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Tras once meses esperando, llega el momento de acudir al restaurante para el que hiciste una reserva justo a medianoche del primer día del mes, la única manera de conseguir una mesa para dos en la que te gastarás un tercio de tu sueldo con el objetivo de poder decir en redes que “yo estuve allí”. No entiendes ni la mitad de las cosas que te explica la colección de camareros que te atienden, y eso que básicamente te hablan de uno de tus temas preferidos, la comida, pero te da igual porque viendo los platos que te sirven por momentos dudas de si en realidad has entrado en un museo y, oye, es indiscutible: nunca antes habías probado nada igual. The Bear T3
Llega la hora de probar la más famosa de las propuestas del chef, una que sale en todas las guías y críticas y entrevistas, esa que supuestamente ha revolucionado la ya de por sí revolucionaria alta cocina y en el mismo momento en el que la ves entiendes por qué: el célebre raviolo que espera frente a ti a ser devorado es una obra maestra de la estética, una preciosidad que combina colores y formas para conseguir que, esta vez sí, realmente se te haga la boca agua.
Lo que propone esta tercera dosis del chef Carmy y compañía es básicamente la nada
Después de haberlo retratado desde todos los ángulos posibles, con la misma ilusión con la que te acercaste a hablar con esa persona que terminó convirtiéndose en tu primer amor, coges el tenedor y el cuchillo dispuesto a partirlo, deseando saber con qué deliciosa e inimaginable e incluso disparatada combinación de texturas y sabores se les habrá ocurrido rellenarlo y… ¡Plas!, te encuentras con que al menos el tuyo está vacío. Bienvenidos a la tercera temporada de The Bear.
Vaya por delante que a pesar de la exageración no tengo nada en contra de la alta cocina, o de la cocina de vanguardia, o de la cocina contemporánea o como se le quiera llamar, o si lo tengo no viene al caso de la crítica de una serie cuyo mayor éxito ha sido precisamente criticarla mientras la alababa, o quizás ha sido al revés: encontrar el punto justo desde donde se pueden mostrar tanto las maravillas como las cloacas de cualquier cosa, más de una que está tan de moda, es un acto heroico, casi milagroso, y en él reside la mayor virtud de la serie.
No hay capítulo que no contenga diálogos excesivamente alargados, cosa sorprendente tratándose de una serie en la que se repite constantemente que “Cada segundo cuenta”
Más allá de eso, sin embargo, lo que propone esta tercera dosis del chef Carmy y compañía es básicamente la nada. Una nada en ocasiones bonita, en otras puede que incluso entrañable, ingeniosa o casi divertida, pero sin dejar de ser en todo momento nada más que eso: la nada.
No hay capítulo que no contenga unos cuantos diálogos excesivamente alargados, cosa sorprendente tratándose de una serie en la que se repite constantemente que “Cada segundo cuenta”, y eso en el mejor de los casos. De hecho, esta nueva temporada incluye algunos episodios que son, en sí mismos, una conversación dilatada de forma excesiva e insignificante: véase el que protagoniza Tina Carrero, en el que la repetición y la angustia a la que la serie nos tiene acostumbrados llegan a límites insostenibles para lanzar un mensaje que la ficción ya había dejado bastante claro: no es más jodido ser un joven genio que una persona corriente, aunque pueda parecerlo.
Y a pesar de los contínuos esfuerzos para demostrar que todo el tiempo suceden cosas, es al llegar al último capítulo que una tiene la certeza de que en realidad no ha sucedido nada a lo largo de los diez episodios: todo está exactamente donde estaba antes de empezar. Y sí, ya sabemos que en ocasiones todo tiene que cambiar para que todo siga exactamente igual, Tomaso di Lampedusa dixit, pero es que prácticamente nada ha cambiado para que todo siga igual.
Más allá de la indigestión que producen algunas de las escenas y tramas, enfocadas a retratar ese estrés que reina en la sociedad actual […] la principal sensación que deja esta temporada es la inanición
Sí, Sydney tiene una oferta aparentemente atractiva para cambiar de empleo; vale, ha nacido la hija de Natalie -y la reaparición de la señora Berzatto vuelve a ser el momento estelar de la temporada-; y, de acuerdo, alguien le ha dicho a Claire que el pobre Carmy lo siente. Y, bueno, hablando de cambios: Carmy ha dejado de fumar y ahora se pasa el día mascando un chicle interminable que, no, no ha servido para aumentar su carisma. Pero ya está.
Nunca se había dilatado tanto el momento de leer una crítica culinaria que resulta ser un “ni chicha ni limoná”, ni se había hablado tanto de una maldición que sólo dios sabe a santo de qué es tan comentada, ni se había generado tanta expectativa con el encuentro con el mal, encarnado por un abominable chef que puede ser el culpable de todos los problemas y traumas de nuestro protagonista, para resolverlo con tanta fugacidad y tan poca trascendencia.
Puede que, como algunos opinan, nos encontremos con la versión audiovisual del ‘Ulises’ de Joyce y esta serie esté marcando el camino de la vanguardia de las futuras ficciones televisivas: no hay duda de que a nivel formal siguen esforzándose en demostrarlo, y basta con el primer capítulo de la temporada para tenerlo claro.
Pero más allá de la indigestión que producen algunas de las escenas y tramas, enfocadas a retratar ese estrés que reina en la sociedad actual, y del empacho que pueden llegar a provocar algunas de las obsesiones de sus creadores, la principal sensación que deja esta tercera temporada es la inanición. Por exquisita que sea la pasta y por precioso que sea el plato, si el raviolo no está relleno, ¿no será que le falta algo?