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Recuerdo las miradas expectantes mientras las dagas se acercaban al bastardo de Winterfell. De la pantalla a mi cara. De mi cara a la pantalla. Escrutando mi cara de póquer.
“Pero, no muere…¿no?”
El ansia de saber superaba todos los demás impulsos cuando mis colegas -que normalmente me recordaban que cualquier spoiler que hiciera conllevaba horribles penas- me hacían preguntas como esta.
“FOR THE WATCH!” entonaban los cuervos en la pantalla.
Mi cara había aguantado el tipo en la boda roja mientras escuchaba los gritos contenidos. Había resistido mientras Joffrey se llevaba las manos al cuello y mis colegas apretaban los cojines del sofá. Pero esta vez era distinto.
“Está vivo, ¿verdad?”
Y no supe qué responder. El último fotograma y la última gota de tinta coincidían en el mismo punto: negro y rojo sobre blanco. Ya no era el listillo que se había leído los libros. Ya no estaba por delante, como les agradó hacerme saber.
Empezó la habitual andanada de hipótesis y teorías. Y por primera vez nadie me miraba con recelo. Era uno más, libre de hablar de si Melisandre esto o si Fantasma aquello. Y descubrí de nuevo el irritante placer del desconocimiento, del que esperaba librarme pronto.
Porque quedaban muchos meses hasta abril de 2016, cuando el telón de Westeros se alzara de nuevo en la HBO, y los lectores como yo teníamos la esperanza de hacernos con el siguiente volumen a tiempo. Para saciar el ansia de saber. Para reclamar el dudoso honor de ser el listillo.
Pero el 2 de Enero, George R.R. Martin publicó en su blog un post en el que describió su estado de ánimo como «depressed» e informó de que no está ni cerca de terminar el siguiente libro de la saga. De que no llegará a tiempo de publicarse antes de la siguiente temporada, y que la adaptación televisiva se avanzará por primera vez a la obra original.
Una situación sin precedentes para la ficción televisiva, y más en una tan popular. Hay que tener en cuenta que la obra literaria amasa seguidores desde 1996, que se han hecho viejos esperando el siguiente tocho con el que adornar la estantería. Estos fans de la saga, cuya última entrega llevan cinco años esperando, han visto aparecer una nueva raza de advenedizos que en cinco temporadas se han puesto a su altura y no contentos con ello amenazan con coger la delantera.
“¿Qué pasa si Martin está jugando con nosotros? Qué pasa si el tío no tiene la más remota idea de cómo acabar su ópera. ¿Y si simplemente ha ido escribiendo y escribiendo?”
La pregunta es inevitable: ¿Hasta qué punto seguirá siendo la misma obra? Hasta hoy, los libros han sido respetados en gran parte. Hay cambios, sí, peaje necesario en el salto a la pantalla, pero los arcos de los personajes principales son los mismos. George R.R. Martin marcaba el camino y la HBO lo seguía. ¿Y ahora? Son muchos los cabos sin atar en Juego de Tronos (¡más que en Lost!) y los fans tienen blogs en los que elucubrar sobre todos y cada uno de ellos.
Poco a poco cobra fuerza una teoría distinta que ya había anidado en nuestras cabezas: ¿Qué pasa si Martin está jugando con nosotros? Y no me refiero a su afición de zarandear como cachorrillos a adorables personajes para luego aplastarlos ante nuestros ojos. Me refiero a qué pasa si el tío no tiene la más remota idea de cómo acabar su ópera. ¿Y si Martin, demiurgo borracho de poder, simplemente ha ido escribiendo y escribiendo; añadiendo personajes y criaturas y ciudades y relaciones incestuosas sin final?
Con ánimo de asustar, aquí va una cita del escritor Dan Simmons:
“George Martin es un tipo divertido. Y le escuché decir en 1981: “Si fuera realmente cínico…no escribiría lo que escribo ahora. Empezaría algún tipo de historia medieval de espadas y hechicería…diría que es una trilogía. Y la seguiría alargando el resto de mi vida”
Como un fanboy calenturiento con una varita de tinta capaz de hacer sus fantasías realidad, tanto en el papel como en la tele por cable. Metiendo sin pudor ninguno escenas de sexo explícito -irrelevantes a nivel argumental- entre los personajes que más le ponen, sabedor que en la siguiente temporada su actriz favorita tendría que sacar las tetas.
Con tantas horas y pasiones invertidas en una obra cuya conclusión pendía de la salud física y mental de un hombre de 67 años ligeramente obeso, el autor de Nueva Jersey estaba en el lugar ideal para hacerle al mundo la mayor troleada posible: no terminar nunca o aún peor, dejarlo a medias.
Pero escribo en pasado porque desde el 81 ha llovido mucho. Porque aunque a George R.R. Martin se le fuera la olla, tenemos a Weiss y a Benioff para sacar con más o menos fidelidad las castañas del fuego. Y por lo que parece, a partir de abril, el testigo de esta historia está en sus manos.
¡Larga vida a las pantallas!