Diversidad y polémica en las series: Los mundos pequeños
Diversidad y polémica

Los mundos pequeños

De 'Los Anillos de Poder' a 'The Last of Us', el debate de la diversidad y la inclusividad sacude el mundo de las series desde hace tiempo. Una controversia donde a menudo se confunde la discusión artística con la ideológica. Y es que los mundos de ficción, a veces, pueden engrandecer los mundos pequeños que todos habitamos.

Bella Ramsey en una imagen promocional de 'The Last of Us'

Un usuario publica en Twitter un par de fotos de Ellie de The Last of Us: una del personaje en el videojuego y otra de Bella Ramsey interpretándola en la serie. Acompaña las imágenes con el siguiente texto: “¿A qué lobby woke hay que agradecerle la elección de esta actriz de aspecto difícil como protagonista de lo que era un videojuego? ¿Hay que ser fea, gorda o negra para conseguir un papel?”.

Más allá de los evidentes eufemismos de preescolar (aspecto difícil), los anglicismos devenidos en mantra retrógrado (lobby woke) y la alarmante falta de decencia (la segunda pregunta aúna una notable variedad de ismos deleznables), la publicación nos puede servir como punto de partida para tratar un debate reciente y notorio que se da en el mundo de las series y la ficción en general: la pertinencia y necesidad –para algunos– o la blasfemia y sacrilegio –para otros– que supone la diversidad en el reparto de las producciones.

Tras usarlo como punto de partida, eso sí, cabe recalcar que el tuit anterior no nos sirve para nada más, y es una obligación moral abandonarlo en el vertedero más cercano. La que trataremos en este artículo es una cuestión interesante donde debe haber espacio para todas las opiniones, pero no para todos los rebuznos.

Bella Ramsey es Ellie en The Last of Us

Viajemos a la Tierra Media. Antes de su estreno, Los Anillos de Poder estuvo en boca de todos porqué se había convertido en la serie más cara de la historia. También porqué uno de los elfos de su reparto lo interpretaba Ismael Cruz Córdova, un actor de raza negra. Se generó una tremenda controversia alrededor de la siguiente pregunta: ¿puede un elfo ser negro si en la obra de Tolkien los elfos no son negros? Si somos menos cándidos, algo más punzantes, en el fondo la pregunta que desató la tempestad de opiniones sería algo más sencilla, también mucho más ideológica: ¿puede un elfo ser negro? Es importante remarcar la diferencia entre ambos interrogantes, puesto que las respuestas a cada uno de ellos les separa un abismo, de Helm o no.

Esta sutil bifurcación de la controversia es extrapolable a todo producto de ficción más allá de los elfos y la raza negra, por supuesto. En el fondo, se trata de saber discernir entre el debate real sobre la obra del uso de la obra como ariete para un debate ideológico de mayor calado. Nos detendremos en ambas posibilidades.

Si la diversidad de razas y colores de piel existe en el mundo real, no debería discutirse que también exista en un mundo donde habitan orcos, nigromantes, elfos y huargos

¿Puede un elfo ser negro si en la obra de Tolkien los elfos no son negros? Lo cierto es que Tolkien solo citó el color de piel de los elfos en una ocasión. Fue con Maeglin, en el Silimarílion: “Era alto y de pelo negro; sus ojos eran oscuros, pero brillantes y penetrantes como los ojos de los Noldor, y su piel era blanca”. Un único elfo explícitamente blanco en la vastísima obra de Tolkien no parece una base lo suficientemente sólida para pensar que todos los elfos deben tener ese mismo color de piel. Quizás la asunción general de que así sea se debe a la influencia cinematográfica de la trilogía de Peter Jackson y la película animada de 1978, donde todos los elfos eran de raza blanca.

Quizás se deba, también, a la mirada de tendencia hegemónica con la que Occidente –sea lo que sea eso– mira los mundos, el nuestro y los de ficción, desde hace siglos; a su reiterada negativa a desplazar el centro, como hace décadas que pide el pensador keniata Ngũgĩ wa Thiong’o, y dejar atrás de una vez por todas un eurocentrismo miope y caduco. Esta idea nos lleva a la segunda pregunta del debate; la menos cándida, la más punzante.

Ismael Cruz Córdova en Los Anillos del Poder.

¿Puede un elfo ser negro? Parece absurdo negar esa posibilidad. Si la diversidad de razas y colores de piel existe en el mundo real, no debería discutirse que también exista en un mundo donde habitan orcos, arañas gigantes, nigromantes, elfos y huargos. Sin embargo, hay gente, y no poca, defendiendo que un elfo no puede ser negro de ninguna de las maneras, escudándose en el respeto a la obra de Tolkien tratado –y desmentido– en el párrafo anterior. A lo mejor sus motivaciones, conscientes o no, son más profundas.

Cualquier ficción es un recipiente donde primero el autor y después el lector/espectador/consumidor vierten su forma de comprender la realidad. Lo que debería ser un universo ilimitado y sin barreras mentales de ningún tipo acaba muchas veces convertido en una proyección a pequeña escala de nuestras cosmovisiones particulares, demasiado a menudo sesgadas y aquejadas de una alarmante estrechez de miras. Es natural, incluso humano, pero también debería serlo darse cuenta de ello y hacer lo posible para revertir dicha situación con el objetivo de entregar a la ficción el espacio de libertad absoluta que merece.

Si somos capaces de ello, nos será mucho más fácil después entregar al mundo real el espacio de libertad absoluta que merece. No es osado decir que cuantas menos ataduras tengan nuestras ficciones, más libre serán nuestras sociedades. Los mecanismos de censura del autoritarismo lo saben bien, y por eso su guadaña está siempre tan afilada y dispuesta a segar toda creación artística mínimamente disidente.

El camino hacia el futuro pasa por tolerar un presente que retome el pasado de un modo más amplio e inclusivo

Si una persona cree que el centro del universo orbita alrededor del hombre blanco, por ejemplo, de una ficción esperará evidentemente que orbite alrededor del hombre blanco, y con exclusividad. Aceptará que en esa ficción haya magos nacidos de meteoritos o una civilización entera de enanos viviendo dentro de una montaña. Pero un detalle tan ínfimo como un elfo negro le parecerá sacrílego. Una imposición inadmisible a su modo de ver y entender el mundo, su mundo pequeño.

Y, ojo, todos vivimos en nuestro mundo pequeño. Lo que marca la diferencia, quizás, es si tenemos la voluntad de ampliar sus fronteras y encontrarnos con el otro o, por el contrario, luchamos con uñas y dientes para que nuestro mundo pequeño sea por decreto el de todos. De ahí la radical importancia de la aparición de un elfo negro en Los anillos de poder y la defensa a ultranza de su presencia en la serie, más allá del puro sentido común.

Una salvedad a mencionar de Los anillos de poder, pura perogrullada, es que se trata de la adaptación de una obra previa, y eso añade un plus de sensibilidad entre los fans de largo recorrido. No es fácil modificar una idea preconcebida y consolidada durante décadas. Lo que a algunos no les importaría ver en una obra original, les chirría al verlo en la adaptación de una obra que ya conocían con anterioridad y no concebían de tal modo.

En ese sentido, el camino hacia el futuro pasa por tolerar un presente que retome el pasado de un modo más amplio e inclusivo. De ello se verá beneficiadas tanto las obras adaptadas, puesto que su universo tendrá la capacidad de expandirse y llegar a públicos más vastos, como las obras de nueva creación, puesto que contarán con precedentes que les permitan elaborar universos más ricos y diversamente veraces desde un inicio.

Una escena de Los Anillos del Poder

Otro sendero del debate ha apuntado, y no es nada descabellada, la siguiente posibilidad: que las productoras y plataformas se hayan subido al carro de la diversidad porqué saben de su buena acogida entra gran parte del público que ya atesoran y, más importante aún, de un público potencial que les interesa mucho. La aparición reciente de términos como el pinkwashing o el racebending apuntalan la teoría de que la diversidad en las ficciones podría no ser más que un hipócrita lavado de cara que busca ondear una bandera cualquiera para captar la atención -y el dinero- de quienes se sientan representados por ella.

Digamos que es así. No es mi intención determinar si lo es o no les, atención, tan solo me interesa partir de la hipótesis más catastrofista –y realista, quizás, dada las reiteradas muestras de falta de escrúpulos brindadas a diario por el capitalismo– para intentar comprender cómo podríamos responder a ella como espectadores.

Si la diversidad en las series fuera una treta vacía de significado, un ardid de productores y ejecutivos con el fin de maximizar beneficios, en el espectador recaería la oportunidad y la obligación de aportar él dicho significado, es decir, de darle un cometido a esa diversidad

Si el elfo de raza negra –o un personaje de género no binario, o que no es heterosexual– de Los Anillos de Poder –o cualquier serie– debe su aparición a una mera operación de marketing, debemos ser nosotros quienes asumamos el rol pedagógico de relatar, defender y fortalecer las razones por los cuales su presencia en la serie no debería ser jamás discutida por el simple hecho de ser de raza negra, o de género binario, o no-heterosexual. Deberíamos ser nosotros, en este caso, quienes hicieran el esfuerzo de expandir el mundo pequeño que habitamos; tornar el uso fraudulento e interesado de la diversidad en un arma a favor de ésta.

No podemos cambiar el pasado. Pero con el presente y el futuro aún tenemos alguna opción, por costosa y remota que sea

Otro matiz importante del debate-avispero de la diversidad es si debería o no tener carácter retroactivo. Marta Kauffman, creadora de Friends, fue noticia recientemente tras afirmar que se sentía “avergonzada” por la falta de diversidad en la serie. Es cierto que Friends es una serie más blanca que un vestido de novia, pero no creo que sirva de nada fustigarla en exceso por ello. Es comprensible que Kauffman mire hacia atrás y piense que quizás podría haber escrito una serie más representativa de la población neoyorquina de lo que fue Friends. Bien.

¿Pero de qué serviría cargarnos o cancelar la serie por ese motivo? ¿No es mucho más poderoso seguir disfrutando de ella sabiendo que sus carencias son reflejo de una época de ensimismamiento que estaba llegando a su fin? Me parece mucho más relevante que Kaufmann reconozca públicamente que Friends no es una serie diversa que el hecho en sí de que no lo sea. No podemos cambiar el pasado. Pero con el presente y el futuro aún tenemos alguna opción, por costosa y remota que sea. Y allí es donde deberíamos centrar todos los esfuerzos.

El cast de Friends

Ese cambio, por lo menos, nos ahorraría tener que seguir leyendo necedades como que Bella Ramsey no puede protagonizar The Last of Us por su “aspecto difícil”, o que para conseguir un papel “hay que ser fea, gorda o negra”. Son proclamas que deben ser combatidas.

De no ser así, el cerco de los mundos pequeños cada vez será más estrecho: ni feos, ni gordos, ni negros, ni, en definitiva, nadie que no encaje en mi forma de concebir un mundo que es solo mío, nadie que no sea yo. Una deriva preocupante y peligrosa, además de muy cínica, puesto que sus adalides suelen atacar la presencia en una obra de quienes no son iguales a ellos alegando que la presencia de quien no son iguales a ellos es un ataque a la obra. Esa inversión del argumento es el corazón de todo su razonamiento. Y la clave que debe ser refutada una y otra vez, ser mostrada como lo que es: una falacia.

Una muralla feroz intenta proteger los mundos pequeños que habitamos de lo que hay ahí fuera y no es igual a nosotros. No es cuestión de echar abajo dicha muralla, creo: basta con convencer a quién vive intramuros de que no hay peligro alguno en bajar la puerta levadiza. Cuando desde lo alto del torreón oteas otro mundo pequeño en el horizonte, lo que tus ojos ven es exactamente lo mismo que ven los ojos que desde el horizonte otean tu mundo pequeño. Y en ese espacio intermedio creado entre ambas miradas –algo mágico, algo infinito– hay lugar para todo y para todos.

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