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De la serie animada de los noventa recuerdo el azul, amarillo y negro, y un alud de gente rota por el miedo, la culpa y el ostracismo. Narices, el ‘Batman’ original transformaba Gotham en telón minimalista para un catálogo de pestes que dejaba al fundamentalismo fascista, ya fuera por cinismo absoluto o por optimismo a puñetazos, como única salida al terrorismo de Estado. Batman: El cruzado enmascarado
Nada mal para una serie para toda la familia. El caballero oscuro regresa tres décadas después con una hoja de ruta similar, trazada con maña por sus productores ejecutivos, entre los que se cuentan J.J. Abrams, Bruce W. Timm (su creador y máximo artífice de la serie original) y Matt Reeves, y por un guion a cargo de Ed Brubaker y Greg Rucka. Batman: El cruzado enmascarado se despliega en sus diez episodios, autoconclusivos, como un fresco sin tiempo acerca de las rendijas que el Mal abre en el tejido social. Pongamos, como una colección de filminas al jardín de las delicias.
Está la intención expresa de pasar por encima de toda categoría identitaria, pero la postrepresentación abre un interrogante: ¿Es posible abandonar la memoria de raza y de género, para que los personajes sean sólo ejemplos de los agravios morales entre marco institucional e individuo?
En cada una de las diapositivas, de apenas 25 minutos, el cuerpo de villanos de la serie se recupera ajeno al resto de subproductos de la marca Batman: Harley Quinn se descubre independizada y sin referencias innecesarias al Joker, mientras que remontamos a los orígenes del menos conocido Basil Karlo y la tragedia de la familia Wayne se cita como un hecho absurdo, que no puede darnos ningún entretenimiento o suspense.
Vertebrando la galería, un péndulo bien tensionado entre Barbara Gordon y Harvey Dent, la idealista compulsiva y el justiciero echado a perder… La pregunta que ya esgrimía la Liga de las Sombras en Batman Begins: si Gotham es la nueva Constantinopla y se ha convertido en caldo de cultivo para el sufrimiento y la injusticia, ¿hay que abandonar toda esperanza?
‘El cruzado enmascarado’ apuesta a la terquedad contra el mal, pero sobre todo al no perder las formas. El culmen dramático de la temporada llega cuando Bruce Wayne por fin reconoce a Pennywise como un ser humano al que tratar, más o menos, como un igual.
Gotham después del Black Lives Matter Batman: El cruzado enmascarado
Batman abrirá un abanico moral centrista y quizás algo trillado, aunque su reparto de secundaries también resulta sorprendentemente actual –¿incluso avanzado a su tiempo?–. La justicia en Gotham es naturalmente diversa (y moralmente gris), Selina Kyle tiene muslos de persona que come y la Pingüina evita con gracia el guiñol ursulaniano-monstruoso de la hiperfeminidad con sobrepeso. De hecho, mi parte favorita del diseño de Batman (el ciudadano por excelencia) son sus piecitos y sus dos cuernos-antena, cual Gregor Samsa levantado.
La serie de Bruce W. Timm lleva la intención expresa y constante de pasar por encima de toda categoría identitaria, pero la postrepresentación abre un interrogante extra. ¿Es posible abandonar la memoria de raza y de género por completo, para que los personajes sean sólo ejemplos de los agravios morales entre marco institucional e individuo? O lo que es lo mismo: ¿cómo resuena la muerte de George Floyd entre las palabras de aquel policía corrupto negro que se vanagloria de ser “the damn police”?
Puede que lo que falle es el propio Batman, un tanque cariñosamente retro (el cinturón amarillo) si bien reduce todo su arsenal a cuatro golpes ya muy vistos, a la par que francamente olvidables
Entre Sed de mal y La ciudad es nuestra –a través de las décadas y por citar dos de tantas– se ha enfrentado un melanoma concreto, tangible y extendido, pero El cruzado enmascarado quiere tratarlo por encima de lo social, con la narrativa por homeopatía.
Por suerte, en materia económica (segunda pata de la existencia en sociedad y corazón de la distancia con el millonario encapuchado y lunático de Gotham), la temporada sí avanza concienzuda y con gracia. El encanto de Catwoman cae a la par que se desploma su cuenta bancaria, en un episodio que a su vez exprime el reproche más divulgado hacia el caballero oscuro: que con un poco de terapia, se le pasaría el enfado.
Sin embargo, Bruce Wayne –esgrime acertada la serie– tiene suficiente dinero para distraerse y no bajar jamás la guardia, digo, nunca, por mucho que duela, mientras se ahoga. Un detalle potentísimo: no es ningún cachivache dentro de la máscara de hombre murciélago el que distorsiona la voz de Bruce, es él mismo quien la agrava. Batman emerge cuando el hombretón se enfada y lo interpreta, es decir, no existe de forma oficial; es un berrinche.
Un Batman zombi Batman: El cruzado enmascarado
En lo estructural, estamos delante de un surtido variado si bien tan disperso en los contextos de sus villanos que casi funcionará mejor consumido por partes, a lo largo del tiempo. Imagino que el especial del Caballero Fantasma, misterioso y decimonónico, pega más en una parrilla en abierto, que en maratón junto con el episodio que lo sigue, con Onomatopeya, que es de mafia en la línea de Takeshi Kitano.
Puede que lo que falle es el propio Batman, un tanque cariñosamente retro (el cinturón amarillo) si bien reduce todo su arsenal a cuatro golpes ya muy vistos, a la par que francamente olvidables. Tampoco su personalidad, difusa, nos auspicia para orientar la serie, que no es ni muy irónica, ni del todo crepuscular (realista definitivamente no es, porque de un día al otro el murciélago pasa de ser el mayor fugitivo en Gotham a conducir tranquilamente con el Batmóvil por las calles). Batman simplemente existe, y anda. Por ello llegamos al último episodio sin recordar de dónde venimos o qué había en juego.
Es hora de que pensemos en las plataformas, no tanto como un espacio para el riesgo, sino como un caleidoscopio donde vender de forma más segmentada el mismo pescado de siempre
Lo taciturno y sombrío no son necesariamente obstáculos –Kitano también funcionaba a estallidos–, pero piden un poco de maña. La serie de Bruce W. Timm apuesta por no mover nunca la cámara cuando la norma es la fluidez absoluta en la acción animada, el fin del campo-contracampo. También decapita tiempos y nexos causales entre secuencias con la audacia de quien confía en los anticlímax y en explicarse lo necesario, y justo. No obstante, queda claro que la dirección a cargo de Christina Sotta, Chris Berkeley y Matt Peters (trabajadores de la casa DC) es desigual.
Por ello, y por una producción ejecutiva que sólo ha disparado a la réplica conservadora de los temas y carcasa de su original (azul, amarillo, negro y poco más), el Cruzado Encapuchado vivirá siempre a la sombra de los noventa. Es una lástima, porque prometieron afilar aquel “Dark Déco” que nos había enamorado en primer lugar, subir las apuestas del Gotham expresionista y acuarelado. Pero supongo que ya es hora de que pensemos en las plataformas, no tanto como un espacio para el riesgo, sino como un caleidoscopio donde vender de forma más segmentada el mismo pescado de siempre.