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No hay rincón seriéfilo de internet en el que no se encuentre al menos un artículo dedicado a enumerar el largo listado de razones que convirtieron a Dawson Leery de Dawson Crece en el protagonista más odiado que jamás tuvo una serie de adolescentes.
Y eso que tenía muchos rivales, desde las gemelas de Sweet Valley hasta Ryan y Marisa, la parejita que protagonizaba The OC. Y sí, Dawson era un sosainas, un pedante y un narcisista pero, ¿no sería bonito darle una segunda oportunidad ahora que han pasado 25 años desde la primera vez que le conocimos?
Puede que sea culpa del espíritu navideño, ese que en algún momento de los últimos tres años se ha convertido en una peligrosa obsesión por la contaminación lumínica en la mayoría de ciudades españolas, cuyos alcaldes pugnan entre ellas para ver quién la tiene más encendida, pero he aquí nuestro intento de resarcir a aquel adolescente obsesionado con Spielberg que tan pocas alegrías nos dio.
Y no, Dawson no lo pone fácil. Para nada. En el primer capítulo de la serie, cuyos 44 minutos saben a horas gracias a la lentitud de todas y cada una de sus escenas, es capaz de darnos suficientes argumentos como para fundar el club de detractores de Dawson Leery y conseguir que cualquiera que lo haya visto se adhiera. De hecho, sólo en la primera escena ya da motivos para que así sea. Porque todo lo que sucedió a lo largo de las seis temporadas de la serie ya se había resumido en esos primeros minutos en la habitación del personaje interpretado por James Van Der Beek.
Ahí estaban Dawson y su mejor amiga Joey, terminando de ver por enésima vez E.T., a punto de tener la conversación que marcaría un antes y un después en su amistad. ¿Podemos seguir durmiendo juntos cuando “a mí me han salido pechos y a ti genitales” (sic)?, le pregunta ella a él. ¿Y por qué no?, responde Leery. Dime, Joey, ¿POR QUÉ NO IBA A SER ASÍ?
Pero aquí hemos venido a intentar defender al que podría haber sido el cuarto de los hermanos Hanson y aunque nos dejemos la credibilidad en ello, vamos a hacerlo. Ahí van cinco posibles razones para no odiar (al menos no tanto) a Dawson Leery:
Es adolescente, ¿qué más necesitas para compadecerte de él?
Parece una obviedad pero, cuidado, no lo es. El hecho de que James Van der Beek tuviera 21 años cuando se estrenó la serie quizás nos llevó a olvidarnos de que el personaje que interpretaba tenía 15 y que, por ello, todo lo que hacía, decía, pensaba y sentía estaba condicionado por una de las peores cosas que te pueden pasar en la vida: la pubertad. Y si la adolescencia es una de las peores, los adolescentes son definitivamente la peor.
Nadie quiere tener uno cerca a no ser que, oh sorpresa, también lo sea. Y por alguna razón que jamás podrá llegar a ser comprendida, los creadores de la serie decidieron convertir a su protagonista en la personificación total y absoluta de todos y cada uno de ellos. Dawson era el adolescente por antonomasia, con todo lo malo que ello implicaba, desde los inevitables errores a la hora de elegir peinado hasta la absoluta incapacidad por gestionar, expresar o incluso comprender sus sentimientos, hormonas y pensamientos. Apiadémonos de él.
Las facilidades que le brindó la vida hicieron de Dawson un personaje más vulnerable que el resto de los que le rodeaban, cosa que evidentemente le jugó en contra a la hora de generarnos empatía.
Sueña con ser el futuro Spielberg y está dispuesto a todo para conseguirlo.
El que escriba en Serielizados y no haya soñado con serlo que tire la primera piedra. Y el que no estuviera absolutamente convencido de que iba a conseguirlo que no la tire, que se la coma. Puede que convertirse en el nuevo Spielberg sea el objetivo que más veces se ha visto insatisfecho entre aquellos nacidos entre los 70 y los 90, Dawson incluido. Es cierto que no hacía falta tener una colección de pósters perfectamente ordenados en la habitación para demostrarlo, y que convertirte en la Wikipedia al reconocer la escena final de Psicosis en un televisor cualquier no facilita que nadie empatice con tu obsesión.
Ahora bien, más allá de la ridícula pedantería con la que Dawson se expresa, vinculada a la etapa vital que atraviesa (véase el punto anterior), el hecho de que tuviera tan claro su futuro y luchara con tantas fuerzas y ganas contra su probable falta de talento es uno de los méritos que hay que reconocerle al pobre muchacho. ¿O no es eso lo que hoy llamamos una ambición desmedida?
Su vida es demasiado perfecta, sí, pero él no tiene la culpa de que sea así
Más que una lista para no odiarle, esto empieza a parecer una lista para compadecerse de él pero es que con el episodio piloto de Dawson Crece quedaba claro que sólo existían estas dos aproximaciones al personaje: o sentías lástima o sentías repulsión. Y es difícil que te provoque compasión un personaje al que no le pasa nada malo y que, encima, está rodeado de vidas mucho más complejas y desafiantes que la suya. ¿Tu mejor amiga perdió a su madre por culpa del cáncer, tiene a su padre en prisión y tiene que soportar los comentarios de todo el pueblo porque su hermana se ha quedado embarazada de su novio sin estar casados y a ti te preocupa que tu madre se esté liando con un compañero de trabajo? Really, Leery?
Las facilidades que le brindó la vida hicieron de Dawson un personaje más vulnerable que el resto de los que le rodeaban, cosa que evidentemente le jugó en contra a la hora de generarnos empatía. Era mucho más fácil ponerse de lado de cualquier otro personaje, que normalmente se enfrentaban a situaciones mucho más complicadas que él, que lo único que tenía que hacer era conseguir que su mejor amiga aceptara que él tenía novia. Las dosis de drama que quisieron añadirle a sus tramas a lo largo de la serie no consiguieron mejorar la situación: tantas veces le habíamos visto llorar por nimiedades que cuando lo hizo porque tenía motivos de verdad no logró conmovernos. Pero ¿qué culpa tenía él, si todo le iba más o menos bien?
Su virginidad le atormenta. ¿Y a quién no?
Aunque haya quien lo lleva con más dignidad que Dawson Leery, desde el primer capítulo queda claro que su relación con el sexo va a ser problemática, insatisfactoria e imposible de resolver. “¿Por qué iba a ser algo importante si Spielberg no le ha dedicado ni una sola escena en toda su filmografía?”, se atreve a preguntar él, ignorando que 25 años después habrá quien dedique todas sus energías a intentar defenderlo. Y, sin embargo, es fácil intuir que él mismo es consciente de que más que un alegato, la frase es un reproche, probablemente el único, que es capaz de hacerle a su ídolo.
Todo, absolutamente todo en la vida de Dawson tiene que ver con el sexo: es el origen de sus problemas con Joey, lo que guía su relación con Jen, el motivo por el que terminarán distanciándose Pacey y él. Por no hablar de sus padres, el señor y la señora Leery, que en el primer capítulo de la serie protagonizaban una escena que tendría que servir de bula papal para que nadie nunca pueda criticar a ese hijo perfecto que tuvieron. ¿O es que alguien ha pillado a sus padres en pleno arrebato y no ha salido completamente traumatizado de ese momento?
Es mucho más fácil cogerle cariño a cualquier otro personaje que a él; aunque quizás el mérito sea del propio Dawson, cuyas carencias hacen que el resto de secundarios brillen más
Algo bueno debe tener si hay tanta gente que le quiere tanto, ¿no?
Sobre por qué alguien decidió traducir el Dawson’s creek original por Dawson crece ya hablaremos en un futuro artículo sobre los grandes misterios de la televisión de los 90. Aun así, resulta innegable que Joy Crece, Pacey Crece, Jen Crece, incluso Abby crece poco antes de morir habrían sido mejores títulos para una serie en la que el protagonista es el menos interesante de todos los personajes que aparecen, y también el que menor arco dramático tiene a lo largo de la serie.
Parece que todos los personajes maduren a su alrededor mientras él se emperra en seguir encallado en esa sentencia que acuña en los primeros minutos de la serie, ‘I reject reality’, es así. Y, sin embargo, hay que reconocerle la capacidad para convertirse en el epicentro de todas las tramas y de rodearse de toda una serie de secundarios que viven permanentemente pendientes de su opinión. Todos le quieren, todos le buscan… Por algo debe ser, ¿no?
Y, a pesar de los esfuerzos, es mucho más fácil odiar a Dawson que quererle, es mucho más fácil cogerle cariño a cualquier otro personaje que a él. Aunque quizás el mérito sea del propio Dawson, cuyas carencias hacen que el resto de secundarios brillen más de lo que brillarían sin él. Es como la pipa mala que contienen todos los paquetes, que sólo existen para que el resto sepan mejor. Y, bien pensado, quizás fuera revolucionario convertirlo en el protagonista de una serie de televisión. Quizás no pase nada si veinticinco años después seguimos sin poder dedicarle ni una gota de amor.