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A estas alturas, lo mío con Rick & Morty podría considerarse directamente una relación tóxica. La sentí durante mucho tiempo como una cima de la animación para adultos, un prodigio capaz de combinar premisas sci-fi brillantes con un trabajo de personajes certerísimo, emocionante, en ocasiones incluso trascendental.
Pasé a percibir cómo, en temporadas posteriores, comenzaba a hundirse por su propio peso, enredada en un nihilismo capaz de reírse en mi cara, iluso de mí, que creí que sus creadores se darían cuenta a tiempo de que poner de protagonista a un gilipollas invencible y amoral es maravilloso para estampar millones de camisetas frikis pero dramáticamente deja de ser atractivo en cuanto la broma pierde la gracia.
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Luego llegó el machismo de ciertos sectores de su comunidad de fans, capaces de asimilarse a su gilipollas y amoral protagonista al asegurar que la serie había empeorado por la inclusión de mujeres en el equipo de guionistas; el intento por parte de sus creadores de responder a esa comunidad con mayor o menor fortuna a través de la propia serie y la sensación de que lo que una vez fue una maravilla regida solo por sus propias normas, una ficción que (de verdad) era capaz de estimularte con cada capítulo, no había sabido estar a la altura de la conversación cultural generada por ella misma y había acabado presa de sus peores fans y de las limitaciones impuestas por su peculiar forma de entender la narrativa serial.
‘Rick & Morty ‘no pasará a la historia por su apuesta por el caos, sino por ser capaz de encontrar humanidad tras él.
Rick & Morty nos dijo ya en su primera temporada que nada tiene sentido, y había tratado de bregar contra ese sinsentido encontrando retazos de esperanza más o menos provisionales… para poco después volver a despedazarlos. Una tensión entre la posibilidad del cambio y su negación, que en su cuarta temporada pareció haber llegado a su punto muerto: ¿cómo construyes una evolución de personajes emocionante en una serie que parece prometerla, que por su ambición te hace pensar en que la habrá, pero que en el fondo no quiere que ocurra, hasta el punto de ridiculizar esa posible evolución? Muy sencillo: no puedes construirla.
En algunas entregas de esa temporada, llegué a sentir vergüenza ajena con una serie que unos años antes había afirmado sin pestañear que me parecía de lo más interesante que había visto nunca: ahora, parecía instalada en una inercia entre lo chabacano y el chiste metalingüístico vacío. Sin drama humano interesante, sin un mínimo de emoción al que asirse, en Rick & Morty los episodios más autoconclusivos no funcionaban. Porque esta serie nunca fue Padre de Familia, ni siquiera Los Simpson. Rick & Morty no pasará a la historia por su apuesta por el caos, sino por ser capaz de encontrar humanidad tras él.
En los dos primeros capítulos de su quinta temporada, sin embargo, la serie encuentra una forma interesante de empezar a solucionar varios de sus problemas, volviendo a un tipo de historia autoconclusiva en la que la evolución de sus personajes no se deja del todo a un lado. En ‘Mort Dinner Rick Andre’, por ejemplo, tenemos esencialmente dos tramas absolutamente delirantes que sobre todo sirven para dramatizar el punto vital en el que se encuentran todos los personajes, y que no se enredan en tratar de satisfacer a uno u otro sector de su comunidad de fans… como en los buenos tiempos de Rick & Morty, vamos.
Tenemos un capítulo en el que Morty vive una aventura por su cuenta, en el que Beth y Jerry parecen haber dejado atrás esa infinita crisis de matrimonio en la que llevaban metidos varias temporadas y en el que incluso Jessica, el interés romántico de Morty que hasta ahora apenas había servido para nada, sufre un cambio que parece irreversible.
Es como si la serie se hubiese olvidado en algún momento de sus verdaderas fortalezas y ahora estuviese recuperándolas de nuevo.
Pero, sobre todo, un capítulo en el que Rick adquiere un papel secundario, en el que se juguetea incluso con sus debilidades, en el que no aparece como un individuo invencible. Puede que sea en este personaje en el que se concentren muchos de mis problemas con una serie que, como él, parece llevar un tiempo confundiendo brillantez con emoción. Por eso se agradece la apuesta por separar al resto de él, por explorar a unos secundarios que ayuden a equilibrar una serie cuyo mayor enemigo hace tiempo que es su propio ego.
Por su parte, en el segundo capítulo de la temporada, ‘Rick dobles, mi Mortijer y yo’, la serie nos lanza de lleno a un bucle sci-fi clásico en el que de nuevo el tratamiento del personaje de Rick se revela como cuidadosamente calculado: tenemos una aventura en la que participa toda la familia, en igualdad de condiciones, y que además concluye con un atisbo de emoción honesta. Y funciona estupendamente: es como si la serie se hubiese olvidado en algún momento de sus verdaderas fortalezas y ahora estuviese recuperándolas de nuevo.
En ese sentido, es curioso cómo los inicios de temporada explosivos y cargados de mitología de ocasiones anteriores han sido sustituidos por dos capítulos que perfectamente podrían pertenecer al primer año de la serie, como si Rick & Morty hubiese entendido que la mejor forma de arreglarse a sí misma tiene que pasar por un reseteo que la ayude de nuevo a conectar con lo que una vez la hizo brillante. ‘Mort Dinner Rick Andre’ o ‘Rick dobles, mi Mortijer y yo’ quizá no estarán en las listas de mejores capítulos de la serie, pero sí pueden sentar las bases de una temporada menos pendiente de lo que se dice aquí afuera y más de todo lo que pueda ocurrir en los confines de su universo.