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Taylor Sheridan es a las series lo que Henry Ford a los automóviles. Sus diseños son perfectamente reconocibles (de hechuras clásicas, con el western y el thriller como plantillas), su modelo de producción lleva décadas probando su fiabilidad (años en el caso de Sheridan, quien entre 2021 y 2023 ha firmado seis series y dos largometrajes) y adquirirlos implica adherirse a unos valores muy concretos. De hecho, uno de los temas medulares que vertebra Yellowstone (Taylor Sheridan & John Linson, 2018-2023) no es otro que la lucha de la vieja ortodoxia capitalista representada por John Dutton (Kevin Costner), la versión ganadera del Jordan ‘Bick’ Benedict de Gigante o del JR Ewing de Dallas, frente al turbocapitalismo depredador impulsado por grandes conglomerados empresariales que pretenden transformar el verde estado de Montana en un parque temático urbanizando el paisaje y aniquilando sus recursos naturales.
Que, a través de su prolija filmografía, el guionista de Comanchería (David Mackenzie, 2016) defienda un american way of life más o menos tradicional no comporta su renuncia a explorar las contradicciones de ese estilo de vida y del sistema que lo sustenta. Operaciones especiales: Lioness (Taylor Sheridan, 2023) es un buen ejemplo de ello. Thriller de espionaje musculado con creatina visual (sobre todo) por John Hillcoat (La propuesta, Sin ley, Triple 9), la penúltima creación de Taylor Sheridan relata los pormenores del reclutamiento e infiltración de Cruz Manuelos (Laysla de Oliveira), una mujer que se enrola en los marines tras huir de una vida miserable coronada por un marido que la utiliza como punching ball.
Sus aptitudes físicas y su tesón – en el masculinizado universo Sheridan las mujeres que sobresalen son más hombres que los hombres… y ahí está la irresistible Beth Dutton (Kelly Reilly) para demostrarlo- llaman la atención de Joe (Zoe Saldana), líder sobre el terreno del Lioness Engagement, un programa de la CIA especializado en entrenar a mujeres para que traben amistad con las esposas, las hijas o las hermanas de los principales objetivos de la agencia de inteligencia estadounidense y así poder darles caza. La misión de Cruz será amistarse con Aaliyah Amrohi (Stephanie Nur), hija de un magnate petrolífero que utiliza parte de sus ingresos para financiar al terrorismo de raíz islamista, una suerte de banquero del mal que se deja ver menos que un treinta de febrero. El único motivo que el señor Amrohi (Bassem Youssef) encuentra para salir de su discreto y bien protegido retiro no es otro que la boda de su hija, única oportunidad que tendrán los servicios secretos norteamericanos para asegurarse de que su siguiente vivienda sea un ataúd.
Para desarrollar la vertiente emocional de sus protagonistas, Sheridan agrega dos temas secundarios, transformados en motivos argumentales, que no terminan de estar bien engrasados: la familia y el amor
Antes de entrar en el terreno discursivo, señalemos que Lioness quizá sea la propuesta seriada más endeble del creador de Mayor of Kingstown. Funciona a las mil maravillas cuando focaliza su atención en el thriller geopolítico: las escenas de acción son vibrantes y están rodadas con pulso de experto francotirador (el asalto final a la mansión en la que tendrán lugar las nupcias), el desarrollo de la operación destila verosimilitud y denota lo costoso de su montaje, las consecuencias que la ejecución del magnate puede tener en el equilibrio del orden mundial quedan perfectamente claras… Digamos que todo aquello que tiene que ver con el procedimiento se mueve con la gracilidad de un Ford Mustang.
Ahora bien, para desarrollar la vertiente emocional de sus dos principales protagonistas, para que no parezcan dos carcasas sobre las que ensamblar el motor de la trama, Sheridan agrega dos temas secundarios, transformados en motivos argumentales, que no terminan de estar bien engrasados: la familia y el amor. En el caso de Joe, su errática vida conyugal con Neal (David Annable), cirujano de profesión al que ve con escasa frecuencia y con quien se sobreentiende ha acordado cierta permisividad sexual cuando no conviven, se agrava con el accidente de coche que sufre su hija adolescente, embarazada para más inri (ella no lo sabía). No es ya que el acumulado de desgracias imite de mala manera aquel chiste de Eugenio sobre el señor que se compraba una bicicleta de octava mano (donde allí faltaba un bombín, aquí falta una abuela senil), es que la profesión del marido, también de alto riesgo, hace que a la serie se le desajusten los ejes y se desvíe, por momentos, hacia el drama médico, restándole fuerza a la trama principal en aras de aumentar el minutaje.
Más problemática es la trama de Cruz, en primer lugar, porque su repentino enamoramiento de Aaliyah se antoja poco verosímil, más que nada porque ha sido preparada a conciencia para afrontar situaciones límite (su entrenamiento incluye torturas, algo que la serie muestra con fruición), así que el descubrimiento del amor a una edad tan tardía resulta poco creíble o, siendo justos, no debería ser un detonante dramático lo suficientemente potente como para desestabilizar a alguien con la estricta formación de una agente como Cruz. Dicho esto, también es cierto que se hace un esfuerzo por mostrarla como una mujer que ha sufrido abusos (en casa, pero también durante el inicio de la misión), que siempre se ha sentido desamparada y que, por una vez, se encuentra con alguien que la quiere.
No faltará quien encuentre fundados motivos para afirmar que ‘Lioness’ es un publirreportaje sobre los marines
Si ese romance que articula el último punto de giro (se insinúa al final del sexto episodio y estalla en el primer acto del séptimo) canta como una sota de oros en una partida de póker, todavía es más sorprendente que, para armar la traca final, Sheridan se saqué de la manga un as de bastos. En vísperas de la boda, el futuro marido de Aaliyah se pone a investigar a Cruz -sospecha de ella y no solo porque se esté acostando con su mujer- haciendo una búsqueda comparativa a partir de la foto de su pasaporte y en menos de lo que tarda en decir ayatolá ¡descubre que es marine!
Aquí es cuando uno empieza a preguntarse si ese magnate del petróleo del que la CIA apenas tiene imágenes y que lleva más guardaespaldas que Pedro Sánchez de vacaciones en Jerusalén, aprovechando que la boda de su hija es en Mallorca no habrá contratado a Mortadelo y Filemón para garantizar su protección. ¿Cómo es posible que nadie, ni de su entorno ni del de su futuro yerno, un reputado trader, hayan investigado a una mujer que les da mala espina? Y si lo han hecho, ¿a quién se lo han encargado? ¿A Mr. Bean? Una solución tosca e inverosímil para procurarnos un (eso sí) potente clímax homicida que no se sostiene desde el guion.
La policía del mundo
No faltará quien encuentre fundados motivos para afirmar que Lioness es un publirreportaje sobre los marines, tipos (y tipas) dispuestos a descerrajar tiros en tierra hostil o en suelo patrio a los que la convención de Ginebra les suena a nombre de cóctel y que harán todo cuanto esté en su mano para proteger a su país.
Si, por un lado, es cierto que Taylor Sheridan respeta y ensalza una serie de valores representados por mujeres como Joe – camaradería, código de honor, sentido de la responsabilidad, compromiso, determinación – no lo es menos que, en todo momento, se cuestiona la legitimidad moral de las acciones emprendidas por su equipo de operaciones. No se pone en duda el desempeño de tan valiente patrulla, sino a aquellos que dan las órdenes y a los intereses que las dictan (por cierto, los secundarios que conforman el organigrama político están espléndidos, empezando por Michael Kelly y terminando por Morgan Freeman).
Aquí todo es más gris, y en mitad de esa niebla moral cuesta identificar con nitidez a los buenos de los malos
Hay dos secuencias clave para entender las dudas que Lioness plantea a propósito de la condecoración de Estados Unidos como único agente de policía mundial. Una está situada al final del último episodio, cuando, una vez completada la operación, una Cruz henchida de rabia le espeta a Joe que, con su ataque, acaban de engendrar una nueva generación de terroristas. Es decir, que contrarrestar la violencia con más violencia solo sirve para retroalimentar los circuitos del odio. A muchos de ustedes puede parecerles una perogrullada, pero ese tipo de discurso no lo encontrarán en, por ejemplo, Jack Ryan (Carlton Cuse & Graham Roland, 2018-2023).
Y es que aquí todo es más gris y en mitad de esa niebla moral cuesta identificar con nitidez a las buenos para así poder distinguirlos de los malos. Quien se encarga de que la bruma se mantenga espesa son tipos como Errol (Martin Donovan), un bróker de altos vuelos con madera de líder de SPECTRA, casado con Kate (una Nicole Kidman inexpresiva a la que se le está poniendo cara de Robert Redford septuagenario) la enlace entre el equipo Lioness y el comité de seguridad nacional.
Al final del séptimo capítulo, los dos mantienen una charla que evidencia el problema que supone eliminar a Amrohi. Aun siendo un objetivo de primer orden para la CIA, puesto que ha sido probado que sus aportaciones económicas han financiado ataques terroristas, sus relaciones comerciales con China y Rusia y sus labores como mediador le convierten en una figura clave para mantener el statu quo en Oriente Medio. Es lo malo conocido, como lo fueron en su día Gadafi, Sadam Husein o Bin Laden (recuerden The Americans o The Old Man); es el pragmatismo de la geopolítica chocando con el deber moral. Borrarlo del mapa equivale a dar rienda suelta al caos.
Les dejo con el (casi) monólogo de Errol, alguien que obtiene beneficios de (casi) cada desgracia, que (casi) siempre saca ventaja de la información privilegiada y al que el cambio climático le preocupa menos que una guerra nuclear a la que quien sabe si contribuirá la próxima operación que está a punto de orquestar su esposa:
“Hemos jodido tanto la estructura política de los países del Golfo que los líderes que hemos puesto en el poder necesitan que seamos los enemigos de su pueblo. Si no, la gente se preguntará por qué el 0,6% de la población gana más de un millón de dólares, mientras que el 41% gana menos de diez mil. Los conflictos en la región protegen a los que están en el poder y nosotros necesitamos que permanezcan ahí. Irán es lo que ocurre cuando los apartas del poder. Por eso dejamos que nos demonicen. Cuando van muy lejos, por ejemplo, secuestrando aviones y estrellándolos contra nuestros edificios, les damos una paliza. Estás a punto de destruir el centro financiero de esos conflictos. Y, por mucho que sus ataques sean trágicos y horribles, lo que les preocupa es que la alternativa sea peor”.