5 cosas que nos ha enseñado John Wilson con su serie
Adiós a John Wilson

5 cosas que nos ha enseñado John Wilson con su serie

'How to with John Wilson' ha terminado su andadura tras la tercera temporada y nunca podremos agradecerle lo suficiente a John Wilson lo mucho que ha cambiado nuestras vidas.
John Wilson

Hey John Wilson, thank you very much.

Sí, técnicamente es un error limitar a 5 las enseñanzas de How to With John Wilson, una serie cuyos capítulos llevaban por título propuestas como “Cómo montar un andamio”, “Cómo recordar tus sueños” o “Cómo encontrar un baño público”.

Sin embargo, ahora que ha terminado definitivamente llega la hora de repasar las verdaderas enseñanzas que ese poeta del audiovisual, humorista urbano y maestro de los dobles sentidos llamado John Wilson nos ha dejado en la que es una de las mejores series que nos ha dado este siglo.

Por si no sabéis nada de ella, aquí encontraréis un artículo sobre los inicios de How to with John Wilson, esa serie que nos ha hecho volver a confiar en la humanidad mientras nos sorprendíamos y reíamos con ella. 

La realidad siempre supera a la ficción (o lo intenta)

La fauna y flora, antropológicamente hablando, que esconde una ciudad como Nueva York, con cerca de nueve millones de habitantes, tardaría siglos en ser representada en su totalidad en el mundo audiovisual. Y es que se trata de la ciudad en donde todo es posible, para bien o para mal, y de la que nos han llegado sólo algunos reflejos a través del cine y la televisión, la mayoría de ellos ubicados en los extremos: los lujos del ambiente intelectual y cosmopolita o las miserias de sus bajos fondos.

Con todos y cada uno de los “Hey, New York” con los que empiezan los capítulos de la serie, John Wilson nos ha hecho sentir afortunados y desgraciados a la vez por no formar parte de la comunidad de habitantes de la capital del mundo

John Wilson ha sido capaz de tejer miradas a medio camino entre ambas gracias a un largo listado de imágenes y personajes memorables, a medio camino entre la locura y la genialidad: desde uno de los protagonistas del cuarto capítulo de la primera temporada (titulado “Cómo poner fundas a tus muebles” y en el que el personaje en cuestión lo que intentaba era enfundar una parte de su mobiliario corporal) hasta la pareja de padre e hijo obsesionados hasta la saciedad con el mismo equipo deportivo, ejemplos que hicieron que nos planteáramos si existía en la serie una línea que separara la realidad de la ficción, una duda que se convirtió en una de las principales críticas hacia la serie.

Pero ahí estaba John Wilson para convertirlo en una oportunidad y darle respuesta en el penúltimo capítulo de la serie. La verdad siempre incluye un punto de invención, nos recuerda, y no pasa nada porque sea así. 

La ciudad no es perfecta 

Con todos y cada uno de los “Hey, New York” con los que empiezan los capítulos de la serie, John Wilson nos ha hecho sentir afortunados y desgraciados a la vez por no formar parte de la comunidad de habitantes de la capital del mundo.

El hecho de contar con todo tipo de negocios (¿una tienda sólo para árbitros?) y con más historias por descubrir en cualquier edificio de cualquier callejón de las que caben en el cerebro de cualquier aspirante a guionista hace que sea inevitable sentir una cierta forma de fascinación con sólo nombrarla. Sin embargo, Wilson se ha encargado de recordarnos, una vez tras otra, que aunque sea paradigmática, Nueva York es una ciudad como otra cualquiera, con sus problemas e intentos de solución.

John Wilson

Ojo al quinto episodio de la tercera temporada.

Con eso en mente, el creador ha conseguido reivindicar las infinitas virtudes y señalar los incontables defectos de la ciudad que habita, como las extraordinarias deficiencias de sus servicios públicos en diferentes capítulos convertidos en ejemplares ejercicios de periodismo. Una especie de versión poética, lúcida y divertida, además de sensata, útil y, en definitiva, buena de lo que podría haber sido Callejeros Viajeros.

El humor todo lo puede

Resulta difícil imaginar la cara con la que cualquier empresario prototípico del sector audiovisual recibiría la propuesta de poner en marcha una serie en la que el presentador apenas aparece en pantalla, cuyas etiquetas promocionales, en manos del community manager equivocado, podrían incluir #Coaching, #ILoveNY y #VivaLaVida, y que tiene como reto y como premisa conseguir algo que es casi casi imposible: darle la vuelta a todo, siempre.

John Wilson es capaz de empezar una conversación con cualquier ser humano que se cruce en su camino, sea porque le llama la atención o precisamente por no llamársela.

Y es que esa fue una de las primeras cosas que llamaron la atención de la serie, la inagotable capacidad de su creador para convertir el encuentro entre una imagen y una palabra en la más ocurrente de las propuestas. Y ha conseguido, con muchas de ellas, provocar si no carcajadas, al menos sonrisas cómplices que se incrementan a medida que el espectador conoce el modus operandi de Wilson.

Sus guiños, al final tan esperados, han resultado ser siempre imprevisibles y muchas veces incluso hilarantes. Y es que ha demostrado que no hay tema, pregunta o imagen, por escatológica o fúnebre que sea, que no admita un doble sentido. 

La vida es una conversación

Lo dice la socióloga Sherry Turkle en su libro En defensa de la conversación, donde repasa los efectos que las redes sociales, teléfonos móviles y otros cambios tecnológicos han producido en la manera de hablar y relacionarnos entre nosotros: “La vida es una conversación y necesitamos lugares donde mantenerla”.

Y eso es exactamente lo que defiende capítulo tras capítulo y encuentro tras encuentro el creador de la serie. A veces rozando la impertinencia pero siempre con la educación y la ingenuidad por delante, John Wilson es capaz de empezar una conversación con cualquier ser humano que se cruce en su camino, sea porque le llama la atención o precisamente por no llamársela.

En un momento en el que muchas de las relaciones que mantenemos se basan (de manera seguramente excesiva, llegando más veces de las que queremos reconocer a la toxicidad) en el contacto digital, reivindicar el placer de conversar, tanto con cualquier desconocido como con aquellos que nos rodean, es uno de los grandes hitos que tanto activa como pasivamente ha conseguido el creador de How to with John Wilson

El amor es un plato de risoto

No, John Wilson no nos enseñó a cocinar un risotto perfecto. A lo largo de la serie hemos podido conocerle un poco más y de la misma manera que hemos aprendido que le gustan los gatos y que también sufrió traumas de adolescencia, sabemos que su capacidad culinaria es inversamente proporcional a su curiosidad.

Aunque no hiciera honor a su intención y cualquiera supiera, con sólo verlo, que aquel risotto que logró cocinar en el último episodio de la primera temporada no era perfecto en su ejecución, ¿qué duda cabe de que el capítulo sí que lo fue?

El capítulo perfecto de ‘How to with John Wilson’.

Puede que a lo largo de las 3 temporadas haya episodios más irregulares (la mayoría en la segunda temporada, para qué engañarnos) pero si hay veces en que para muestra vale un botón, sirva el sexto capítulo para resumir y reivindicar las enseñanzas que John Wilson ha conseguido transmitirnos con su serie.

En este caso, con el mérito añadido de haber convertido los veintisiete minutos de duración del episodio en uno de los mejores y más valiosos testimonios que nos quedarán de lo que vivimos en la primavera de 2020, cada uno en su casa y a su manera. Y la de John Wilson no pudo ser otra que la que se plasma en el episodio titulado “Cómo cocinar el risotto perfecto”: llevando hasta el extremo su increíble capacidad para crear vínculos, convirtiendo el aparentemente más nimio de los planteamientos en la receta para evocar las emociones más puras, las más humanas, las que nos permiten sobrevivir y mantener la esperanza, a pesar de todo.

Y todo ello lo hizo, como siempre, cámara en mano. Thank you, John.

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