'Euphoria': Cómo aprender a respirar
Especial 'Euphoria'

Cómo aprender a respirar

El episodio especial de la serie creada por Sam Levinson juega a desnudarse de todo artificio con una larga conversación sobre salud mental, amor y el sentido de la vida.
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Creo que lo que más me gusta de Euphoria es su capacidad para sobrevolar temas profundamente complejos con la ligereza y el cachondeo propios de cuando tienes toda la vida por delante y te da igual lo que piensen de ti. Aun apreciando el talento de Sam Levinson y compañía para construir unos personajes que atrapan desde el principio, además de la valentía para hablar (sin caer en convencionalismos) de la experiencia trans, las ramificaciones del body shaming o la toxicidad inherente a cualquier relación entre personas que no llegan a los veinte, lo que a mi realmente me fascina es la alegría a la hora de jugar con sus recursos. Una sensibilidad que, en términos del género, se parece más a la animación descarada de Big Mouth que a la economía narrativa de Sex Education.

Pienso por ejemplo en su brillantez para saltar de Beyoncé a Rosalía y de ahí a la banda sonora de una película de terror de los setenta. La total libertad con la que la serie organiza sus tiempos narrativos, que fluyen maravillosamente bien gracias al brillante recurso de la voz en off de Zendaya, siempre revuelta por el torbellino de imágenes y recursos de montaje que nos arroja la serie a la cara. Una adolescente que, como el resto de nosotros, intenta aparentar seguridad y control sobre sí misma mientras la vida y todo lo demás, lo que no se puede controlar, se arremolina en su cabeza: creo que eso es más o menos Euphoria.

A la mesa de la cafetería se sienta también el fantasma de todas las celebraciones a las que no podremos acudir este año

Por eso es tan interesante que la serie juegue a anularse a sí misma en el especial, estrenado por HBO hace unas semanas, que pretende calmar la sed de los fans tras más de un año huérfanos de Rue y compañía. Aquí, asistimos a una larga conversación entre el personaje de Zendaya y Ali, su padrino en Narcóticos Anónimos. Una conversación que, más allá su contenido, ya lanza un guiño al momento presente por el espacio en el que se desarrolla (un diner aislado del resto del mundo, un lugar fantasmagórico que no huye de su condición de decorado y que podría estar sacado de un cuadro de Hopper) y también por el momento (Nochebuena). En el capítulo, a la mesa de la cafetería se sienta también el fantasma de todas las celebraciones a las que no podremos acudir este año, ese espacio físico entre seres queridos y amigos que en 2020 se ha dilatado más que nunca.

El especial empieza en un lugar muy oscuro sobre todo por contraste con sus compases iniciales, que muestran la fantasía en la que a Rue le gustaría vivir, en un pequeño piso compartido con Jules ajeno al resto de la humanidad. A partir de aquí, la conversación entre Rue y Ali sobrevuela la adicción, la creencia en algo superior, la naturaleza de las relaciones humanas. Hay algo de Cassavetes, Rohmer, Linklater. Todo es, claro está, un dispositivo, un juego formal, una pausa antes de la segunda temporada de la serie, que previsiblemente volverá con las aceleradas revoluciones por minuto a las que nos ha acostumbrado Euphoria. Pero es emocionante ver cómo una serie a la que muchas veces se ha reducido a sus componentes más llamativos demuestra que no es solo capaz de dispararse como un castillo de fuegos artificiales, sino también de ensuciarse las manos escarbando hasta las profundidades del trauma, hasta el mismísimo centro de la Tierra.

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