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El dibujante de manga Kishibe Rohan, poderoso usuario de stand, se encuentra ante uno de los cruces más difíciles de su vida: deberá comerse una mazorca, como mandan los mejores modales gastronómicos, o su joven editora quedará sentenciada a muerte. Parece un chiste –muy probablemente para el autor del manga, Hirohiko Araki, lo sea–, pero la puesta en plano de este tremendo desafío es digna del más épico final de temporada.
Tanto que, cuando Rohan se dispone a coger la panocha, suelta una discurso rimbombante y se yergue en una pose, aun sentado delante de la mesa: «Soy Kishibe Rohan, no deberías subestimarme». Brazos estirados a cámara, cuello torcido, pulverizando la cuarta pared con una mirada altiva… Líneas cinéticas salen de detrás de su figura, su cuerpo está en completa tensión: podría abalanzarse encima de la mazorca o empezar un combate de boxeo. El dibujante, en aquel preciso instante, deviene un auténtico atleta.
Posados épicos como el de Rohan ante la mazorca abundan en Así habló Kishibe Rohan, la serie de David Production, que las cultiva de forma progresivamente absurda y expresionista. Quizás escrutando los despliegues estéticos que estos momentos movilizan, podamos atisbar por qué el popularísimo universo de Jojo’s Bizarre Adventure estará siempre predestinado a hablar el lenguaje del nicho.
Los morfemas del manga
Para ello, deberemos aproximarnos a uno de los aspectos de sobras reconocibles y estudiados de la expresión pop japonesa: el amplio abanico de morfemas del manga. Un morfema es todo aquel signo, recordemos, «que tiene significado léxico o gramatical y no puede dividirse en unidades significativas menores». En los múltiples dialectos del lenguaje manga, los morfemas pueden tomar forma de, por ejemplo, sangre en la nariz, ojos en blanco, exageración de partes del cuerpo para denotar un rango de emociones diferentes, entre otros tantos (Ehly y Cohn, 2016).
Como todo signo, la atribución de su significado se realiza por pura convención: ¿por qué la sangre en la nariz funciona para concretar el deseo sexual? La genealogía de dicha expresión se pierde en los albores del mundo dibujado, por lo menos para la gran mayoría de aquelles que hoy día pueblan las ferias y convenciones de cultura pop nipona. Sobre la página, la expresión estética acaba por no tener más valor que el de su mismo objeto. La máxima ley sobre el significado se escribe solamente en lo arbitrario del pacto entre aquelles que dibujan y les que leen. Que las líneas cinéticas denotan movimiento es algo que se entiende, no cuestiona.
Así como el gran bóvido del Guernica era «solo un toro», también las emperifolladas de Jojo serán gestos estéticos, nada más
El estilo de Hirohiko Araki reconoce y recrea este capricho tácito. Sus héroes de acción encarnan siempre la pulsión atlética que en Rohan veíamos: se hallan en constante tensión, erguidos siempre adelante, preparados para dar el siguiente paso. Sin embargo, el curso de cualquiera de sus acciones puede verse interrumpido por un momento de expresividad gratuita, un arrebato de performatividad pura, que no se deba a nada y que no tenga por fin más que su propia existencia. Muy conocidos son, por ende, aquellos cuatro paneles (un par de minutos en el anime) de Vento Aureo en que los miembros de la banda de Bucciarati, en medio de un episodio de tortura, empezaban simplemente a bailar.
Araki sobrepasa, por llevar a sus últimas consecuencias la inmotivación de los significados pop, los límites mismos de la convención tácita. Sus burbujas de expresionismo ni siquiera significan nada, son morfemas vaciados, más cercanos a la vanguardia que a una narración clásica. En los ochenta, Jojo empezó siendo una serie de un manierismo enfático pero transparente, que sobrepasaba los cánones de expresividad manga simplemente maximizándolos. Así habló Kishibe Rohan, sin embargo, aparece publicado por primera vez en 2013, después de tres décadas de refinamiento y experimentación con el lenguaje plástico. Un Araki de cariz maduro, igual que Picasso, que puede permitirse el lujo de representar sin simbolizar: así como el gran bóvido del Guernica era «solo un toro», también las emperifolladas de Jojo serán gestos estéticos, nada más.
Quedando los morfemas vacíos indisolublemente enhebrados en el tejido raudo de su narrativa, la obra de Araki –y la animación de David Production, fiel al espíritu del original– deviene un compendio de puntas expresivas que niegan el momentum de la causalidad y atraen la mirada constantemente hacia otra parte. Pero posado no equivale a desvarío. De hecho, detrás de aquellos parones regidos por la absurdidad más rotunda, se esconde una verdad que raramente traspasa las imágenes de un anime.
La fascinación por las formas y torsiones del cuerpo humano, el juego dicharachero con los límites estéticos de lo masculino y lo femenino, una puesta en valor casi coreográfica del gesto humano… Es queer, y es genuino, atrevido, contestatario. El posado de Araki es revulsivo, habla desde la médula de su propuesta estética el lenguaje de las minorías.