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Con esa manía tan nuestra de clasificarlo todo, uno de los debates más elaborados en torno a Better Call Saul (AMC, 2015-…) es el que intenta dirimir si la serie es mejor o peor que su predecesora, la muy esencial Breaking Bad (AMC, 2008-2013). El consenso hasta ahora era el siguiente: en sus tres primeras temporadas (que, digámoslo ya, para el que esto escribe son extraordinarias), la inevitable transformación de Jimmy McGill en el amoral abogado Saul Goodman no alcanzaba el nivel de excelencia del descenso a los infiernos de Walter White. Pero algo cambió a lo largo de su cuarta temporada, que acabó su emisión el pasado octubre: de repente, The Guardian se atrevía a titular «Cómo Better Call Saul superó a Breaking Bad«.
No hemos venido a zanjar ese debate (por otra parte, bastante estéril), pero sí es cierto que en esta última temporada Better Call Saul ha hecho cambiar de opinión a bastantes de aquellos que la acusaban de tediosa, lenta o incluso de burlarse de sus espectadores llevando hasta el extremo los peores vicios de la televisión contemporánea de prestigio (protagonista atormentado, ritmo pausado, fijación por lo cotidiano). La serie protagonizada por Bob Odenkirk siempre ha sido, es cierto, pausada; sobre todo en comparación con el frenesí de las últimas temporadas de Breaking Bad. Pero es que en ese ritmo se esconde su brillantez, y es gracias a la lenta evolución de Jimmy a lo largo de tres temporadas que ahora todo funciona tan bien.
Gould y Gilligan podrían haber hecho literalmente lo que les apeteciese tras obtener carta blanca para ampliar el universo de Breaking Bad, y ellos decidieron tirar por el camino arriesgado: el de la cuidadosa exploración psicológica y el vaciado, por momentos casi absurdo, del tablero de juego. «Fly«, el episodio en el que Walter y Jesse se quedan atrapados con una mosca en el laboratorio donde fabrican metanfetamina, y no pasa nada más, ya supuso un cisma en su momento: estaban los que lo defendían casi como una obra del teatro de la crueldad, como una oportunidad de oro para profundizar en la psique y las obsesiones de los protagonistas, y estaban los que se aburrieron como ostras con la falta de constantes a las que nos tenía acostumbrados la serie en ese punto, a saber: alguna escena sangrienta de baja intensidad, la aparición de al menos un psicópata con mirada de hielo y por lo menos una persecución por el desierto.
El tema es que todas estas señas de identidad de Breaking Bad no eran más que los necesarios accidentes para que los guionistas fuesen escarbando hacia el corazón de la serie: la tragedia de un hombre incapaz de prever el alcance real que tendrán las consecuencias de sus actos. Cada serie explora de una forma característica las posibilidades de la narración de largo aliento: la serie de Vince Gilligan decidió centrarse en recordarnos que cada decisión, cada crimen, cada asesinato, cada traición, siempre tendría su eco amplificado y nadie podría huir de ello. El resto son adornos.
En un momento de hiper-velocidad seriéfila, ‘Better Call Saul’ nos ha pedido paciencia
Y Breaking Bad sin adornos es básicamente Better Call Saul: el descenso de Jimmy a los abismos de la amoralidad es un eco, limpio en gran medida de elaboradas tramas criminales, del camino que tuvo que recorrer Walter White. Y, por tanto, un eco que resuena mucho mejor en aquellos a los que «Fly», y toda esa parte más contemplativa y arriesgada de Breaking Bad, fascinó. Esto no quiere decir que en la serie no haya elaboradas tramas criminales, aunque su protagonista no suele ser Jimmy: son las protagonizadas por personajes que en la serie de Heisenberg tendrán mas protagonismo, las que conectan el mundo psicologista de Jimmy con la violencia a la que se verá abocado Walter.
En todo caso, y volviendo al principio, si esta temporada ha sido mejor recibida por aquellos que ya estaban cansados de la lentitud previa probablemente haya sido no solo porque Jimmy ya es prácticamente Saul, sino también por el enorme peso que han tenido las tramas de acción más frenética. Pero para llegar hasta ellas teníamos que atravesar primero el desierto, presenciar un juego de ajedrez tan preciso, brillante y elaborado entre los dos lados de Jimmy que casi pareciese que no ocurría nada. Pero en realidad ocurrían muchas cosas: en un momento de hiper-velocidad seriéfila, en el que las pasiones se desechan poco después de crearse y muchos no tienen tiempo ni para pasar del primer episodio, Better Call Saul nos ha pedido paciencia.