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Caminaba por un callejón demasiado largo en una ciudad que jamás sentí mía. Me envolvía la niebla, y eso me apaciguaba; en la bruma no somos más que un cuerpo flotante. Tras un doble turno infinito lavando platos en un restaurante cualquiera, volvía a la casa que compartía con ocho desconocidos. El callejón conectaba la estación de Stratford con ese no-hogar. Tardaba en recorrerlo exactamente cuatro canciones: C.H.I.T.O, Nada, Drama y Bolsas. Pertenecían a un mixtape que había descubierto por casualidad ese mismo 2015, donde un tal C. Tangana rapeaba sobre samples de Drake.
Esa voz melancólica y a la vez agresiva me acompañaba noche tras noche por el callejón. No sabía quién era ese tipo, pero sus letras trascendieron los auriculares hasta convertirse en asfalto y ladrillo. Casi diez años después he mirado los tres capítulos de Esta ambición desmedida con la esperanza de conocer al fin al tipo que, sin él saberlo, caminaba todas las noches a mi lado por ese humeante callejón londinense.
En un ensayo sobre la soledad, el eterno Michel de Montaigne opone la ambición al retiro, es decir, la gloria al reposo. Parece un buen punto de partida para hablar de la docuserie de Movistar Plus+. En ella hay multitudes, frenesí e insaciabilidad: ambición. Incluso los momentos de pausa, sosiego y clausura no son más que preludios de un nuevo estallido de movimiento entrópico. Hay nervio y nervios. En mi caso, el interés que me suscita el torbellino de desdichas que fue la gira de El madrileño es relativo. Yo quiero hablar de Pucho, hombre de mil nombres.
Me interesa la evolución de los apodos con los que se ha dado a conocer Antón Álvarez Alfaro. Siempre pienso en ella como un zoom-in hacia una identidad cada vez más definida del artista. Primero fue Crema, una masa uniforme y vasta sin signos distintivos en su superficie. Luego fue C. Tangana, una pequeña muchedumbre revolucionada y caótica. Con El Madrileño llegó al sujeto único, aunque aún con cierta borrosidad en los límites entre personaje y persona. Mi esperanza al ver Esta ambición desmedida era poder precisar aún más hasta dejar atrás al personaje y encontrar, al fin, la persona desnuda, aquello que algunos han llamado alma. El problema, claro, es que nos encontramos ante un demiurgo.
¿Cuánto hay de Antón y cuánto hay de El Madrileño en Esta ambición desmedida? ¿Son inseparables el uno del otro? ¿Y por qué debería importarnos esa distinción?
No es esta última una palabra utilizada al azar. Esta ambición desmedida nos muestra de forma literal la creación de un universo y cómo su creador vive tal proceso. Toda empresa grandiosa –y esa gira lo fue– requiere un liderazgo férreo y, en ocasiones, intransigente. Un control absoluto. Es el que tiene Pucho, sin desmerecer el equipo que le rodea. Sabe que son imprescindibles, pero también sabe que deben adaptarse a su visión. Música, escenografía, estilismo. Todo pasa por él. También el documental, claro, y para el espectador eso puede ser un escollo.
Se percibe que la grabación del documental es parte de la obra, no solo un registro de esta. Y, como tal, está tan controlada por su demiurgo como el set de canciones de los conciertos. Más fácil: vemos lo que Pucho quiere que veamos y del modo que él quiere que lo veamos. No creo que eso reste interés al documental, de hecho puede incluso añadir valor a la globalidad de la propuesta, pero nos hace ser más cautos a la hora de ver la serie. ¿Cuánto hay de Antón y cuánto hay de El Madrileño en Esta ambición desmedida? ¿Son inseparables el uno del otro? ¿Y por qué debería importarnos esa distinción? Mi interés, que no debe ser el mismo que el del resto de espectadores, es encontrar respuesta a esas preguntas. Por eso mismo me fijé en las grietas.
Con grietas me refiero a los pequeños detalles de Esta ambición desmedida que me parecieron no estar totalmente bajo el control de Pucho, rendijas a través de las cuales traspasar la armadura del artista y encontrar fogonazos de quién es más allá de los escenarios o de la cotidianidad escenificada.
Una de esas grietas es el momento en que su primo, road manager de la gira, cuenta que de críos jugaban juntos a Pokémon. Me gusta el detalle porque desvela que la primera ambición de Pucho fue –como la de otros tantos niños, un servidor incluido– conseguir todas las medallas de los gimnasios de Kanto. Espero que lo lograra. En los adultos que somos siempre queda un poso de los sueños –sinónimo de ambiciones– infantiles; dicho de otro modo, conociendo el sueño infantil de alguien se puede entender su comportamiento como adulto, por lo menos en parte. Es por eso que me gusta imaginar una conexión entre el “Hazte con todos” de Pokémon con la ambición desmedida de El Madrileño.
Del primo, una de las figuras más interesantes del documental, hay más. Es anunciado así: “Road manager y primo”. Esa fórmula se repite un par de ocasiones más: “Empresaria y madre” y “Fotógrafa y pareja”. Una elección interesante. Se prioriza el cargo al vínculo sentimental, queriendo dejar claro que no están allí únicamente en calidad de familiares, sino sobre todo por su valía profesional. Sin embargo, la presentación no prescinde del madre, primo y pareja. Encontramos aquí un segundo mensaje: su labor en la gira, por importante que sea, jamás debe eclipsar por completo el lazo familiar y emocional que los une a Pucho. Esa dualidad, creo, explica bastantes cosas de cómo se relaciona, valora y protege el artista a su círculo más íntimo. A veces unos carteles de presentación efímeros contienen más sustancia que una escena entera.
Pucho asume una ficción –que no quería hacer la gira, aunque es evidente que sí– que se torna en contradicción, y eso le humaniza mucho más que cualquier escena con resaca, saliendo de la ducha o enfadándose con su representante
Soy consciente de que mi búsqueda de grietas puede caer en la imprecisión, la alucinación o directamente la ficción. No me preocupa demasiado. Soy demiurgo de este artículo y vierto en él aquello que mis ojos quisieron ver de Esta ambición desmedida, brotan en él antiguos proyectos de idea hibernados durante años en algún lugar angosto –un callejón, por ejemplo– del cerebro. Ya que hablamos de ficciones, hablemos de una de mis favoritas: las contradicciones. En el documental se detecta una bastante clara. Pucho insiste que en un principio él no quería hacer esa gira que tantos quebraderos de cabeza le está causando. Suele resaltarlo cuando las cosas no van bien.
Cuando todo funciona, sin embargo, de su rostro emana luz, y entonces resulta difícil pensar que esa gira no es un anhelo largamente ansiado. Decir que no quería hacer la gira, de hecho, choca frontalmente con la ambición incrustada en el mismo título del documental. Eso me lleva a pensar que no es más que un mecanismo de defensa por si todo se va definitivamente al garete, una forma preventiva de achacar el fracaso a unas supuestas dudas iniciales. Nos pasamos el día contando cuentos, sobre todo a nosotros mismos; a eso se le llama sobrevivir. Pucho asume una ficción –que no quería hacer la gira, aunque es evidente que sí– que se torna en contradicción, y eso le humaniza mucho más que cualquier escena con resaca, saliendo de la ducha o enfadándose con su representante. A favor.
Otro punto álgido lo encontramos en la pachanga futbolera donde Pucho se parte el tobillo. Tras un infame pase atrás de un chaval sin camiseta, Pucho decide jugarse el tipo para evitar un gol cantado. Lo consigue, pero al caer el tobillo se le tuerce en ángulo de noventa grados —congelé la imagen en el momento exacto para comprobarlo— y adiós ligamentos. Ese infortunio desemboca en la aparición del bastón en sus conciertos, tan acorde con el personaje de El Madrileño que muchos creímos que se trataba de parte del attrezzo y no de una herramienta necesaria para tenerse en pie. Sin embargo, a mí aquí me fascina el compromiso defensivo de Pucho.
Esta ambición desmedida, más allá de su vertiente grandilocuente, posee también un latido oculto y menos evidente que podría titularse Este hombre normal sin ningún tipo de problemas
Lo más fácil hubiera sido no ir a por el balón, dejar que el delantero marcara a placer y echar la bronca al descamisado por su error. Total, era una pachanga. Pero antes de empezar el partido, Pucho había dicho, ni en broma ni en serio, que ese partido entre colegas era más importante que la gira. “Soy malo, pero muy competitivo”. Esa es una grieta maravillosa. La práctica del fútbol, en especial fuera del profesionalismo, atañe a lo más primitivo de nosotros, es decir, a lo más puro. Ver jugar al fútbol a alguien que no juega habitualmente a fútbol es una ventanita a su esencia. En el caso de Pucho: no perder, jamás. “Qué imbécil”, dice con el tobillo destrozado. En esa acción defensiva suicida, sin embargo, yo vislumbro uno de los momentos más honestos del documental.
Aunque, claro, la gran grieta de la docuserie la encontramos al inicio del tercer capítulo. Tras finalizar el disco de El Madrileño, y dos años antes de la gira, Pucho y todo su equipo celebran con una cena el éxito del proyecto. Uno a uno, el artista agradece a todos los presentes su implicación y, en algunos casos, pide incluso perdón si no los ha tratado cómo debía. Se emociona, y es en esos momentos en los que no le salen las palabras donde se puede trazar un mapa emocional. Nuestra topografía sentimental está hecha de silencios, de nudos en la garganta, más que de palabras y discursos.
El Madrileño ha cambiado la ambición por el retiro, la gloria por el reposo. Solo a él le atañe decidir si esta etapa se trata de un estado larvario o de un alejamiento definitivo de los focos
Fue en ese momento en el que al fin supe que Esta ambición desmedida, más allá de su vertiente grandilocuente, posee también un latido oculto y menos evidente que podría titularse Este hombre normal sin ningún tipo de problemas. Lo confirma el propio Pucho cuando poco después asegura que durante la gira ha comprendido que la trascendencia real, en el fondo, requiere huir del yo y del mesianismo. Su —empresaria y— madre también nos dice que Pucho está harto de tanta exposición, que ya ha tenido suficiente. Solo el tiempo dirá si eso es verdad, pero por ahora se está cumpliendo. Volviendo a Montagne, Antón-Pucho-C.Tangana-El Madrileño ha cambiado la ambición por el retiro, la gloria por el reposo. Solo a él le atañe decidir si esta etapa se trata de un estado larvario o de un alejamiento definitivo de los focos.
Hay más grietas, en Esta ambición desmedida: la felicidad genuina cuando actúa junto a La Tana, el colegueo sincero con Alizzz, la broma sobre el jurado de La Voz. Hay otras facetas del documental, como la insistencia en la pérdida de dinero, cuya intención me parece más dirigida a generar la tensión que requiere toda historia. Ambas son lícitas y, seguramente, necesarias para que Esta ambición desmedida funcione. Y funciona.
No he vuelto a Londres desde aquel lejano 2015. No sé si lo haré. Hay ciudades que se convierten en heridas abiertas. Pero si algún día vuelvo, cogeré el metro e iré hasta Stratford. En la salida de la estación, me pondré los auriculares y caminaré. Sonarán cuatro canciones a lo largo del callejón. Espero que haya niebla, la vieja amiga que me escondía del mundo. Entre asfalto y ladrillo, de asfalto y ladrillo, la voz de Pucho me llevará a los días que ya fueron y, quién sabe, a las ambiciones que serán. Dos tipos normales andando por un callejón tan humeante como la identidad del desconocido que nos habita.