'La noche que Logan despertó': una oda (irregular) al melodrama
Crítica de la serie (Filmin)

‘La noche que Logan despertó’: una oda (irregular) al melodrama

La primera serie de Xavier Dolan mantiene su gusto por los personajes fuera de norma, maravillosamente insólitos y siempre difíciles de clasificar, que tanto le gustan. Pero lo que a Dolan le ha funcionado en la mayoría de las ocasiones, esta vez, pierde fuerza por la obligada repetición inherente a la serialidad.
La noche que Logan despertó

'La noche que Logan despertó', de Xavier Dolan, está disponible en Filmin desde el 27 de junio.

El último trabajo de Xavier Dolan, el otrora niño prodigio del festival de Cannes (debutó en la Quincena de Realizadores con apenas veinte años y ha ganado dos veces el Premio del Jurado de la Sección Oficial) supone su primera incursión en el terreno serial, si bien el formato ni altera sus constantes estilísticas ni modifica sus querencias temáticas que, en el caso del cineasta canadiense, guardan una estrecha relación con el melodrama y sus distintas variantes. 

En La noche que Logan despertó se nos relatan las historias de la familia Larouche, compuesta por un matrimonio y sus cuatro hijos. La primera se sitúa en los albores de la década de los noventa (principalmente 1991 y 1992), momento en el que un incidente de índole sexual (¿quizá un acoso? ¿tal vez una violación?) en el que se ve involucrada la adolescente Mireille Larouche (Jasmine Lemée) desestabiliza el espléndido futuro que, a la vuelta de la esquina, le esperaba a un clan respetado por la comunidad de Val-de-Chutes, familia afincada sobradamente en la cúspide de la clase media y con una madre aspirante a alcaldesa.

La segunda línea del relato está fechada 28 años después de aquellos acontecimientos. La muerte de la matriarca reúne a un núcleo familiar ahora disgregado. Mireille (Julie LeBreton), convertida en reputada tanatóloga, regresa para adecentar el cadáver de su madre. Las secuelas de la vieja agresión siguen quemándole. La veremos concertar encuentros sexuales en los que pide a sus compañeros de cama que le tapen la boca mientras la miran a los ojos, traslación física del silencio que ella misma lleva guardando demasiado tiempo.

Hablamos de alguien que trabaja con la muerte a diario, muy probablemente porque su vida, tal y como la concebía, terminó en aquel fatídico 1991. El personaje encarnado con magistral frialdad por Julie LeBreton es, con mucho, lo mejor del show. A través de sus ojos azules vemos desfilar un río de contradicciones (¡ama al hermano que la desprecia!), es presa de una complicadísima sexualidad (nada gratuita), fluctúa entre la afabilidad y el desplante dependiendo de la situación y respondiendo a una lógica que, finalmente, seremos capaces de comprender.

En ‘La noche que Logan despertó’. la hostilidad maternofilial no exenta de ternura se prolongará más allá de la muerte de Mado (Anne Dorval).

A su vuelta, Mireille se reencontrará con sus hermanos. Julien (Patrick Hivon), exadicto de carácter tempestuoso, padre de una hija y ahora emparejado con la deslumbrante Chantal (Magalie Lépine Blondeau), aunque él prefiera que sus testículos reboten esporádicamente contra frontones púbicos ajenos. Denis (Éric Bruneau), pequeño constructor, separado y con dos hijas, que vive en un galpón que bien podría ser la sede social de los afectados por el síndrome de Diógenes. Y por último está Elliot (Xavier Dolan), el menor de los hermanos, recién salido de la clínica de rehabilitación para asistir al funeral de su madre. 

La noche que Logan despertó

Ann Doval, actriz fetiche de Dolan, es Madeleine Larouche en ‘La noche que Logan despertó.

Si a Dolan siempre le han interesado las tirantes relaciones entre madres e hijos –debutó con Yo maté a mi madre (2009) protagonizada por su actriz fetiche Anne Dorval, que aquí repite papel de mommy–, parece del todo lógico que adaptase la pieza teatral de Michel Marc Bouchard en la que esa hostilidad maternofilial no exenta de ternura se prolongará más allá de la muerte de Mado (Anne Dorval), tal y como refleja su última y sorprendente decisión testamentaria.

El trabajo de cámara en ‘La noche que Logan despertó’, dependiendo de la situación, se mueve entre la belleza coreográfica, la impresión pictórica y la fisicidad desgarradora.

Esos desequilibrios emocionales, cuyo epicentro data de 1991, siguen zarandeando a los hermanos Larouche casi tres décadas después. El misterio que late detrás de tanta desavenencia –y que nos cuidaremos de revelar– va carcomiendo la impostada cordialidad que la familia trata de mantener durante las exequias maternas.

Esa tensión, por momentos insoportable, se amolda a los estilemas del director de Los amores imaginarios (2010), alguien a quien los personajes fuera de norma, maravillosamente insólitos y siempre difíciles de clasificar, le encandilan. La plasmación fílmica de esos temperamentos que siempre se mueven entre la euforia y la miseria cristaliza en una fórmula que a Dolan le ha funcionado en la mayoría de las ocasiones pero que, esta vez, pierde fuerza por la obligada repetición inherente a la serialidad y también porque no hay una búsqueda de alternativas formales dentro de un modelo de representación muy asentado.

La noche que Logan despertó Filmin

Patrick Hivon interpreta al hermano mayor de la familia Larouche.

Ese rasgo de estilo no es otro que la combinación de momentos de elevada intensidad dramática con temas musicales que aumentan esa potencia, todo ello reforzado por un trabajo de cámara que, dependiendo de la situación, se mueve entre la belleza coreográfica, la impresión pictórica y la fisicidad desgarradora. 

Por más que el canadiense rinda tributo a muy distintos maestros del género como Douglas Sirk o Rainer Werner Fassbinder , la reiteración de determinados recursos desinfla el potencial de una historia que ganaría con la concisión de un largometraje.

Esos montajes musicales (en un sentido sonoro, pero también rítmico) salpican todos los episodios, si bien encuentran su óptima materialización en el cuarto capítulo. El montaje paralelo del funeral de la madre y el baile de disfraces que sutura las dos líneas narrativas y termina con el discurso de Julien mezclado con la paliza a Lauirer Gaudreault (Pier-Gabriel Lajoie) –todo al son del tormentoso ‘Verano’ de Vivaldi con arreglos de Max Richter– posee una fuerza inusitada, también por lo que de significativo tiene yuxtaponer esos dos momentos, explosión culminante de la hipocresía que envuelve al personaje de Julien.

O el cierre de ese mismo capítulo, con los hermanos intentando huir de sus destinos, cada uno a su modo, aunque infructuosamente, mientras suena el ‘Atmosphere’ de Joy Division en la versión de James Blake y ese profético y polisémico “don’t walk away in silence” se materializará con la sobredosis de Elliot (¡ese baile bajo la lluvia!) que les obligará a todos a regresar a un sitio en el que no querían estar.

La noche que Logan despertó

Un fotograma de ‘La noche que Logan despertó’, la primera serie de Xavier Dolan

Tampoco hemos de olvidar algunas transiciones brillantísimas –Mireille adolescente manchando un vestido con esmalte de uñas a Mireille adulta pinta las uñas de su madre muerta– ni el uso de los espejos y el trabajo con la disposición de los actores en el interior del cuadro en el climático enfrentamiento entre Julien y Mireille (los dos mostrando su otra cara, diciendo sin decir). O el uso de algunos motivos visuales afortunados, como esa recurrente silla vacía que sirve para señalar la ausencia de una madre que era el único cordaje que unía a una familia rota. O la constante utilización del reencuadre en su versión mínima para encajonar a unos Larouche que no pueden escapar de su pasado. 

Es como si hubiese una jerarquía en el diseño de personajes encabezada por Mireille, seguida por Denis, después por Julien y, finalmente, cerrada por Elliot.

Sin embargo, y pese a que Xavier Dolan mejora las prestaciones de sus dos últimos y fallidos títulos (Mi vida con John F. Donovan y Matthias & Maxime), el mayor problema de La noche que Logan despertó radica, precisamente, en su longitud. La dilatación del drama desemboca en una sucesión de situaciones invadidas por la agitación, asfixiadas por el uso opresivo del primer plano, cuyo potencial queda desactivado ante tanta acumulación.

Por más que el canadiense rinda tributo a muy distintos maestros del género como Douglas Sirk (la hermosura de los otoños que recuerdan a Solo el cielo lo sabe) o Rainer Werner Fassbinder (esos personajes que más que biografías merecen estudios vulcanológicos) y de la incuestionable inspiración de no pocos pasajes, la reiteración de determinados recursos desinfla el potencial de una historia que, muy probablemente, ganaría con la concisión de un largometraje (hablamos de 300 minutos de metraje).

La noche que Logan despertó

Xavier Dolan se guarda para sí el papel del hermano pequeño en su serie ‘La noche que Logan despertó’.

Tampoco ayuda la actuación de Dolan, que se esfuerza en afear su propia figura (cicatrices, pústulas, tinturas) como si quisiera disimular a través de un buen trabajo cosmético sus limitaciones interpretativas, dolorosa culminación del personaje peor diseñado de la función (excesivo, obvio y arbitrario).

Hay, también, un desequilibrio compositivo en lo que a los hermanos se refiere. Julien es el tipo que no se atreve a asumir las consecuencias de sus actos y que bajo el barniz de la arrogancia esconde sus traumas, mientras que Denis, ese despistado con tetraplejia doméstica (un desastre con todas las de la ley) muestra un mayor número de matices (la relación con su ex y con sus hijas, su apoyo incondicional pese al total desconocimiento de cuanto sucede, su nada evidente fragilidad, …). Es como si hubiese una jerarquía en el diseño de personajes encabezada por Mireille, seguida por Denis, después por Julien y, finalmente, cerrada por Elliot.

Los fans de Xavier Dolan están de enhorabuena. Los que se apearon de su cine tras Mommy (2014) no encontrarán motivos para reingresar en su carrera, por más que las imágenes de su primera incursión serial posean sobrados motivos de interés. Para los traductores y lingüistas queda la duda de por qué el nombre de Laurier se han transformado en Logan para su título internacional (más allá de la coincidencia fonética). Si algún despistado espera encontrarse a Lobezno, que se olvide. Los únicos arañazos que recibirá llegarán de la mano de este melodrama desgarrador.

en .

Ver más en The Night Logan Woke Up.