermanos -y jamás dejaron de serlo- conducen hacía su inevitable final. Gennaro, entonces, le dice a Ciro: «Queríamos comernos el mundo, y el mundo nos comió a nosotros».
La inmortalidad es propia de los dioses, por eso mismo en la temporada final de ‘Gomorra’ los soldados de Ciro lo siguen como a una divinidad, no como a un hombre.
Gomorra, más allá de la tremenda radiografía que hace de los clanes criminales napolitanos, más allá de ser una superlativa adaptación de la obra periodística de Roberto Saviano, más allá de algunos evidentes giros narrativos inverosímiles, más allá de la violencia inmanente de todas y cada una de sus tramas, es una serie sobre la condición humana. Y no hay condicionante mayor para la vida humana que la muerte. Eso Gomorra lo sabe bien. No en vano el apodo de Ciro es El Inmortal, título a su vez de la película que en 2019 nos contó los orígenes del personaje, estrenada tras el traumático final de la tercera temporada de la serie en el que Gennaro mataba por primera vez -y no por última- a Ciro. Hablemos pues de El inmortal.
Según Hannah Arendt en su colosal obra -oh, sorpresa- Condición humana, la inmortalidad, a diferencia de la eternidad, hace referencia a una vida no mortal en nuestro mundo, el de los mortales. Esa vida es la que Nápoles entera le supone a Ciro tras sobrevivir una y otra vez a lo que para un simple mortal parecería imposible. La inmortalidad es propia de los dioses, por eso mismo en la temporada final de Gomorra los soldados de Ciro lo siguen como a una divinidad, no como a un hombre. Recordemos las palabras de Mistral tras matar a uno de ellos: «No tenía miedo. Estaba contento. Feliz de morir por El Inmortal. Esta gente no es como nosotros. Son como mártires que se sacrifican en nombre de Jesucristo. Para ellos no es una guerra, es una cruzada. Y si eso es verdad, El Inmortal ya ha ganado».
Arendt también apunta que la mortalidad es moverse a lo largo de una línea rectilínea en un universo donde todas las cosas lo hacen en orden circular. Ciro El Inmortal, por lo tanto, en su condición de no-mortal huye también de esa línea recta y tiende a lo circular. La confirmación de esto nos llega otra vez en el trayecto en coche que comparten Gennaro y Ciro en el capítulo final de la serie, en el que este último le dice a su enemigo íntimo: «Quiero que todo termine donde todo empezó». Gomorra, por lo tanto, es un círculo. Inmortal.
Lo que quizás no sabe Ciro cuando pronuncia esa frase es que también está hablando del amor. Porque cuando Gomorra empieza, Ciro y Gennaro se aman en un grado tal que va más allá de la hermandad. Son uno. Así lo atestiguan sus abrazos, sus miradas sostenidas a escasos centímetros, la protección constante y sin fisuras que se brindan el uno al otro. Todo se tuerce, claro, pero ese amor jamás desaparece por mucho que el paso de las temporadas los convierte en irremediables antagonistas.
Al final de la tercera temporada, Ciro se deja matar por Gennaro para que no sea él quien muera; al inicio de la quinta, Gennaro condena a muerte a Ciro porque lo dejó solo cuando más lo necesitaba, es decir, porque le negó su amor; al final de esta misma temporada final, Ciro es incapaz de matar a Gennaro y robarle lo que a él le fue robado -su hijo- porque a pesar de tanto odio, ese amor fraternal sigue latiendo. Cuando ambos se dan cuenta de ello, lloran y tiemblan. Por primera vez se muestran vulnerables el uno frente al otro. Ya están preparados para morir juntos, siendo uno otra vez. El final de la serie, el único final posible de la serie, está servido.
Antes de analizar esa escena final, sin embargo, me gustaría dar un rodeo más para visitar a los muertos de Ciro y Gennaro, porque en Gomorra los vivos son sus muertos. En ese aspecto, la clave la encontramos en la segunda temporada de la serie. Esta empieza con Ciro asesinando a su esposa por miedo a que acuda a la policía y termina con los hombres de Pietro Savastano, el padre de Gennaro, asesinando a sangre fría a la hija de Ciro. De algún modo, tras estos sucesos Ciro ya está muerto. Quizás no físicamente, pero sí como ser humano.
Es paradójico, pero a un mortal solo puede alcanzar la inmortalidad a través de la muerte en vida, que es lo que le ocurre a Ciro. Y no solo eso. Ciro se convierte en la propia Muerte. Asesinando a su esposa desciende a las cavernas más escondidas del Infierno, aquellas que ni Dante Alighieri se atrevió a visitar; el asesinato de su hija, sin embargo, le empuja a emerger de nuevo al mundo terrenal para sembrar Nápoles de la parca.
Ciro es la Muerte y Gennaro es la Muerte. Pero de Muerte solo hay una. Ese es el gran conflicto que debe dilucidar el final de la serie.
Empezará con Pietro Savastano, al que regalará un balazo en la frente. Mientras eso sucede, la mujer de Gennaro, Azzurra, estará dando a luz a su primer hijo: Pietro, un nuevo Pietro Savastano. Como decíamos, Gomorra es una serie circular -como el Infierno de Dante Alighieri, por cierto-, y todo lo que termina vuelve a empezar.
La muerte que carga Gennaro a lo largo de la serie, claro, es la de su padre. Se empeña en decir que no es como él, en creer que sus imperios de terror difieren en lo más mínimo, pero son varios personajes los que en la última temporada le recuerdan que son exactamente iguales. Entre ellos, su esposa Azzurra. En su afán de no ser como su padre, Gennaro se convierte en un personaje aún peor, más siniestro e inmisericorde.
Esa transformación empieza de hecho en la primera temporada, cuando una estancia terrible en las selvas de Centroamérica convierte a un joven bobalicón e inseguro en un animal despiadado e implacable. Gennaro también se convierte en la Muerte, por eso mismo ordena asesinar -o asesina él mismo, como en el caso de Enzo Sangue Blu- como quien ordena respirar. Lo define de forma magistral André Malraux en su -oh, sorpresa otra vez- La condición humana: «En el crimen, lo difícil no es matar. Es no decaer. Ser más fuerte que lo que pasa en uno». Eso es Gennaro.
Cuando llegamos a la temporada final de Gomorra, por lo tanto, Ciro es la Muerte y Gennaro es la Muerte. Pero de Muerte solo hay una. Ese es el gran conflicto que debe dilucidar el final de la serie: ¿es Ciro la Muerte o lo es Gennaro? En la última escena del último capítulo encontramos la respuesta.
Es de noche. En una playa. También en una playa Ciro asesinó a su esposa. A Gennaro, Azzurra y su hijo Pietro les espera un barco para alejarles de Nápoles para siempre. Ciro, sin embargo, los apunta con una pistola. Quiere matar a Pietro para que Gennaro sienta el dolor que él sintió, el dolor incomparable de perder a un hijo. Pero no aprieta el gatillo. Decide dejar huir a la familia de su otrora hermano porque ese castigo ni tan siquiera lo desea para su mayor enemigo.
Condenados a permanecer juntos, en el más aquí y en el más allá, son ya eternos, que es mucho más que inmortales.
Gennaro y Ciro se miran, rotos. De pronto, disparos. Los hombres de Nunzia, quien quiere venganza por la muerte de su marido y asesinar a la familia Savastano al completo, irrumpen en la playa matando a los hombres de confianza de El Inmortal. A toda prisa, Gennaro lleva a su mujer e hijo hasta el barco que les espera en la orilla. Los pone a salvo, los protege de él mismo, mar adentro. Los hermanos, Gennaro y Ciro, Ciro y Gennaro, se quedan en playa. Tienen una última batalla que librar juntos.
Lo hacen. Y, como siempre, parece que van a vencer. Uno a uno van acabando con todos sus enemigos. Hasta que una figura borrosa, sin enfocar, alguien imposible de identificar, aparece por un costado y abre fuego con una metralleta. Alcanza a Gennaro, que fallece al instante. Ciro asesina al asesino anónimo, el último que parece quedar en la playa, y cae de rodillas junto al cadáver de Gennaro. Junta sus frentes. Le llora. Se levanta. Mira el mar y la noche, igual de oscuros. Solo se escucha el viento. Tras perderlo todo, solo queda el viento. Entonces llega la gran genialidad del final de Gomorra: se escucha el click de una pistola cargándose, Ciro se da la vuelta y, de la -literalmente- nada, un balazo le atraviesa la cabeza. Cae muerto al lado de Gennaro.
¿Quién ha matado a Ciro? ¿Quién ha disparado esa última bala en Gomorra? La respuesta a estas dos preguntas es el gran mensaje de la serie: no lo sabemos y no debemos saberlo. Porque Ciro no es la Muerte. Tampoco lo es Gennaro. La Muerte jamás tuvo rostro. Para demostrarlo ha tenido que matar a El Inmortal sin revelarnos su faz. El ciclo circular de la vida y la muerte sigue su curso, no termina con la fascinante historia de vida y muerte de Ciro di Marzio y Gennaro Savastano. Es algo mucho más grande.
Suena por última vez la melodía Doomed to live de Mokadelic, inseparable de todos los finales de episodio de la serie. Un plano cenital se eleva poco a poco -no va al Cielo, no puede ir al Cielo- y encuadra a Ciro y Gennaro yaciendo en la arena, juntos, como dos niños exhaustos.
Condenados a permanecer juntos, en el más aquí y en el más allá, son ya eternos, que es mucho más que inmortales. El viento barrerá la noche y amanecerá en Nápoles, otra vez.