Comparte
“Con Eliseo no se jode, hijos de puta”. Antes de estallar en una sonora carcajada, nuestro hombre rompe la cuarta pared y amenaza a los espectadores: “No me olvido, ustedes también me han juzgado a mí, sí. Ustedes la van a pasar mal”, nos advierte en uno de los mejores finales de serie que el arriba firmante recuerda. Conviene no tomarse a broma los avisos del protagonista de El encargado, un tipo de rostro afable y actitud servicial que esconde el desprecio de un sociópata tan retorcido como sofisticado.
Comencemos por el principio: con dos temporadas disponibles en Disney+, la serie que nos ocupa nace de las inquietas mentes de Mariano Cohn y Gastón Duprat, en tanto que cineastas, observadores afinados y mordaces de los entornos de las élites culturales, de las clases altas, del mundo del arte. Nadie como ellos ha disparado al esnobismo gafapasta: con películas como El hombre de al lado (2009), El ciudadano ilustre (2016) y Competencia oficial (2021) han metido el dedo en la llaga de universos intelectualmente elevados como la arquitectura, el diseño, la literatura y el cine. Y este año ponían el foco en la gastronomía, en sus pelotudeces, o en sus boludeces, en otra estupenda sitcom como Nada, de la que aquí dimos buena cuenta.
En El encargado, la feroz mirada de Cohn y Duprat a los estereotipos y a las diferencias de clase se origina en el contraste entre el humilde conserje y los pudientes habitantes de un bonito edificio del bonaerense barrio de Belgrano, uno de los más acomodados de la capital argentina. Eliseo, el protagonista, es un eficiente hombre para todo que se encarga de la recepción de la finca; que maneja la gestión de los pequeños conflictos del día a día, el mantenimiento, la limpieza, el buen estado de los automóviles aparcados en el garaje; y que ayuda con sus averías y sus maletas a los vecinos, casi todos profesionales de éxito: abogados, doctoras, empresarios, arquitectas, políticos, psicólogas… y una bondadosa jubilada.
El núcleo del asunto en la primera temporada de la serie explota cuando una iniciativa de algunos de los residentes de la comunidad pone en peligro el modus vivendi de Eliseo. Un proyecto de piscina (la pileeeeta) en la azotea del edificio se podría llevar por delante el puesto de trabajo y la pequeña vivienda de nuestro hombre. Ahí descubriremos la cara oculta del conserje, su lado oscuro, manipulador, resentido, minucioso, paranoico, refinado, terrorífico (esas llamadas telefónicas a sí mismo ponen los pelos de punta); sus astutos planes maquiavélicos, y un cuartel general bajo llave con paredes repletas de fotos de sus objetivos, chinchetas e hilos, en el que bien podrían instalarse los agentes del FBI de Mindhunter (cómo añoramos a Tench y a Ford).
En la segunda temporada, un nuevo contexto que les sirve a Duprat y Cohn para ampliar su mirada a las miserias de la sociedad bonaerense con elementos críticos a la demencial actualidad política de Argentina
Eliseo parece majo, pero no da puntada sin hilo, y, como un omnisciente y siniestro gran hermano, y a base de cámaras ocultas y sobornos, conoce los secretos más íntimos de cada uno de los vecinos, sus debilidades y sus necesidades, sus horarios de entrada y de salida y las visitas que reciben. En la amabilidad de Eliseo se agazapa la mente perversa de un cabronazo de aúpa que lo mismo se enriquece a base de comisiones de los proveedores como espanta con sus gritos a los transeúntes mientras barre la entrada, siempre disimulando como el que no quiere la cosa.
Ya en la segunda, y reciente, entrega de episodios, un Eliseo todavía más desenfrenado deberá aliarse con su peor enemigo para un frente común ante una amenaza mayor, una nueva vecina dedicada en cuerpo y alma a la beneficiencia, un nuevo contexto que les sirve a Duprat y Cohn para ampliar su mirada a las miserias de la sociedad bonaerense con elementos críticos a la demencial actualidad política de una Argentina en crisis perpetua.
En un tono de comedia negrísima, juguetona cuando maneja el suspense o se acerca muy levemente al thriller, El encargado sabe sacarle todo el partido a la acerada aproximación de sus creadores a las relaciones entre los de arriba y el de abajo, y a su casi misántropo retrato del género humano. Los guiones pulen las situaciones y los conflictos, y dan forma a un personaje protagonista que solo un actor del calibre de Guillermo Francella puede levantar con éxito, sin perder el equilibrio en ningún instante.
Los espectadores enseguida nos descubrimos como inesperados aliados de un tipo al que ni en broma querríamos en el portal de nuestro edificio
Las dos, o las mil, caras de Eliseo representan muy bien el amplio abanico interpretativo de alguien que triunfó como cómico (en producciones televisivas como Casados con hijos o La familia Benvenuto) y se doctoró con intensos dramas (conmovedor en la maravillosa El secreto de sus ojos de Campanella, escalofriante en la brutal El Clan de Pablo Trapero). Guillermo Francella es un todoterreno con un talento inmenso, con una dicción que convierte los insultos en pura poesía, y compone a un Eliseo bipolar desde sus títulos de crédito, con esa sonrisa convertida en mueca después de alimentar a una planta carnívora con una mosca.
No hay compasión con el insecto y, desde la perspectiva de nuestro encargado favorito, tampoco la merecen los indeseables soretes a los que tiene que servir. Su mirada es la nuestra, y los espectadores enseguida nos descubrimos como inesperados aliados de un tipo al que ni en broma querríamos en el portal de nuestro edificio, ni siquiera en nuestra misma ciudad, cuanto más lejos mejor. En ese ejercicio de malévola empatía arrancada del público radica otra de las claves de la serie, y ahí está la brillantez de los últimos minutos del season finale, referidos en el primer párrafo de este texto. La opinión sobre el ser humano de Mariano Cohn y de Gastón Duprat también nos alcanza. Y, como con los vecinos a los que atiende a diario, Eliseo es capaz de ponernos en nuestro lugar. Avisados estamos.