Comparte
Querida intoxicación etílica,
Sé perfectamente que es difícil que mi mensaje te llegue. Muy probablemente habrás arrastrado al buen cabrón de Frank Gallagher a algún callejón apestoso de Chicago; o de Toronto; o de México. ¡Quién sabe! Tú seguro que no tienes ni puta idea de dónde coño estáis tú y tu mejor amigo.
Que no se me enfaden los defensores a ultranza de la serie original. Que sí, que reírse con Shameless con acento británico es más sofisticado y no tan histriónico, pero eso no le quita ni pizca de calidad a la adaptación americana. Eso sí, todo el mérito de ambas series, para el padre, Paul Abbott. Un chupito en su honor.
He pasado tantas horas viéndoos a ti y a Frank deambular a trompicones por las calles de Chicago o sobre la silla de un pub pronunciando esos discursos patéticamente moralizantes, evidentemente hipócritas e indiscutiblemente geniales, que ya no puedo tomarme en serio al pobre William H. Macy. Para mí, desde el momento que Macy empezó a encarnar a Frank se convirtió en un simple borrachuzo que se pasó a actor. El personaje se comió bebió al actor.
Qué bello eres, alcoholismo, en la ficción. Cómo ayuda tu presencia a desarrollar esta vergonzante obra que es Shameless. Eres el motor de los momentos más desternillantes a la vez que, las triquiñuelas de Frank por conseguirte, son la causa de las cabronadas más dramáticas. Porque esto es Shameless: risas y lágrimas bañadas en alcohol y sexo. Hacerse contigo, preciada borrachera, bien vale apostarse un hijo, robar a tus seres queridos, estafar al gobierno, cambiar de acera o vender el culo y convertirse en la mejor mula al norte de río Grande.
Sólo una serie donde tu presencia es tan habitual, bendita embriaguez, podría ofrecernos momentos tan políticamente incorrectos que llevan a la tumba a más de un puritano. Porque el fetichismo anal de una agorafóbica, la prostitución con moribundos, los triángulos sexuales con madres e hijas o los bebés asiáticos con síndrome de Down conforman momentos irremediablemente divertidos. Nos reiremos, iremos al infierno y no nos importará, porque allí estarán esperándonos todos y cada uno de los Gallagher montando un buen fiestón.
Si algún día Frank se atreve a ir a una reunión de Alcohólicos Anónimos con la firme intención de deshacerse de ti, esta serie estará jodida. Qué sí, que cada personaje es único, complejo y divertido a su manera. Pero imaginarse un Shameless con el cabeza de familia de los Gallagher enteramente sobrio le dan a uno ganas de entrar al Alibi al grito de «¡un whiskey doble!” y agarrar una cogorza que haría sentir orgulloso al viejo Frank.
Atentamente,
Martí Nadal