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En el Nueva York de los años 80, un niño desaparece misteriosamente de camino a la escuela. Es el hijo de Vincent (Benedict Cumberbatch), un marionetista que trabaja en un popular show televisivo (hijo a su vez de un magnate inmobiliario), y de Cassie (Gaby Hoffman), madre atenta y esposa desatendida por un marido al que le gusta más pimplar que a Espinete andar desnudo. Eric
Ese es el germen del nuevo trabajo de Abi Morgan (The Hour, The Split) que, a partir de ese planteamiento, se despliega en una infinitud de tramas y de temas que darían, al menos, para tres proyectos autónomos y que tienen mal encaje en los seis episodios de esta miniserie de Netflix.
La historia se divide en tres puntos de vista, aunque esto no sea del todo exacto. El de Vincent y la bizarra búsqueda de su hijo sería el primero. Con el cerebro diluido en espirituosos de alta graduación, una conducta agresiva y un egoísmo desmedido, el padre de la criatura tarda en empezar a tomar conciencia de la gravedad del asunto –en el ecuador de la serie, tras un pitch exitoso, se pega un fiestón digno de Jack Grealish tras ganar cualquier título pese a que lleva días sin noticias de su hijo Edgar (Ivan Morris Howe)–.
Uno puede encontrar una conexión metafórica entre todos los personajes y aplicarla, incluso, al diseño de la propia ciudad.
Su solución para que el chaval regrese a casa no es otra que aparecer en televisión encarnando a una marioneta ideada por el niño, buscando una especie de perdón simbólico forrado de gomaespuma. Ese teleñeco de grandes dimensiones, aspecto feroz (el Sully de Monstruos S.A. con almorranas) y de nombre Eric, devendrá una aparición constante que acompañará a Vincent durante toda la serie, manifestación de su personalidad escindida –la de un adicto, pero también la de alguien que trabaja creando continuos alter ego–, tema que Abi Morgan ya trabajo con mejor fortuna en River (2015).
La segunda aproximación al relato nos la brinda Cassie, que ha iniciado una relación extramatrimonial con un voluntario que trabaja en el barrio dando a comida a los sintecho; una mujer que remueve cielo y tierra para encontrar a un hijo que se ha volatilizado y por el que nadie pide rescate alguno.
El tercer protagonista de esta historia es el inspector Ledroit (McKinley Belcher III), policía negro y homosexual encargado de la investigación, atravesado por dos profundos conflictos internos, su relación con un hombre (blanco) mayor enfermo de SIDA y la desaparición, once meses atrás, de Marlon Rochelle, un chaval afroamericano de 14 años del que no hay ni rastro (y a cuyo desvanecimiento nadie ha prestado demasiada atención) y que podría estar conectado con el caso actual.
Los protagonistas de esta historia y la ciudad que los acoge se fabrican una imagen feliz para representarse ante los demás porque tiene algo que esconder.
Pese al punto común que conecta estos tres hilos argumentales, la aparición de tramas secundarias y las diferencias tonales entre ellas, los tornan casi independientes. Vincent protagoniza una búsqueda alucinada que asume la narrativa del mapa del tesoro en los capítulos finales. Cassie es una madre coraje a la que le toca pelear sola contra las adversidades. Y Ledroit lidera un drama social en el que se abordan cuestiones como la gentrificación de Nueva York, consistente en expulsar del centro de la ciudad a los vagabundos, una limpieza social orquestada por una red corrupta que une a políticos, titulares de empresas dedicadas a la gestión de residuos con apellido italiano, magnates inmobiliarios y agentes de policía (aquí es cuando Morgan necesita recurrir a nuevos puntos de vista para explicar todo el tinglado, lo que desemboca en personajes poco construidos y muy estereotipados).
Si el desarrollo de esa premisa no fuera suficiente para constituir una serie en sí misma (algo así como el reverso urbanita de Show Me a Hero), la cuestión homosexual situada en un contexto tan concreto como el Nueva York de los ochenta, y las consecuencias de esconder la identidad en un entorno abiertamente hostil, darían para otro serial (una versión concentrada de Fellow Travelers).
Uno puede encontrar una conexión metafórica entre todos los personajes y aplicarla, incluso, al diseño de la propia ciudad (la contextualización, a través tanto de los efectos digitales como del soundtrack, es impecable). Si el centelleante skyline neoyorquino es la postal bajo la que se esconde una telaraña de corrupción y en cuyo subsuelo malviven los parias de una sociedad que solo quiere deshacerse de ellos, todos los personajes son, a su vez, marionetas de sí mismos. Dicho de otro modo, los protagonistas de esta historia y la ciudad que los acoge se fabrican una imagen feliz para representarse ante los demás porque tiene algo que esconder: Vincent sus adicciones y sus miserias, Ledroit su identidad sexual, Cassie una relación adúltera que incluye un embarazo y Nueva York una legión de hobos, yonquis y marginados.
‘Eric’ está lejos de funcionar como acostumbran a funcionar las series de Abi Morgan.
En ese sentido, Eric funciona como la voz de la conciencia que expresa lo que Vincent no puede decir porque no quiere oírlo. De hecho, el arco de transformación de todos los personajes pasa por que sean capaces de mostrar aquello que ocultan. Algunos lo harán de manera más velada, como Ledroit, otros serán más directos.
Sucede, sin embargo, que para cuajar esa gran metáfora hay que poner a fermentar demasiados elementos y el compuesto se deslavaza. La resolución del caso (o el desarrollo del misterio) es sumamente trivial y el trabajo policial muy poco interesante, pues los avances dependen de la aparición de las cintas de VHS procedentes de los rudimentarios sistemas de seguridad de la época que van aportando nuevas informaciones (de nuevo, un instrumento que permite mostrar lo que estaba oculto), lo que conduce al cierre conjunto de dos investigaciones (la de Edgar y la de Marlon Rochelle) que en realidad nada tenían que ver la una con la otra, más allá del interés de Ledroit por hallar conexiones entre ellas.
Si a ello se le añaden los cliffhangers tramposos (especialmente el del cierre del quinto episodio que nos abstendremos de revelar), personajes secundarios tópicos, una inabarcable multiplicidad temática y los desequilibrios tonales entre la historia protagonizada por Vincent (con un Cumberbatch en exceso afectado en algunos pasajes) y el resto, Eric está lejos de funcionar como acostumbran a funcionar las series de Abi Morgan. Eric