'Parliament': El insólito hallazgo de diversión en Europa
'Parliament'

El insólito hallazgo de diversión en Europa

La serie parte de la caricatura y el histrionismo para esbozar un retrato de la fauna que puebla el Parlamento Europeo.
serie parliament filmin

Si a alguien le plantean que gaste unas horas de su tiempo en una serie sobre el Parlamento Europeo la primera reacción sería entrar en pánico, pedir clemencia e intentar no someterse a un visionado que, a priori, se parecería más a la tortura de la Naranja Mecánica que a ese oasis que es la serie desde el sofá de casa. Pero que el prejuicio no lleve a equívocos: si esa serie se llama Parliament (ya disponible en Filmin) podéis relajaros y descubrir un hecho insólito: de los vetustos pasillos de la Eurocámara, de ese rincón de Bruselas lleno de burocracia, tonos grisáceos y trajes pasados de moda, puede salir una serie divertida, ingeniosa y ácida.

Los amantes de las series políticas la devorarán. Los que recelen del género encontrarán una aportación refrescante y diferente. No estamos ante una epopeya del héroe que preside los Estados Unidos, como The West Wing, Tampoco estamos ante un thriller como House of Cards, (entra spóiler genérico) que asusta desde que Bill Clinton dijo que el 99% es real. Nada de Parliament es real, pero todo podría serlo si en Bruselas, en vez de tomarse tan en serio, se lo tomaran más a cachondeo.

El argumento es aparentemente sencillo. Samy (Xavier Lacaille) un joven y esforzado asesor parlamentario -la definición encajaría en unos cuantos centenares de jóvenes que pueblan los pasillos europeos- llega a Bruselas para atender a un eurodiputado que dedica todo su esfuerzo a perder el tiempo y pasar inadvertido. A partir de ahí conoce desde su ingenuidad y candidez la perversa dinámica de la institución y sus diferentes familias.

Todo con la ayuda (es un decir) de otros dos asesores: Rose (Liz Klingsman) una desafecta Brexit a la que todo le está de vuelta y Torsten (Lucas Englander), un cínico al que le gusta dárselas de poderoso. Sin quererlo ni beberlo, Samy se verá entrometido en el apasionante mundo del corte de aleta de tiburón, una crisis diplomática con China, y la montaña de informes de la normativa marítima de la Unión Europea.

Es en los detalles es donde reside la magia de Parliament. La serie parte de la caricatura y el histrionismo para esbozar un retrato de la fauna que puebla el Parlamento Europeo y sus situaciones. Un apasionado de la política europea (si es que existe fenómeno fan de Europa más allá de Eurovisión) dirá que peca de tópicos, pero es en la explosión del tópico y en sus  matices donde el espectador al que la burocracia europea le trae al pario encontrará un momento para reírse a carcajada limpia.

En Parliament encontramos a los diferentes tipos de eurodiputados. Vemos al vago, quizás el más conocido por las noticias de parlamentarios que calientan silla (y cuenta corriente) sin hacer prácticamente nada; y al estajanovista, que se sabe todos los rincones y reglas de Europa. Ambos tipos existen, y como muestra un informe de hace una década, pero todavía válido, sobre la actividad de los parlamentarios: El más activo entre los españoles era Raül Romeva (por aquél entonces, ICV), con 164 intervenciones en el pleno, 407 preguntas, 227 resoluciones y cinco informes; de los que menos, Jaime Mayor Oreja: seis preguntas, siete resoluciones, dos informes y 19 intervenciones en el peno. Cuesta trabajo trabajar tan poco, y sino ya la comprobarán en la serie.

Parliament no se deja ninguna característica de Bruselas sin dibujar:

«Siempre hay que pensar que los partidos defienden lo contrario que define su nombre»

Los kilómetros de pasillos sin sentido, la miríada de asesores (cada eurodiputado tienes tres o cuatro), los centenares de nombres de partido que dificultan a un desconocedor saber si se está ante un partido comunista o uno de ultraderecha.… «Siempre hay que pensar que los partidos defienden lo contrario que define su nombre», le dicen en un momento a Samy. Maravillosa definición: adivinen en qué grupo se enrolan los denominados «Partidos por la Libertad«. Exacto, en la ultraderecha.

Cualquier realidad política de Europa de calado aparece. Incluso las riñas entre PP y PSOE y el Procés, con una visión poco recomendable para los susceptibles de los dos bandos: se perciben como disputas folclóricas a las que el resto de parlamentarios asisten palomitas en mano. En la realidad no hay bofetadas, pero casi: observen cualquier debate en el que intervenga Carles Puigdemont y verán una respuesta indignada de un grupo español, al que asisten entre el hastío y el recochineo los eurodiputados menos solidarios con la causa.

Capítulo aparte merece el Brexit, ese chascarrillo que llegó a Bruselas con el placer culpable de reírle las gracias a Nigel Farage (su famoso discurso contra Herman Van Rompuy podría ser una escena de Parliament si no fuera tan agrio) y ha acabado siendo el reto más monumental de la historia de la Unión Europea, con el permiso del euro. Desde la primera escena (una borrachera monumental de los probrexiters que acaba por los suelos) el Brexit aparece como telón de fondo del día a día de Samy.

Todo pasa del realismo al surrealismo para convertir escenas perfectamente identificables en el Parlamento en momentos de ocio europeísta. Una intención que se percibe desde las escenas más anecdóticas a la trama principal, la confusión de Samy con las aletas de tiburón que lleva a encendidísimos debates.

La acumulación de divertidos absurdos que provoca el arranque de la trama rara vez la veremos en una sala de Bruselas, pero si ponemos un ojo en cualquier rincón del Parlamento podemos ver a un eurodiputado volviéndose loco con un tema que al gran ciudadano no le llegará nunca. En la serie es la aleta de tiburón, pero si hubieran escogido la duda sobre sí la leche de avena merece ser llamada leche y la hamburguesa de tofu tiene que llamarse hamburguesa hubieran tenido el último debate aparentemente anodino con muchísimo calado en Europa: los lobbies moviendo sus hilos, los ciudadanos captándolo con un breve titular que no pasará de anécdota, y horas y horas de Europa gastadas en ello.

Con el Parlamento Europeo pasa como con los romanos de Monthy Python, que habrán hecho muchas cosas por nosotros, pero de la mayoría no nos hemos enterado. En Parliament su aportación es escenográfica, pero suficiente para que el acercamiento a esa institución pase del recelo a la sonrisa. Si en Bruselas hubieran pensado una campaña para que entendiéramos cómo funciona la Eurocámara sin aburrirnos, difícilmente hubieran encontrado algo que entre tan bien. Que qué ha hecho Europa por nosotros? Al tratado de Schengen, al pagar en la misma moneda en París y a acabar con el roaming, ya le pueden añadir los diez capítulos de Parliament.

 

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