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En el episodio que cierra la primera temporada de este singular spin-off, que no cunda el pánico porque en esta serie no hay spoilers posibles, Elsbeth Tascioni se ve convertida en un icono de la moda, inspiradora musa de la última colección de un diseñador con pedigrí, y se cruza por la calle con mujeres random que visten como ella. Tres enormes bolsos al hombro (¿qué llevará esa mujer ahí dentro?), blusas y abrigos estampados de mil colores, lazos al cuello, la maravillosa extravagancia que ya conocíamos de sus puntuales apariciones en The Good Wife y The Good Fight es ahora trendy. Tras tantos comentarios y miradas de soslayo que cuestionaban sus gustos estéticos, llega un poético acto de justicia para esta robaescenas nata que siempre tuvo en el espectador el mismo efecto hipnotizador que en los abogados, jueces y clientes que la sufrían en los tribunales.
El tono es muy distinto al de las series madre: cambian el género, cambian el ecosistema, y cambian, por encima de todo, las ambiciones; su ficción superlativa habitual es aquí voluntariamente menor
Cuentan Robert y Michelle King, el matrimonio creador de las dos The Good (y de Evil, y de las desternillantes BrainDead y The Bite), que durante la pandemia, y tras largas jornadas de escritura, encontraban una vía de escape acurrucándose en el sofá y poniéndose un episodio de Colombo antes de irse a dormir. Aparcar las pretensiones y acudir a las esencias de la televisión, a las estructuras del procedimental más clásico, es como volver a casa por Navidad. Y esa sensación de hogar, dulce hogar, planea en cada una de las escenas de Elsbeth (Movistar+), que transforma a nuestra abogada favorita en una detective resuelvecrímenes de primera división.
Apuntábamos a la singularidad de este spin-off porque los propios King reniegan de la etiqueta. Y es que el tono de su nueva criatura es muy distinto al de las series madre. Cambian el género, saltando del drama legal y político a la comedia (no tan) negra y (no tan) policiaca. Cambian el ecosistema, de Chicago a Nueva York, de los tribunales a una comisaría. Y cambian, por encima de todo, las ambiciones: su ficción superlativa habitual es aquí voluntariamente menor. Empeñados en marcar fronteras, y en saltarse cánones, los King nos dejan con ganas de algún ingenioso diálogo que vomite sobre el pelo naranja cheeto de Donald Trump, o de más momentos autorreferenciales guiño-guiño-codo-codo.
Porque Elsbeth es, definitivamente, otra cosa. La sofisticación y las triples lecturas de la cada vez más retorcida, combativa y experimental The Good Fight se convierten aquí en ligereza y sencillez, en un regreso a los tiempos en los que las series eran un cobijo agradablemente intrascendente y definitivamente encantador.
Decíamos también que en Elsbeth no existe el peligro del spoiler, porque, como ocurría en la referencial Colombo, cada episodio comienza con el crimen a resolver y el espectador ya conoce la identidad del asesino. Idéntico procedimental inverso del que también bebía, con muchísima más voluntad autoral, el Poker Face de Rian Johnson. Robert y Michelle King prefieren tomarse un descanso de sus propias extravagancias narrativas, de los riesgos creativos que suelen asumir, para abrazar la nostalgia de aquellos viejos buenos tiempos en los que nadie había soñado con plataformas ni cambios de paradigma, y en los que nadie, gracias al Cielo, trataba de convencernos seis veces a la semana de que se acababa de estrenar la serie del año.
Desde su primera aparición en The Good Wife, nuestra abogada favorita desplegó sus rarezas, se dejó subestimar, se hizo la tonta, y, mientras tanto, su analítico cerebro escaneaba el escenario de un delito
Y puestos a inspirarse en las andanzas de aquel desaliñado teniente de la policía interpretado por el grandísimo Peter Falk, los King incluso le dan a su protagonista el mismo juguetón recurso de aludir constantemente a un personaje que nunca aparece: si Colombo hablaba siempre de su mujer, Elsbeth Tascioni se refiere cada diez minutos a su hijo Teddy.
Desde su primera aparición en The Good Wife (capítulo 20, temporada uno), nuestra abogada favorita desplegó sus rarezas, se dejó subestimar, se hizo la tonta sin ser rubia, y, mientras tanto, su analítico cerebro escaneaba el escenario de un delito (hagamos memoria: Peter Florrick ha violado su arresto domiciliario disparando todas las alarmas) y daba una solución al entuerto. Entre el alboroto policial, la primera frase de Elsbeth en la serie celebraba la belleza de unas estanterías. En aquel lejano momento, no cargaba tres bolsos, pero apuntaba unas maneras que se fueron potenciando en cada una de sus tronchantes presencias posteriores.
Al Papa lo que es del Papa, y a Elsbeth lo que es de Carrie Preston: conocida por True Blood, la actriz daba rienda suelta a su vis humorística, a su dominio de la mueca y de la comedia física, y del ritmo, la réplica cuando corresponde, ni antes ni después. Preston abrazaba a un personaje bombón, de mente privilegiada, intuición milagrosa, verborrea desconcertante y falsa ingenuidad, más marciado que John Sugar, siempre tres pasos por delante que su interlocutor. Habría que ser un bicho aún más raro que ella para no chiflarse con cada una de sus apariciones, una veintena, en The Good Wife y en The Good Fight.
Y eso que la galería de gentes peculiares que cruzaban sus pasos con los de Alicia Florrick y Diane Lockhart en ambas series es interminable. Muchos de esos personajes podrían haber tenido su propio spin-off. Del inmoral asesor político Eli Gold (Alan Cumming) al rastrero letrado Louis Canning (Michael J. Fox), que usaba sus temblores para ganarse la simpatía de jueces y jurados. Del excesivo e irritante abogado Roland Blum (Michael Sheen) a Felix Staples (John Cameron Mitchell), líder de la extrema derecha que dice haber sido víctima de acoso sexual de Ron De Santis. Pero entre todos ellos, la adorable Elsbeth Tascioni siempre pareció tocada por los dioses, y los King le han dado alas para volar sola.
Puro entretenimiento sin coartadas, alma vintage, ‘Elsbeth’ se disfruta como se disfrutaban ‘Colombo’ o ‘Se ha escrito un crimen’
Todo en Elsbeth, absolutamente todo, está al servicio de la inspiración y la luz de Carrie Preston y de la chispa de sus líneas de guion. Importan muy poco los endebles casos a los que se enfrenta en cada uno de sus autoconclusivos episodios, o el completamente irrelevante arco argumental que cruza la primera temporada y que tiene que ver con un posible caso de corrupción en el cuerpo de policía.
Macguffin y más macguffin, excusas y pretextos para que nuestra carismática protagonista haga lo que mejor sabe hacer: asomarse desde una esquina del plano, jugar al despiste, hacerse querer, buscar abrazos, saludar con la mano en alto, parlotear con ingenio e invadir el espacio personal de su interlocutor, alejarse caminando hacia atrás sin romper el contacto visual ni dejar de tropezarse, puntualizar la correcta pronunciación de su nombre (“Elisabeth no: Elsbeth, la mitad de sílabas, el doble de esfuerzo”) y de su apellido, cocinar con escaso talento, poner nervioso al personal, dar saltitos, observar sin perder detalle, hacerle caso a su olfato y resolver asesinatos.
Puro entretenimiento sin coartadas, alma vintage, Elsbeth se disfruta como se disfrutaban Colombo o Se ha escrito un crimen, pidiéndonos que recuperemos nuestra inocencia como espectadores y nos dejemos llevar por la personalidad arrolladora de un personaje único y por el sentido más liviano e inofensivo de la diversión. Puede que, en el fondo, hoy no haya mayor riesgo para un creador que aparcar la innovación y regresar a los orígenes.