Comparte
Decía Buster Keaton que los dibujos animados acabaron con los cómicos del mudo como él. Tenía una gran parte de razón. Algunos, como Stan Lurel y Oliver Hardy, consiguieron hacer la transición al sonoro y sobrevivir a rivales tan formidables como el ratón Mickey. Otros pasaron del vodevil directamente al cine, como los Hermanos Marx. Pero algunos, como el gran Buster, se quedaron por el camino y cayeron en el olvido. Los dibujos animados no explican por completo la pérdida de peso de Keaton. El tipo de producto que la Metro Goldwyn Mayer consideraba adecuado para el cómico estaba muy lejos de los grandes clásicos que Buster había dirigido en los años veinte, por mucho que el público sí respaldó algunas de esas películas; su vida personal tampoco era, en los años treinta, demasiado ordenada. Todo ello, sumado, provocó que el cómico cayera en el olvido.
Un tiempo después, a principios de los años cincuenta, la popularización de la televisión tuvo varios efectos visibles. Acabó con los dibujos animados que se hacían en unos estudios de cine cada vez más debilitados económicamente. Los dibujos se empezaron a producir directamente para la televisión, y ésta, curiosamente, revitalizó a viejos cómicos como el gran Buster, que jalonó su larga carrera con un buen número de apariciones televisivas en shows, concursos, programas de entretenimiento varios e incluso publicidad comercial. Esa televisión, a la que tantos males se le achacan, logró que Keaton llegase a nuevas generaciones de estadounidenses que eran demasiado jóvenes, o que ni quiera habían nacido, cuando el cómico estrenaba sus grandes películas, como El maquinista de la general (1926) o Las siete ocasiones (1925).
- Momentos estelares de la televisión (III): ‘Rumanía: la entrevista que provocó una revolución’
En su autobiografía, Buster Keaton cuenta que, en dos ocasiones, logró pillar en fuera de juego al todopoderoso Charles Chaplin. La primera fue en una noche de 1920. Al parecer Chaplin disertaba sobre los nobles objetivos del comunismo, como la erradicación de la pobreza infantil, a la que el cómico era especialmente sensible por razones biográficas conocidas. Keaton, con gran agudeza, le dijo si conocía a alguien que no quisiera lo mismo. Chaplin lo miró sorprendido. La segunda vez que Keaton descolocó a Chaplin fue en 1951. El genio inglés había llamado a Keaton para discutir su participación en Candilejas, una historia sobre dos viejos cómicos de vodevil ya envejecidos. Keaton comenta con malicia que Chaplin esperaba encontrar a una ruina física pero se encontró con alguien en plena forma. El inglés le preguntó cómo lo lograba y la respuesta de Keaton fue muy simple: la televisión. Para el gran genio Chaplin, la televisión sólo era esa pantallita apestosa y repugnante. Ni siquiera se había enterado de que Keaton estaba viviendo una suerte de segunda juventud televisiva.
A finales de 1949 Buster Keaton estrenó su propio show en la KTTV, una emisora local de Los Ángeles afiliada a la CBS. El artista llevaba cinco años con trabajos esporádicos y la televisión le dio la oportunidad de reflotar su carrera. Pocas imágenes han sobrevivido de esos primeros momentos de Keaton en la televisión pero hay quedan grabaciones en kinescopio que nos han permitido recuperar parte del material. De este primer The Show of Buster Keaton sólo ha sobrevivido la emisión del 23 de febrero de 1950. El programa había iniciado sus emisiones el 22 de diciembre de 1949. En 1951 Buster intentó convertir la serie en una sitcom más dialogada y elaborada y destinarla a un público familiar amplio. La serie duró una temporada y la experiencia fue agotadora para el cómico, que recuerda que el producto fue un éxito local pero que la venta a una cadena nacional dependía en aquellos momentos de poder suministrar los capítulos en formato de kinescopio, y que eso era raro y caro en la época. Lo poco que ha sobrevivido en imágenes de esa época, sobre todo de emisoras locales, corrobora este extremo comentado en su autobiografía.
Pero esa serie, en cierta forma, lo había resituado en el mapa. Fue en aquella época, precisamente, cuando Hollywood empezó a tomar conciencia de su propia historia, de su pasado. Muchos de los grandes cómicos del cine mudo no entendieron la importancia de lo que habían hecho hasta que tiempo después una nueva generación de espectadores empezó a reconocerlos. Es algo paradójico, pero el medio televisivo, que planteó a principios de los cincuenta una competencia creciente con el cine, ayudó a que esas viejas estrellas, o algunas de ellas, al menos, fueran conocidas por quienes eran demasiado jóvenes en la época dorada del mudo, o por quienes ni siquiera habían nacido por entonces. Lillian Gish, Mae Marsh, Harold Lloyd o Norma Talmadge eran algunos de los nombres importantes, entre otros, que el George Eastman Festival on Film Arts de Rochester homenajeó en 1950. Es posible que el mundo del cine se viera abocado a pensar su propia historia porque ya había pasado medio siglo desde el inicio de su andadura; quizás la nueva competencia de la televisión tuvo también algo que ver. Sea como fuere, de ese mismo año, 1950, data El crepúsculo de los dioses, la película del genial Billy Wilder en la que, precisamente, se habla de ese desaparecido universo del cine mudo. Buster Keaton era una de las famosas «figuras de cera» que cenaban junto a la antaño rutilante Norma Desmond (Gloria Swanson).
En 1958 el gran Buster rodaría anuncios para Alka-Seltzer, Northwest Orient Airlines y Simon Pure Beer, la primera ronda de mucha otra publicidad que rodaría a lo largo de los años
De alguna manera Buster había vuelto al mundo de los vivos. Le invitaron a varios programas de televisión, de variedades o concursos, y aparecía en otros con algún sketch. También aparecería como actor en algunos programas de antología, como en Best of Broadway (CBS, 1954), en la obra The Man Who Came to Dinner (13 de octubre). El 3 de noviembre de 1954 aparece en el conocido This Is Your Life (NBC), al que volvería como invitado de honor el 3 de abril de 1957. La lista es larga. Keaton hacía cameos en películas, frecuentaba la televisión, apareció incluso en algún cortometraje industrial, y un biopic sobre su vida se estrenaría en 1957 con el título de The Buster Keaton Story. El camino hacia su conversión en personaje de culto se había iniciado y sus apariciones televisivas fueron numerosas durante el 1957 y 1958. Es ahí donde situamos nuestro momento televisivo. En 1958 el gran Buster rodaría anuncios para Alka-Seltzer, Northwest Orient Airlines y Simon Pure Beer. Sería la primera ronda de mucha otra publicidad, para otras marcas, que rodaría a lo largo de los años. Era un trabajador incansable y, al ver algunos de esos comerciales, sólo podemos pensar que se enfrentó a ellos con la misma dignidad con la que siempre había acometido sus proyectos cinematográficos.
Los comerciales que hizo Buster son muy divertidos. Desde nuestra perspectiva contemporánea se trata de una publicidad ingeniosa, narrativa, que aprovecha muy bien al personaje, su historia y su potencial icónico. En uno de los que hizo para Alka-Seltzer Buster interpreta a un cartero. Una voz en off dice «camina, camina, camina». El pobre está agotado. Llega al que parece ser el número que busca, el 2437. Da un golpecito a una ventana pero nadie contesta. Acto seguido se dispone a dejar la carta en el buzón con el número y vemos cómo la ventana empieza a alejarse. En realidad era una autocaravana.
El pobre Buster le grita al conductor y luego asume el hecho, sin más. Mira a cámara con cara de desesperación. Del buzón surge el muñequito de Alka-Seltzer, llamado Speedy, y habla con Buster. Le recomienda el producto para sobrellevar el ardor de estómago que le puede provocar el embrollo. Buster se lo toma, se recupera, coge su moto y persigue a la autocaravana. Finalmente consigue entregar la carta.
Lo interesante del anuncio es que utiliza no sólo la figura de Buster, sino que se ha construido como un guiño intertextual a la propia carrera fílmica del gran cómico. En su cortometraje de 1921 The Goat, Buster intenta huir de la policía subiéndose a un coche. Más bien a la rueda de repuesto que algunos coches de la época llevaban sujetada a la parte trasera del coche. El coche arranca pero la rueda se queda en el sitio. Es un gag clásico de la comedia. La vida se aleja y Buster la contempla desde la distancia, con resignación.
Esta suerte de aprovechamiento intertextual fue una constante de la actividad publicitaria de Keaton. Los comerciales que filmó estaban vinculados, de una manera u otra, a su carrera fílmica. Los guiños al slapstick, a chistes concretos y conocidos de sus películas o al propio personaje, eran habituales. Era buena publicidad que aprovechaba una figura cinematográfica, su historia y proyección pública para construir un relato y vender así un producto. Este tipo de publicidad inteligente no ha desaparecido del panorama, ni mucho menos, pero hoy día abundan los comerciales que aprovechan el rostro o el cuerpo de un gran actor o una actriz y que se basan únicamente en eso. Buster Keaton acabó siendo una estrella de la televisión, en un tiempo en el que algunos cineastas de gran nombre, como el propio Chaplin, pensaban que la televisión estaba matando su arte.
La figura de Keaton es ya de culto entre cinéfilos de medio mundo, pero su faceta televisiva sigue siendo más desconocida. El reciente documental de Peter Bogdanovich, El Gran Buster (2018), ha recuperado una parte de esas imágenes televisivas y las ha incluido en el montaje final. Bogdanovich intenta que no se olvide esa segunda etapa de vida como creador, cuando se embarcaba en proyectos televisivos, hacía cameos en películas o incluso aparecía en documentales. Keaton siempre fue un trabajador incansable. La lista de sus créditos como creador dan fe de ello. En su caso, trabajar para la pequeña pantalla fue un alivio, económico y creativo. Nunca percibió su carrera televisiva, o incluso los comerciales que rodó, como un trabajo denigrante. Al revés, Buster siempre mostraba entusiasmo por su trabajo, por muchas dificultades que encontrase por el camino. Hay otro Buster del que disfrutar. El Buster que sabía reírse de sí mismo, de su larga trayectoria, y que gustaba del guiño inteligente a un espectador cómplice. Ése es, realmente, el Gran Buster.