Carta a... las amantes de Don Draper
Odiadas, menospreciadas, desgraciadas y... envidiadas

Carta a… las amantes de Don Draper

Carta a las amantes de Don Draper (Mad Men)

A la atención de las apreciadas señoras y señoritas (ya, sí, claro) Daniels, Menken, Barrett, Farrell, Joy, Shelly, Van Nuys, Candace, Allison, Megan, Doris, Miller y Rosen:

En primer lugar, me gustaría aclarar que esta carta está escrita desde la más profunda admiración y desde el más sincero respeto. Es por ello que me veo obligada a empezar diciendo que sois todas unas lerdas. Guapísimas y encantadoras también, pero sobre todo sois lerdas. Habéis tenido a Don Draper en vuestra cama y todas le habéis querido también en vuestro corazón, y me pregunto y os pregunto: ¿para qué? ¿Qué esperabais exactamente enamorándoos de él? Estamos hablando de Don, el que en uno de los primeros capítulos ya os lo dijo alto y claro (de hecho te miraba a ti, Rachel Menken, mientras pronunciaba estas palabras): «lo que llamáis amor, eso que impide comer y trabajar y nos obliga a casarnos y a tener bebés no existe, fue inventado por tipos como yo para vender medias.» ¿Y qué hacéis vosotras? Os colgáis del tipo que después de decir esto os sonríe mientras apaga el cigarrillo y se bebe de un sorbo el vaso de whisky en el mismo restaurante en el que ayer cenó con una y mañana lo hará con otra.

Aunque, en realidad, la pregunta es: ¿puedo culparos? No, claro que no. Yo os entiendo. Creo que hablo en nombre de toda la humanidad (es la primera y única vez que me atrevo a hacerlo… bueno, en realidad no… me encanta hablar en nombre de toda la humanidad, ¿vale? Pero sólo cuando tengo razón, como ahora) cuando digo que es imposible resistirse a los encantos de Don Draper. Puede que sea el protagonista más seductor que ha tenido nunca una serie, el único capaz de conseguir que le odies, le envidies y le adores a la vez, haciéndote sentir culpable por no ser tan inteligente y egoísta como él y compadeciéndole por toda esa fragilidad que parece esconder. Y una tras otra habéis terminado babeando por la dulzura y la ternura que asomaban por debajo de ese traje negro que jamás nadie lucirá mejor. Y os habéis hecho las duras, las fuertes, y todas habéis fingido que seríais capaces de superarle, que poco os importaba. Bueno, todas no. Aquí tengo que parar y hacer un apunte personal para Allison, la ex-secretaria de Don: todos te entendemos, querida, tiene que ser muy frustrante irte a la cama con él, después de tanto tiempo suspirando al verle, y que no sólo no te haga ni caso a la mañana siguiente sino que todo apunte a que probablemente ni te recuerda, pero tampoco era necesario montar una escena digna de Betty Draper Francis en sus mejores tiempos, ¿eh?

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En cualquier caso, el tema es que sí, os habéis acostado con Don, pero ¿y qué, qué habéis hecho después? ¿Os habéis perdido ir con él a París porque estabáis colgadas de otros (Midge Daniels esto VA POR TI)? ¿Habéis terminado dándoos a las drogas (Midge Daniels esto TAMBIÉN VA POR TI)? ¿O habéis metido la pata confesándole (hay que ser muy lerda) que habláis de él con otras chicas? Aunque, las cosas como son, Bobbie Barrett, nunca fuiste mi preferida. Ni la de Don, ¿sabes? Nunca fuiste la preferida de nadie, con esos aires de mujer lista que está casada con un pseudo-humorista hipócrita capaz de arruinar el matrimonio perfecto de Betty y Don. ¿Qué? ¿Oigo risas? Puede que todas y cada una de vosotras os creáis superiores a Betty Draper, que sintáis que habiéndoos metido en la cama con su marido sois mejores que ella, pero ahí está la reconvertida en la señora Francis para decir la frase con la que se os puede definir a todas, aunque esté destinada solamente a una, justo a la única que (casi) consiguió a Don: «pobre Megan, no sabe que quererte es la peor manera de intentar llegar hasta ti.»
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Porque esa es la esencia de todos vuestros problemas con Donald Draper, anteriormente conocido como Dick Withman: le queréis. Aunque os pida que le azotéis como cualquiera de vuestros otros clientes, aunque suene una alarma de incendios que impida que engañéis con él a vuestro prometido, aunque os deje tiradas dentro del coche esperando fuera de su casa la noche antes de, supuestamente, iros a pasar un fin de semana romántico los dos solos. ¿Y cómo no vais a hacerlo? Estamos hablando del hombre que os mira como si os acercaseis a él a cámara lenta (algunas lo hacéis literalmente: tampoco hacía falta, Joy), el que escucha los traumas de vuestra infancia que hacen que necesitéis tener encerrados a dos pobres pastores alemanes en la azotea de los grandes almacenes de vuestro papá (¿?), el que a pesar de haber estado con tantas mujeres sigue sintiéndose irremediablemente solo. Y tengo que reconocer que algunas de vosotras nos hicisteis creer que seríais la definitiva: ¿quién no pensaba que la doctora Miller lo tenía todo para convertirse en la perfecta acompañante de Don? Hasta que llegó Megan. ¿Quién no creyó que Megan sería el motivo definitivo para que Don sentara la cabeza? Hasta que bailó el Zou Bisou Bisou. Hasta que llegó Sylvia Rosen. Y así eternamente porque siempre hay otra mujer. No en vano ése es el título de uno de los mejores capítulos de la serie, La otra mujer, y ése es el apodo que tendréis para siempre todas las féminas que os vayáis a la cama con él. Siempre, todas, siempre seréis la otra. Porque, en realidad, nunca ha habido sólo una.

Vosotras que tanto le habéis conocido, decidme, ¿quién será la siguiente? ¿Será tan sexy, dependiente, maternal y trastornada como vosotras? ¿Tendrá el pelo rubio o moreno? ¿Con qué frase la seducirá Don Draper? ¿Cuántas veces se acostarán antes de que él se canse de ella? ¿Será lista como Faye Miller o sosa a rabiar como Bethany Van Nuy? ¿Volverá a pillarle Sally o será el turno de Megan?¿Se enamorará de él? ¡Alto! Esa no es una pregunta retórica: sí, sea quien sea la próxima amante de Don se colgará de él como si fuera una adolescente, como habéis hecho todas. Y será tan ilusa que no se dará cuenta de que, efectivamente, a Don Draper sólo le gustan los principios de las cosas. Por eso su vida está tan llena de finales.

Siento haberos llamado lerdas al principio, no pretendía ofenderos. En realidad creo que la mayoría sois chicas listas (¿Joy, Bethany, Allison? Permitidme que lo dude) y que no se os puede juzgar por dos simples razones: la primera, y más evidente, es que Don es más seductor que capullo, más elegante que frío, más irresistible que nadie; la segunda, y más trascendental, es que no hay nadie en todo el mundo que pueda escribiros e insultaros públicamente que no lo haga, aunque sea mínimamente, cegado por la envidia.

Desde el cariño, el respeto y la más cochina envidia,

Cati Draper Moyà

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