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En su primera escena, en la que vemos despertarse a una pareja que ha disfrutado de una noche de sexo, Desconectados nos descubre el particular talento de Ava, una psicóloga especializada en terapias de pareja que usa un pequeño truco infalible en su trabajo. Y es que nuestra protagonista tiene la extraña capacidad de ver el futuro amoroso de su interlocutor con solo ponerle la mano en el pecho a la altura del corazón. Enseguida sabremos que ese superpoder llegó por culpa de una tostadora rebelde, y también conoceremos que, por culpa de esa insólita habilidad, Ava tiene una larga carrera de decepciones románticas, que nunca pasa de la primera cita ni del primer polvo, y que se ha convertido en una cínica con pánico al compromiso que solamente cree en el amor cuando quienes lo practican son los demás.
No hay nada revolucionario más allá del punto de partida, pero también es verdad que el periplo romántico de la pareja es tremendamente eficaz
Desde esa premisa con aires de relato sobrenatural, Desconectados juega con la falta de expectativas románticas de una mujer independiente y de (en realidad no tan) sólidas convicciones, y con sus íntimas contradicciones cuando, accidentalmente, usa su capacidad para predecir el futuro y descubre que va a casarse con ese tipo retraído, también terapeuta, que acaba de alquilar la oficina que ha quedado libre junto a la suya.
Minutos antes, hemos sido testigos del siempre necesario meet-cute que da brillo a toda comedia romántica que se precie. Y minutos después empieza el quiero y no puedo, o el quiero y sí puedo pero me autoboicoteo porque enamorarme no es para mí. La estupenda actriz Sara Shirpey (a la que quizás hayáis visto en la simpática El año en que empecé a masturbarme, en Netflix) navega con chispa y carisma por los océanos emocionales de un atribulado personaje que cumple con los requisitos que el género pide. Cierto es que no hay nada revolucionario, más allá del punto de partida, en Desconectados, pero también es verdad que el periplo romántico de la pareja, el clásico parece que sí-parece que no-vuelve a parecer que sí…., es tremendamente eficaz.
Una serie que genera una permanente sensación de confort para quienes disfrutan sin complejos de una buena, y bonita, comedia romántica
Sin abusar de las particulares visiones premonitorias de Ava, que no siempre son de fiar, o sí, y a las que probablemente se les podría haber sacado mayor partido narrativo, la serie sabe rodear a nuestros protagonistas de un puñado de personajes secundarios (la mejor amiga de ella, lesbiana y madre, que sospecha que su mujer le está poniendo los cuernos, o el tercer compañero de oficina de Ava y John, un graciosísimo psicólogo sin demasiado control de los más mínimos códigos sociales) que dan un contrapunto puntual al corazón del relato. Y les meten de cabeza en situaciones que viajan de los malentendidos cómicos a los obstáculos semidramáticos.
En uno de sus capítulos, por ejemplo, seremos testigos de una incómoda comida en la que se pone sobre la mesa el efecto familiar de una depresión. No todo es jiji-jaja en la trama de Desconectados, aunque el tono que domina sea el del humor y los enredos.
Las guionistas de la serie, Lina Åström y Marja Nyberg, apuestan por la ligereza, se apoyan en la química entre Sara Shirpey y Hannes Fohlin, y huyen de cualquier ambición narrativa ni tentación de sofisticar una historia que no lo necesita en absoluto, porque sabe muy bien en qué liga compite.
Una premisa original, un grupo de personajes a los que resulta complicado no coger cariño, un guion juguetón que recorre lugares comunes con mesura e inteligencia, y una permanente sensación de confort para quienes disfrutan sin complejos de una buena, y bonita, comedia romántica. Es lo que ofrece esta encantadora serie sueca de seis episodios de poco más de 20 minutos que pasan como un suspiro. Nada más. Y nada menos.