'La Materia Oscura': Una Biblia para niños ateos
'La Materia Oscura'

Una Biblia para niños ateos

El éxito de la adaptación televisiva de la trilogía épica de Philip Pullman parecía asegurado cuando se anunció hace unos años. Pero lo cierto es que al arranque de la serie le falta la magia del original.

'La Materia Oscura' adapta la trilogía de novelas de Philip Pullman / Crédito: HBO

Las tres novelas que forman la saga de La Materia Oscura son realmente interesantes (editadas en España por Roca Editorial), empezando ya por la idea detrás de su concepción. Su autor, el inglés Philip Pullman, se inspiró en El Paraíso Perdido, el gran poema épico de John Milton, una complejísima alegoría que narra la caída en desgracia del hombre tras entrar en contacto con Satanás. O, lo que es lo mismo, una reinterpretación poética del mito fundacional del cristianismo, que a su vez Pullman puso patas arriba para denunciar los abusos totalitarios de las instituciones religiosas.

Con estos mimbres armó una trilogía juvenil decididamente en contra del mensaje cristiano de Las Crónicas de Narnia: con su aliento progresista (se trata de unas novelas cuyos protagonistas acaban literalmente matando a Dios) y su apuesta por reflejar los puntos grises de la adultez (aquí no hay ni buenos ni malos, sino personajes con claroscuros, luchando por lo que más les importa), estamos ante tres de los libros «infantiles» más libres, más complejos y más polémicos jamás publicados. Es decir, ante una suerte de Harry Potter iconoclasta para niños ateos.

Hace ya algunos años, la mediocre adaptación hollywoodiense de la primera de las novelas de la trilogía, La Brújula Dorada, fracasó con los críticos y con la taquilla, con los lectores del original y con los recién llegados. Suavizando el mensaje anticlerical de Pullman e intentando condensar una novela de unas 400 páginas en apenas dos horas, la adaptación pasó sin pena ni gloria, y los que estábamos al tanto decretamos que el problema principal había sido su cobardía. Por eso, la adaptación televisiva producida por la BBC y distribuida por HBO parecía que iba a ser la buena: ¿cómo iban ellos, defensores de la libertad artística, a tener miedo de los «peligrosos» mensajes de las novelas originales?

Nada me habría gustado más, pues, que La Materia Oscura, la serie, hubiese acabando siendo un poquito ese sucesor juvenil de Juego de Tronos que algunos esperaban o, al menos una eficaz adaptación de la prosa y sobre todo las ideas de Pullman. En un momento en el que el totalitarismo está supurando por las costuras de medio Occidente, le habría sido muy útil a los adultos del mañana. La pena es que la serie, por el momento, naufraga. Y lo más complicado es intentar entender por qué: os aseguro que no es por su cobardía. A algunos de sus protagonistas solo les falta alzar el puño y cantar «La Internacional». No, la respuesta quizá sea más definitiva: tal vez La Materia Oscura sea realmente inadaptable.

Porque lo cierto es que, inspirándose en la rica tradición alegórica inglesa, Pullman construyó un mundo que quizás funcione mejor imaginado por cada uno de sus lectores que pasado por el filtro siempre limitador de la lente de una cámara. Porque la suya es, sobre todo, una novela de ideas abstractas tan potentes que son capaces de sostener el popurrí de brujas, osos polares parlantes y universos paralelos que nos propone. Cuando pasamos su escritura a imágenes, necesariamente tenemos que cortar: cortar explicaciones, párrafos que elaboran filosóficamente lo que está ocurriendo con sus personajes, disquisiciones sobre las complejas motivaciones finales de sus actos (de verdad, los adultos de La Materia Oscura casi parecen salidos de una novela de Joyce, de tantos conflictos que rumian en su cabeza).

Es uno de esos raros casos en los que el problema de adaptar el texto no viene tanto por su contenido como por la peculiar forma con la que se engrana

En las novelas de Pullman, hacerse mayor significa confusión, agresividad y violencia; significa la pérdida de la inocencia, y desorientar al lector añadiendo capas y capas de significado, jugando al despiste, funciona por el cuidado con el que se van combinando entre sí. En las adaptaciones (tanto la cinematográfica como la televisiva), esta multiplicidad de puntos de vista, el juego entre lo verosímil y lo puramente fantástico (es este un mundo, para empezar, en el que cada persona va acompañada de un animal que representa su alma) o el ritmo que imprime Pullman a su escritura no llegan a funcionar, topándose con un problema etéreo pero evidente: los personajes y las cosas que les suceden están, pero no el alma invisible de sus peripecias, el estilo de Pullman, ese que nos mantiene enganchados a las aventuras de Lyra y sus amigos. Es uno de esos raros casos en los que el problema de adaptar el texto no viene tanto por su contenido como por la peculiar forma con la que se engrana (poniendo otro ejemplo muy distinto, pensemos en cómo todo un David Cronenberg fracasó intentando adaptar El Almuerzo Desnudo de Burroughs, quizá por la literalidad con la que lo hizo).

Lo bueno de todo esto es que el universo de Pullman es tan temáticamente rico que quizá se pueda seguir explorando, sin necesidad de intentar contar exactamente lo que él contó en sus novelas. Otros personajes, otras aventuras o universos… tal y como ha entendido Damon Lindelof con su extraordinaria adaptación-remix-reinterpretación del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, tal vez la magia no esté tanto en los personajes como en los temas eternos que subyacen bajo sus peripecias. La Biblia nos cuenta una serie de historias cuyo subtexto, y no su literalidad, es lo que las hace tan poderosas, y lo mismo ocurre con La Materia Oscura, esa versión moderna y steampunk de las Sagradas Escrituras. Nadie intentaría adaptar la Biblia literalmente. Que dejen de intentarlo con Philip Pullman.

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