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En el tormentoso paso de la infancia a la adolescencia odié por celos a dos hombres, en realidad dos genios. A los dos por el mismo motivo. Uno fue Marlon Brando, que hacía de comisario de un pueblo y marido de Angie Dickinson, en La jauría humana. Y fuera del terreno de la ficción, al compositor y pianista Burt Bacharach por haber tenido la desfachatez de desposar a la inigualable actriz. El matrimonio no fue fácil y en su reciente autobiografia, el muy caradura confesó que a los nueve meses de casarse, en 1966, empezó a pensar en divorciarse de Angie. El nacimiento de una niña con problemas físicos y psíquicos –le diagnosticaron síndrome de Asperger– convirtió en odisea quince años de naufragio matrimonial. Dickinson, de quien se dijo que había sido amante de John F. Kennedy, siempre reprochó a Bacharach que ella abandonó el cine para dedicarse a la televisión, y así poder hacerse cargo de la hija común, pero el compositor prefirió continuar su carrera y sus famosas noches, donde, a su lado, casanovas tan populares como Frank Sinatra no le llegaban ni a las suelas. Por cierto, Dickinson y Sinatra fueron amigos íntimos durante toda su vida. Por tanto, ¿a qué esperar para disparar contra el pianista?
«Quizá era también un precedente de las MILF –tenía casi 44 años–, pero les aseguró que los cincuenta minutos de la serie se nos hacían cortos.»
La monumental Angie ya no brilló en el celuloide al lado de Sinatra, Brando, Howard Hawks, Dean Martin, Robert Redford y compañía, pero nos legó una pequeña joya de la pequeña pantalla: La mujer policía, pionera de las policías femeninas, estrenada en Estados Unidos en 1974 y que llegó a la rancia TVE en 1977, mientras aquí íbamos a palos con la policía. A pesar de ello, la sargento Suzanne ‘Pepper’ Anderson levantaba un morbo inexplicable en todos nosotros. Quizá era también un precedente de las MILF –tenía casi 44 años–, pero les aseguró que los cincuenta minutos de la serie se nos hacían cortos. ¿Por qué no duraba toda la tarde? Para más recochineo, la sargento Dickinson trabajaba de secreta en la brigada antivicio, y muy a menudo tenía que salir disfrazada de prostituta o de putón verbenero amante de gangsters, traficantes de heroína y otras bestiecillas de la jungla californiana. Algunas similitudes autobiográficas nos daban pistas de la devoción de sus guionistas. La sargento era compañera del teniente, dentro y fuera de la comisaría, y en algunos episodios visitaba una hija autista.
La mujer policía duró cuatro felices años, pero con casi cincuenta, Angie continuaba estando más buena que el pan, divina de la muerte. Sólo sus persecuciones hacían callar a mis amigos en el bar de mi calle. Y todos, absolutamente todos, odiábamos a los que intentaban agredirla. ¿Quién sería capaz de disparar contra un orgullo así de la naturaleza? ¡¡¡Malditos chorizos!!! Sólo los partidarios del repugnante Maduro fueron capaces de matar a tiros una miss venezolana. Y así les va…
En 1987, el Departamento de Policía de Los Ángeles premió a Dickinson con un Doctorado honorario, lo cual la llevó a decir en broma: «Ahora ya pueden llamarme Doctora Pimienta.»