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A pesar de que, como predica algún escritor, la literatura y las series de televisión son incompatibles, a veces me gusta derribar estereotipos y ponerme a leer. En julio se me antojó Creedme, un libro que llevaba en mi “lista de deseos” desde que lo publicó Libros del KO y que terminé comprándome empujada por el anuncio de estreno de la serie homónima de Netflix. Me duró tres noches.
T. Christian Miller y Ken Armstrong relatan en trescientas páginas cómo se ha asentado a lo largo de la Historia el descrédito a las víctimas de violación, indagando en el pasado jurídico, social y sanitario de esta lacra. Y lo hacen mientras cuentan las dos historias que les llevaron a trabajar juntos: la del violador en serie Marc O’Leary y la de la joven acusada de mentir al denunciar una violación, Marie.
En realidad, el libro es una ampliación de los podcast que crearon con sus investigaciones y del reportaje con el que ganaron el Pulitzer en 2016. Las fuentes de las que Netflix dice haber bebido para hacer la serie que estrenó el pasado viernes, Creedme.
Este matiz es importante, o al menos lo parece, cuando para algunos, la producción protagonizada por Toni Colette, Merritt Wever y Kaitlyn Dever ya es la “serie del año” de esta semana. Para mí no. Y es un incordio, porque ellas están estupendas, la historia es preciosa y sí, ya era hora de que se hablase de una violación sin lugares comunes ni planteamientos frívolos. Pero es que me sabe a poco, echo de menos un contexto que acentúe el valor de las historias y, por qué no decirlo, me parece mal que, a la larga, nos vayamos a quedar con la vertiente policíaca de la historia, cuando la importante es la otra, la de las víctimas.
Creedme es una miniserie de ocho episodios estupenda, que raciona con inteligencia la información que le ofrece al espectador, y lo adorna con tres personajes femeninos únicos que aportan excelencia a la causa. Colette y Wever son las mujeres ideales para poner rostro a dos personalidades como las de Rasmussen y Duvall, y ya hay quien las llama “True Detectives”.
«El resultado es una producción sobresaliente que pone sobre la mesa del streaming un tema tan delicado como el de la violación.»
Dever demuestra en cada trabajo que por delante tiene una carrera gloriosa, empezando con un primer capítulo que logra encogerte el alma. Pero en demasiados momentos su silencioso sufrimiento queda desdibujado por el magnetismo que desprenden la pareja de detectives y su concienzuda investigación. El resultado es una producción sobresaliente que por fin pone sobre la mesa del streaming un tema tan delicado como el de la violación, y lo hace contando con las voces de varias víctimas y el intenso trabajo en equipo de dos investigadoras diferentes.
No lo niego, pero no lo siento. Porque conozco una versión aún mejor de la misma historia, y por mucho que aplauda el trabajo interpretativo de todo el reparto, o la dirección de mujeres como Lisa Cholodenko, me da rabia pensar que una historia tan importante como esta ha escogido su versión más corta, y tal vez también la más cómoda, para narrarla.
La serie cuenta el pasado de Marie, pero ¿por qué tarde y tan rápido? El día a día de una joven adolescente que trabaja en unos grandes almacenes no es gran cosa pero, ya que se trata de una historia sobre las víctimas, ¿no merece ser, a efectos narrativos, “nada” más que eso?
Marie, como reconocen los propios autores en el libro, es la excusa para ocuparse del “contexto nacional” de su historia, “para mostrar que, por muy terrible que fuese su experiencia, otras víctimas habían pasado por lo mismo”. Y para ello aportan cifras, nombres, y casos, además de un vergonzoso pasado judicial en lo que a la violación se refiere.
«Lo que más me gusta del libro era su versión de la historia, no las historias que lo componen en sí mismo.»
La serie deja que las víctimas tengan sus minutos, pero saben a poco entre misas y coches pendientes de restaurar. Sus miedos, su dolor, su silencio, quedan patentes a través de mujeres a las que les ha cambiado la vida para siempre, pero no es capaz de renunciar a la (ya innecesaria) escena de la “dedicada detective hace pleno en la galería de tiro”. No puedo evitar preguntarme si la serie se centrase en un exitoso hombre de negocios… ¿perdería un minuto en eso?
Mi problema es, tal vez, que lo que más me gustaba del libro era su versión de la historia, no las historias que lo componen en sí mismo. Y cuando la serie deja de contar el contexto que envuelve a Marie o a los investigadores rurales de todo el país, se convierte “solo” en una producción sobresaliente, pero a la que le falta el insoportable entorno que, verdaderamente, les da valor.
Netflix confirmó la serie un mes antes de que Miller y Armstrong publicasen su libro, y tal vez la privó de unos personajes que podrían haber aportado el enfoque le falta. El periodístico. Fueron Miller y Armstrong los que pusieron el foco en Marie y en O’Leary, los que crearon los podcast y escribieron el reportaje. Los que poco antes de la Navidad de 2015 llevaron a millones de hogares una historia que podía ser más cercana de lo que muchos creían. Y los que trabajaron para encontrar los datos y los nombres que les dan la relevancia que merecen.
Con su investigación, los autores del libro se adentran también en el nacimiento del kit de violación gracias a Playboy, en la frustrante ineficacia de los desconocidos sistemas para crear una base de datos de delincuentes o en la sesgada visión de la justicia hasta los años 70. La violación es “una acusación fácil de hacer y difícil de demostrar” fue un mantra común hasta entonces en los despachos de abogados de todo el país. Apuntes importantes si de lo que se trata es de analizar la criminalización a la que se ven sometidas las víctimas de violaciones.
A Creedme no le interesa, o no sabe, ser eso y se queda en un sobresaliente thriller criminal en el que la víctima, para variar, sufre una violación. Vale, pero a mí me gustó más el libro.