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Kattegat, el lugar donde viven los héroes de la serie Vikings, descansa en la orilla de un imponente Fiordo que le cobija de los rigores del Mar del Norte. El clima es extremo en invierno, pero los personajes van ligeros de ropa en el interior de sus viviendas por lo que entendemos que las construcciones son acogedoras. Deducimos que los personajes están bien alimentados; los hombres son clones de Hulk Hogan y las mujeres valquirias de cabellos trenzados con piel de bebé. La organización social parece que funciona, hay comercio y se acatan las prerrogativas del conde de turno de cada ciudad-estado. Los valores sociales son tan avanzados o más que los nuestros; las mujeres y los hombres se reparten derechos y deberes por igual; cuando van a la guerra ellas están en primera línea. Viven rodeados por kilómetros de naturaleza virgen, sin amenaza aparente. Podríamos decir que están en un constante nirvana o, mejor dicho, en el Valhalla.
Entonces… ¿por qué?.
¿Por qué se empeñan en cruzar el océano Atlántico trepando olas altas como montañas para llegar a Northumbria en Inglaterra? ¿Por qué se obstinan en abandonar su paraíso para saquear candelabros en el lugar más feo y triste del mundo? Es cierto que una vez allá tienen el incentivo de matar a unos y capturar a otros, aunque no acabe de quedar claro por qué unos merecen morir y otros servir.
Mucho se ha hablado de la dudosa veracidad de Vikings, pero no porque lo que se cuenta difiera del relato más sobrevalorado: la Historia; sino porque las razones que mueven a estos vikingos no son lo suficientemente sólidas. Pero hagamos una suspensión de la incredulidad, ya que en el fondo sabemos que en el ADN vikingo está escrito el deseo de gloria, el deseo de hacer lo que antes ningún otro ha hecho. Así que damos por buena a Northumbria como lugar de saqueo. Una vez allí se mata, viola y mutila a todo el que se mueve, y en ese contexto, los Ragnar, Rollo y compañía descubren a un pequeño dios al que miran con desprecio. ¿Cómo puede compararse ese pobre mendigo clavado en un palo con los poderosos Odín y Thor? Los vikingos no lo saben, pero en ese instante ya han perdido. Acaban de encontrarse con una idea que en tan solo doscientos años erradicará a sus dioses. De hecho, este encuentro les significa y les nombra: a partir de ahora son paganos.
«Eran los propios cristianos apresados en las incursiones los que contagiaban la idea de un único dios»
Pero volvamos un momento al saqueo de Northumbria: el rey Ragnar (Travis Fimmel) secuestra a un cura llamado Athelstan (George Blagden) y lo lleva a Kattegat, donde lo convierte en su sirviente personal. Una vez allí el cristiano se acaba ganando la confianza de Ragnar y de su esposa Lagertha (Katheryn Winnick), hasta el punto que es invitado a compartir lecho con ellos, dicho de otro modo: hacer un trío. Esta experiencia y otras hace que el antiguo cura vaya abandonando el cristianismo para convertirse en vikingo; ergo, en un hombre libre. Su nueva vida supera a la antigua. Sin embargo, la semilla del cristianismo viaja en él hasta Escandinavia y acabará triunfando y transformando al propio rey Ragnar. Este hecho sí responde a una realidad histórica; ya que eran los propios cristianos apresados en las incursiones los que contagiaban la idea de un único dios.
Aunque fue precisamente en Escandinavia donde más le costó penetrar al cristianismo, este triunfo se basó en varios puntos: por un lado la indiferencia que los propios vikingos tenían respecto a otras religiones, a las que veían como enemigos de poca monta. Por otro lado el cristianismo era capaz de argumentar y encontrar verdades universales y justificaciones “racionales” a toda su doctrina (un razonamiento que conocemos con el nombre de teología). El cristianismo era una religión fuertemente apuntalada con asertos y argumentaciones lógicas, siendo en este punto muy superior a las creencias escandinavas. Esta argamasa entre explicación racional de la naturaleza y religión fue decisiva.
Volviendo a la serie, en este juego en el que pasamos de la ficción a la “realidad”, se muestra al cristianismo como una religión tosca frente a las deidades nórdicas: mientras que las predicciones nórdicas se cumplen dándole valor de real, el sugestivo personaje cristiano del rey Egberg (Linus Roache) utiliza la religión católica para sus intereses, convirtiéndose, quizás, en el único agnóstico de toda la serie. De hecho, se adhiere a la moral nórdica libertina, a pesar de estar casado, cuando corteja y seduce a una condesa vikinga (de la que no desvelaremos el nombre para no spoilear) y disfruta piadosamente sin ningún tipo de remordimiento cristiano.
La serie transita por estos dilemas morales que no dejan de restar verosimilitud a la espina dorsal de las tramas durante casi tres temporadas, hasta que ocurre un hecho que redefine todo el sentido del relato, ojo, aquí sí que vienen spoilers a lo loco. Habiendo pasado el ecuador de Vikings, el personaje de Rollo (Clive Standen), el hermano del rey Ragnar, hundido y atormentado a su sombra, consulta al vidente de Kattegat. Allí le confiesa que Ragnar es todo lo que no puede hacer, todo lo que no puede ser. Le ama y le odia. El adivino escucha el lamento, se ríe y dice algo que transformará a Rollo para siempre: “Si supieras lo que los dioses te tienen reservado, bajarías ahora y bailarías desnudo en la playa“.
Esta predicción queda oculta hasta que, años más tarde, durante el asedio de Paris, Rollo es tentado para traicionar a su pueblo a cambio de casarse con la princesa Gisla y convertirse en el protector de la ciudad. Rollo abandona todo lo vikingo por el cristianismo y por una princesa malcarada que no le quiere. En el algún momento, afirma en una línea de diálogo, que su nueva vida es superior en algunos aspectos, pero suena hueco, a truco de guionista que verbaliza lo que no ha sido capaz de enseñar. Lo que en realidad ha ganado el personaje es lo que no creía tener entre los suyos: respeto y prestigio. Este efecto Pigmalión sobre su propia persona le hará volver a creer en sí mismo y conseguir grandes gestas, confirmando las predicciones que aquel adivino le había hecho en Escandinavia. No quita que, más adelante y con su prestigio recuperado, Rollo aprovechase la oportunidad de volver a vikinguear saqueando y combatiendo con los consiguientes morros de su princesa parisina, que a la vuelta le castiga para luego llevárselo al lecho (porque en el catre era un bárbaro).
Volvamos a la “realidad” y a las costumbres amatorias y al libertinaje vikingo. Lo que sabemos en este campo viene de la pluma subjetiva de los pueblos que estuvieron expuestos a sus saqueos; los árabes y los cristianos, de costumbres más moderadas. Cabe pues preguntarse si este modus operandi amatorio en el que, resumiendo, podríamos decir que no le hacían ascos a nada, es real o exagerado, dado el puritanismo y subjetividad de los cronistas.
Ay, suspiramos por una producción literaria propia vikinga que nunca existió (o que al menos no se conoce) ¡Qué grandes novelistas hubiesen sido! Mientras tanto solo queda disfrutar de la grandiosa serie de Michael Hirst.
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