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A finales de los 70, después de emigrar desde Bombay a Los Ángeles, Somen Banerjee tenía claro que quería ser un hombre de éxito. ¿Y qué significa eso en el país del dólar? Tener una idea pionera, convertirla en negocio y llevarlo a la cima. Cueste lo que cueste. Llevándote por delante a quien haga falta. Luego, en teoría, vendrá el reconocimiento social. Aunque a él, como inmigrante le será constantemente negado, pese a cambiarse el nombre a Steve y casarse con una americana de pelo rubio.
Así es el llamado sueño americano de la era Reagan. Tan atractivo como perverso. Tan lucrativo como venenoso. Un sueño que acaba mal para el señor Banerjee. Y eso que empezó muy bien, con billetes de dólar rebosando de los tangas y las nalgas de sus empleados.
Un negocio que supo aprovechar la inercia de la revolución sexual y el feminismo de los setenta
Y es que la gran idea del emprendedor de Bombay fue un local exclusivo para mujeres donde unos tipos bien fornidos y apuestos se quitarían las ropas. Chippendales fue el nombre elegido para dar apariencia de lujo y clase a un local de strip-tease –sin más– cuya novedad fue darle la vuelta a los roles femeninos y masculinos.
Una horterada en toda regla que supo aprovechar la inercia de la revolución sexual y el feminismo de los setenta. Y, a partir de ahí, coger desprevenido al Los Ángeles nocturno de inicio de los años 80. Según nos cuentan en Bienvenidos a Chippendales, el negocio fue todo un bombazo local. Con los años, se fue expandiendo por Estados Unidos hasta la actualidad, con shows fijos en Las Vegas y Nueva York así como espectáculos por todo el mundo. Una historia de éxito en toda regla si no fuera por el funesto precio que conllevó.
Un Hugh Hefner hecho a sí mismo
Bienvenidos a Chippendales está creada por Robert D. Siegel, quien encadena esta serie siguiendo una fórmula y patrón similar a la su anterior creación, Pam & Tommy. Ambas se basan en hechos reales y buscan hablar de una sociedad y un tiempo concreto apoyándose en referentes de cultura pop, gusto por lo extravagante y una clara puesta en escena a base de una buena playlist, movimientos de cámara constantes y un montaje muy ágil. Y aunque bien es cierto que Pam & Tommy tenía más punch y discurso que Bienvenidos a Chippendales, ésta consigue ser efectiva y sobre todo, entretenida.
Kumail Nanjiani lo da todo con un papel siempre complicado: un protagonista detestable
Pero lo más interesante de Bienvenidos a Chippendales es el retrato del protagonista y fundador del negocio, interpretado por Kumail Nanjiani. Tras Silicon Valley, el actor está buscando dar un giro más dramático a su carrera. Aquí lo da todo con un papel siempre complicado: un protagonista detestable.
Su personaje empieza con la ilusión de un emprendedor naif e inexperto que sueña a lo grande pero no sabe ejecutar sus ideas. Pese a provenir de una familia de clase media estable de la India, su fijación está en el sueño americano. Y la idea inculcada, a base de propaganda mediática, de que el éxito en el capitalismo significa ser un hombre hecho a sí mismo. De la nada, al todo. De cero a héroe «en un pis pas» –como dirían en Hércules– y sin darse cuenta, de héroe a villano.
Pues ese sueño, una vez llega el éxito fulgurante, se infiltra en sus venas como un veneno. Pasa a dominarlo todo, sacando a relucir sus complejos. La fijación en poner por delante referentes como Hugh Hefner antes que fijarse en la realidad hace que su idea del éxito, en clave de «Macho Man», nuble su juicio por completo. Sentimientos como la envidia, la paranoia y los recelos, encumbrados por un enorme complejo de Napoleón y un descarado aspiracionismo social con el que se da de bruces todo el rato, mueven a un protagonista que se deja vencer por esa toxicidad arribista.
Y otro ‘Macho Man’ que sí da la talla
En contraste a todo esto que vive el protagonista está el otro eje principal de la serie: Nick De Noia. Interpretado por un Murray Barlett que, desde que nos enamoró en The White Lotus, está en dulce y se lo rifan series como Physical o The Last of Us. Su personaje es el que entra en conflicto directo con el de Kumail Nanjiani, ya que es el coreógrafo y director artístico del espectáculo de strip-tease.
La serie saca a relucir uno de los grandes temas de la industria del entretenimiento: la fricción entre talento y negocio
Así, la tumultuosa relación con su jefe saca a relucir uno de los grandes temas de la industria del entretenimiento: la fricción entre talento y negocio. La brillantez del arte contra la frialdad de los números. Dos fuerzas centrífugas destinadas a colisionar por culpa del ego mal llevado. Una lucha constante que evidencia la capacidad del capital por engullir aquello que es genuino y explotarlo al máximo.
En el caso de la historia de Chippendales es aún peor, pues la inseguridad personal de su dueño le lleva a envidiar el talento y la capacidad de creación (más desparpajo y seguridad) de su empleado. Frente al Hugh Hefner que no consigue degustar las mieles aspiracionales de su éxito, un «Macho Man» hecho y derecho que sí disfruta de la vida y sí transmite pasión por lo que hace y cómo lo hace.
Toda una espiral nefasta que nos avisa de los peligros de querer ser constantemente algo que no somos. Ahí está la desgracia de este complicado protagonista principal y sus víctimas; engañarnos frente al espejo nos prohibe ver lo que realmente tenemos delante, y convierte las virtudes en defectos. En definitiva, Bienvenidos a Chippendales sabe trasladar a la pantalla, de forma muy entretenida, toda esta amalgama de sentimientos que destila la historia real en la que se basa.
Como nota negativa, la serie falla en generar unos personajes femeninos más completos y en en especial, tarda más de la cuenta en llegar al clímax, pues la historia en general da más para cuatro o seis episodios que no los ocho que conforman la totalidad de la serie.