'The man in the high castle': Barras y esvásticas - Serielizados
Sobre ‘The man in the high castle’

Barras y esvásticas

La ‘ucronía’ es una utopía planteada en el tiempo que especula con otros pasados posibles. El escritor Philip K. Dick armó una de las más complejas en la novela ‘The man in the high castle’ (1962): ¿y si las potencias del Eje hubieran vencido en la Segunda Guerra Mundial?
The man in the high castle Josep M Bunyol Serielizados

Autores como Tito Livio o Joanot Martorell ya habían alterado en sus narraciones algún acontecimiento histórico con el fin de imaginar un escenario alternativo, pero no fue hasta el siglo XIX que el filósofo francés Charles Renouvier acuñó el término “ucronía”, literalmente “ningún tiempo”, para definir este tipo de especulaciones literarias. Seguía el rastro etimológico de Thomas More, quien el 1516 publicó Utopia, es decir, “ningún lugar”. La ucronía es una utopía planteada en el tiempo, no en el espacio, que especula con otros pasados posibles, obligados a recurrir al plan B. El escritor Philip K. Dick armó una de las ucronías más complejas y ambiciosas del siglo XX en la novela de 1962 The man in the high castle (El hombre en el castillo), partiendo de una premisa perturbadora: ¿y si las potencias del Eje hubieran sido las vencedoras de la Segunda Guerra Mundial? Esta obra capital está siendo adaptada libremente en una serie excelente, creada por Frank Spotnitz, antiguo guionista de Expediente X de ascendencia judía nacido en Japón, producida entre otros por Ridley Scott. Se han estrenado dos temporadas de diez episodios en la plataforma Amazon y se espera el estreno de la tercera en 2018.

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Dick describe su universo paralelo de forma detallada y verosímil, incluso densa. El primer momento de divergencia entre nuestra historia y la imaginada por el autor, como una piedra que en ser lanzada modifica la superficie de un lago, sería el asesinato de Roosevelt en Miami, un hecho que estuvo muy cerca de ser real. El 15 de febrero de 1933, Giuseppe Zangara, obrero en paro, disparó cinco veces durante un discurso del presidente en dicha ciudad de Florida. Hirió a cuatro personas y mató al alcalde de Chicago, Anton Cermak, pero Roosevelt salió ileso del trance. Siguiendo una crónica de los hechos que arrancaría con su muerte, los alemanes habrían lanzado la bomba atómica sobre Washington y la capitulación aliada se hubiera consumado en 1947. Quince años después, precisamente en 1962, el territorio de los antiguos Estados Unidos es lo más parecido a una tarta dividida torpemente en tres franjas de tamaño irregular. Las dos porciones de costa han sido ocupadas: al este, los nazis han instaurado el Gran Reich, mientras que los Estados del Pacífico son una extensión del Imperio Japonés. En el centro, un cinturón de seguridad, los Estados de las Montañas Rocosas, área neutral guardiana de las esencias culturales en riesgo de desaparición, donde todavía se puede escuchar música de raíz negra, blues o rock, en emisoras ilegales. A los ciudadanos les quedan dos opciones, ambas en un ángulo aproximado de unos 45 grados: inclinarse en una reverencia o alzar el brazo.

En la serie se añade el proyecto ‘Atlantropa’, un plan hidrológico megalómano para desecar el Mediterráneo y cultivar en el desierto del Sáhara

En esta ficción plausible Adolf Hitler está internado en un sanatorio, enfermo de sífilis, y ha sido sucedido por aquel que fuera su secretario personal, Martin Bormann. A su vez, el arquitecto y ministro de Armamento nazi, Albert Speer, ha reconstruido la economía norteamericana, en ausencia de un New Deal. La decrepitud del Führer Bormann estimula una competición larvada entre los chacales del régimen, un monstruo de tres cabezas, Heydrich, Goering y Goebbels. En cambio los guionistas de la serie sitúan todavía en la poltrona a un Hitler de cabellos blanquecinos. Alemanes y japoneses, socios de conveniencia, se espían de reojo. Los primeros se han quedado Europa y los segundos, Asia (eso sí, todos hablan inglés, la “koiné” de los tiempos modernos). Dick imaginó una Guerra Fría tan tensa como la que le tocó vivir, marcada en esos años por la crisis de los misiles en Cuba. Desde nuestra línea temporal, auténtica hasta que no se demuestre lo contrario, sorprende que en esta ficción los germanos superen la tecnología nipona. El régimen nazi diseña cohetes de línea regular que conectan Berlín con San Francisco en 45 minutos y se dispone a colonizar Marte, para desgracia de los hipotéticos marcianos, que en caso de existir podrían convertirse en las próximas víctimas, nuevos conejillos de Indias que reemplacen a judíos y africanos. En la serie se añade un proyecto que nos tocaría más de cerca, el Atlantropa, un plan hidrológico megalómano pensado para levantar un embalse entre Gibraltar y Marruecos, desecar el Mediterráneo y cultivar en el desierto del Sáhara.

Times Square The man in the high castle Josep M Bunyol Serielizados

Más allá de imágenes puntuales potentes como una gran esvástica presidiendo Times Square, la producción de Amazon acentúa las tramas de espionaje del original literario en detrimento del componente filosófico y crea nuevos personajes tan interesantes como el Obergruppenführer John Smith (Rufus Sewell), máxima autoridad del Reich en Nueva York. Algunos destellos del pasado nos permiten intuir que fue soldado de los Estados Unidos pero que en algún momento cambió de chaqueta y de insignias. Del God Bless America al Sieg Heil! sin apenas remordimientos. El travestismo ideológico es común a todas las épocas y el fascismo se puede extender en cualquier sociedad, favorecido por la complicidad pasiva de la población. En los Estados Unidos hubo ciudadanos admiradores de Hitler, organizados en una primera fase alrededor de la Asociación Amigos de la Nueva Alemania y a partir de 1936 miembros de la Federación Germano-Americana (su líder, Fritz Julius Kuhn, da nombre a la escuela donde estudia el primogénito de los Smith). Esta familia ha renunciado a antiguas fidelidades para mantener su estatus. Hay cosas que no varían en ningún universo posible: en la “nazi way of life” le siguen rindiendo culto a una bandera plantada en el jardín, aunque la hayan tuneado quitándole las estrellas. Este instinto de supervivencia no va a proteger a los Smith de una de las tramas más delicadas de la serie, relacionada con las leyes de pureza genética.

Robert Childan es experto en venderles a los colonizadores piezas irrepetibles de la cultura norteamericana, vestigios de una cultura aplastada

En la zona de dominación japonesa también se encuentran ciudadanos serviles con el ocupante. Uno de ellos es el anticuario Robert Childan (Brennan Brown), experto en venderles a los colonizadores piezas irrepetibles de la cultura norteamericana, vestigios de una cultura aplastada. Su actividad sirve para reflexionar sobre las falsificaciones de los objetos y de la propia historia de cada uno. En la novela Childan adquiere una reliquia curiosa, un incunable del nuevo orden mundial: un reloj de Mickey Mouse del año 1938, del cual tan sólo quedan diez en todo el mundo. Yendo a las auténticas raíces, sin ánimo de ofender a los ejecutivos de Disney, para interpretar el futuro los residentes en el Pacífico suelen recurrir a un oráculo chino de origen milenario: el I Ching o Libro de los cambios, el mismo que según parece consultaba Philip K. Dick durante el proceso de escritura de la novela, para saber por dónde seguir. El único personaje de la serie que vemos confiar en tal método de clarividencia es el ministro de Comercio, Tagomi (Cary-Hiroyuki Tagawa), vínculo entre la sabiduría oriental y las teorías de Carl Jung. Es él quien empieza a vislumbrar otra historicidad posible, convencido de que el espacio y el tiempo son creaciones de la psique. Como en un juego de muñecas rusas (o germánicas), en el mundo imaginado por Dick existe una novela en que los aliados han ganado la guerra, un éxito de ventas prohibido en la zona nazi. Su título, La langosta se ha posado, proviene de un pasaje de la Biblia (Eclesiastés, 12:5). El autor de este falso best-seller es Hawthorne Abendsen, el hombre en el castillo, que se esconde por miedo a las represalias a la manera de un Salman Rushdie de posguerra. El relato dentro del relato incluye un retrato histórico similar al porvenir auténtico del siglo XX y describe episodios como la derrota de Rommel en África o la victoria soviética en Stalingrado, inexistentes para sus lectores potenciales. Aún así, presenta suficientes divergencias para situarnos ante una tercera realidad paralela. En La langosta se ha posado la segregación racial de los Estados Unidos ha sido abolida en los años 50, Chiang Kai-Shek es el presidente chino y Winston Churchill ha rebasado la barrera de los 90 años. Su longevidad ha dado pie a una nueva Guerra Fría, entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña.

La gran diferencia de la adaptación, apostando por los referentes audiovisuales, es que Abendsen no es escritor, sino coleccionista de noticiarios cinematográficos que muestran la destrucción del régimen de Hitler o las bombas en Hiroshima y Nagasaki, escenas que a los habitantes de la Norteamérica ocupada les parecen una alucinación (el mismo efecto que debía producir el No-Do muy a menudo) y a la vez sirven para espolear a aquellos que creen en otro mundo posible, quizá mejor. Los personajes centrales de la adaptación (en especial Juliana Crain, interpretada por Alexa Davalos) tienden más a la acción que sus homónimos literarios y es por eso que se integran en las filas de la resistencia, donde surge un debate incómodo: ¿para vencer a los nazis debes ser peor que ellos? Philip K. Dick y su médium en la ficción, Abendsen, alertaban de los peligros de la escalada de violencia. Da lo mismo quién gane. Parafraseando el eufemismo nazi más sangrante, la guerra siempre será una falsa solución final.

Nota: Traducción del artículo aparecido originalmente en la revista de historia ‘El món d’ahir’, en julio de 2017

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