'La dama del lago': dos mujeres bajo la influencia
Crítica de la serie

‘La dama del lago’: dos mujeres bajo la influencia

La serie 'La dama del lago', dirigida por Alma Har’el ('Honey Boy'), con Natalie Portman y Moses Ingram a la cabeza, es una adaptación de la novela homónima de Laura Lippman que llega a Apple TV + como una propuesta arriesgada, ostentosa, desequilibrada e interesante.

Natalie Portman y Moses Ingram, dos mujeres cara a cara en 'La dama del lago'.

Adaptar la novela polifónica de Laura Lippman no es tarea fácil. En La dama del lago, la escritora de Baltimore dispone un argumento general, una especie de mural que después va segmentando mediante el aislamiento de las voces de todas las personas a las que convoca; como un retablo que nos exige dedicarle una atención pormenorizada a cada una de sus partes para, después, poder interpretar el conjunto. La dama del lago

La mezcolanza de recursos narrativos, y su capacidad para singularizar cada intervención, para dotar de voz propia a cada uno de los múltiples intervinientes, cristaliza en un libro fragmentario y chispeante, sin que ello suponga menoscabo alguno para su cohesión ni impedimento para una lectura ágil. Inicialmente, asistimos a la historia de Maddie Schwartz, una mujer judía de 37 años que, de buenas a primeras, decide abandonar a su esposo, sacrificar su vida acomodada y alejarse de su hijo adolescente. Todo eso, en el Baltimore de 1965.

Trasladar el mosaico de voces a la pantalla, y convertir buena parte de esas narraciones ‘directas’ en trama, suponía uno de los grandes retos que planteaba el material original

Para contar su repentina emancipación –esta palabra aparecerá en repetidas ocasiones– y su ingreso en el Baltimore Star, Lippman recurre a la figura del narrador equisciente, un simbionte que vive pegado a Madeleine y detalla todos sus movimientos desde una posición exterior (e interior cuando conviene) privilegiada. Su incursión en las filas del periodismo viene precedida del primero de los dos asesinatos que vertebran una historia inequívocamente noir, no solo por sus vínculos con la criminalidad o los procesos indagatorios sino, sobre todo, porque desentraña los herrumbrosos engranajes que modulan los vaivenes de una sociedad corrompida, infestada de racismo y atravesada por continuos enfrentamientos. La dama del lago

El inopinado descubrimiento que Maddie hace del cadáver de la pequeña Tessie Fine –Durst en la serie de televisión– en una improvisada ronda nocturna y su interés por averiguar qué le sucedió la llevarán a desear escribir esa historia. El resto es perseverancia y talento para la seducción en un sentido romántico, pero también social y laboral del término.

La dama del lago

Natalie Portman es Maddie Schwartz en ‘La dama del lago’.

Las inquisiciones de Maddie la llevarán a conversar con infinidad de hombres y mujeres vinculados con el caso a los que Laura Lippman introduce en su relato empleando la narración en primera persona. Así, las vicisitudes de la revuelta vida de Maddie se intercalan con testimonios que proporcionan más información a un lector –que no a la protagonista– que va componiendo un collage de puntos de vista muy distintos no solo sobre el caso, sino sobre la convulsa Baltimore de mediados de los 60. La dama del lago

Para redondear la filigrana, la también creadora de la detective Tess Monaghan, nos presenta, ya en la primera página, a Cleo Sherwood (Johnson en la serie), la segunda de las víctimas de esta novela enrevesada que culmina en un tercer acto plagado de sorpresas. Y lo hace recurriendo al monólogo interior, a las reflexiones de una muerta que, paradójicamente, solo desea vivir en paz (lo que podríamos denominar una necronología). Desea que Maddie Schwartz, inductora del hallazgo de su cadáver de manera totalmente fortuita –atiende la sección de ‘Denuncias ciudadanas’ y responde a una de las quejas mandado a la policía a revisar las luces de que decoran el lago de la ciudad–, le permita descansar tranquila.

Encontramos a una imponente Moses Ingram que sustituyó, a última hora, a la inicialmente elegida Lupita Nyong’o

Trasladar este mosaico de voces a la pantalla, y convertir buena parte de esas narraciones ‘directas’ en trama, suponía uno de los grandes retos que planteaba el material original. Alma Har’el, factótum de esta adaptación de la que dirige sus siete episodios, toma algunas decisiones arriesgadas, algunas de ellas probablemente sugeridas por la propia novela; decisiones que van desde su exuberante soundtrack hasta otras menos evidentes. La dama del lago

En primer lugar, conserva ese diálogo sordo entre las dos protagonistas, una judía blanca con deseos de recuperar el tiempo perdido y una mujer afroamericana dispuesta a lograr un grado satisfactorio de autonomía vital. Dos mujeres que se interpelan sin escucharse, cruzando vivencias, estableciendo comparaciones, desgranando su entorno desde sus respectivas –distantes y distintas– posiciones. Har’el respeta a pies juntillas la historia de Maddie (Natalie Portman), desde su romance con el policía negro Ferdie Platt (Y’lan Noel) hasta la revelación de sus más oscuros secretos, enterrados en el pasado de su tardoadolescencia.

La dama del lago

‘La dama del lago’ ya está disponible en Apple TV+.

Modifica, sin embargo, la biografía de Cleo (una imponente Moses Ingram que sustituyó, a última hora, a la inicialmente elegida Lupita Nyong’o) y lo hace para engordar el peso del contexto. Hablamos de una Baltimore segregada y de una mujer con dos hijos separada de un cómico que no termina de triunfar, que trabaja como modelo en el escaparate de unos grandes almacenes y como contable para un hampón en un local en el que también ejerce de camarera. Es, además, una activista vinculada a los movimientos políticos que pretenden vertebrar e impulsar la comunidad negra, alguien que ve cómo sus anhelos de emancipación dependerán del dinero del que pueda disponer, lo que la obligará a hipotecar sus ideales para garantizarse un futuro libre.

Toda la trama referida al amaño de los llamados ‘numbers’ –una suerte de lotería en la que solo participaban afroamericanos– y al intento de asesinato de Myrtle Summer, senadora afroamericana frecuentada por Cleo, además de muchas otras licencias dramáticas de menor calado, son introducidas por Har’el y su equipo de guionistas, formado por Briana Belser, Nambi E. Kelley, Sheila Wilson y Boaz Yakin. Esas variaciones resultarán decisivas en el último tercio de esta miniserie, puesto que multiplicarán el impacto de la anagnórisis final pasándola por el filtro de las heist movies en un intento por rizar el rizo que se antoja demasiado forzado. Digamos que esos nuevos aportes, sumados al brillante diseño de producción y a la descripción de un ambiente bullicioso marcado por los disturbios, la violencia callejera y tensiones raciales, inyectan un pertinente colorido contextual a la miniserie, pero desembocan en un desenlace un tanto aparatoso.

‘La dama del lago’ televisiva se acerca, en sus mejores momentos, al cine de Douglas Sirk

Hay, no obstante, una variación estilística entre la novela y esta producción para Apple TV + que nos puede permitir entender ese final artificioso. Mientras Lippman se mueve en el interior de las coordenadas del naturalismo, Har’el trufa su relato de pasajes oníricos, hasta el punto de que, el sexto episodio (‘I know who killed Cleo Johnson’) es prácticamente un encadenado de sueños previo a una revelación fundamental. Ya desde el capítulo segundo (‘I was the first t osee her dead. Yo were the last to see her alive’), en el que un flashback nos muestra la visita de una joven Maddie a casa de los Durst con el pretexto de hacerle una entrevista para el periódico de la universidad a la que, por aquel entonces, es la madre de su novio, además de conocida pintora, se nos habla del surrealismo como una puerta de acceso a lo maravilloso.

Esa conversación funciona como un plant que la showrunner entierra en los primeros compases de la serie para después verlo germinar hasta convertirse en una flor que se abre al inconsciente de Maddie para explorar sus anhelos y terrores. Eso da pie un estilo suntuoso, por momentos extremadamente barroco, llegando incluso a flirtear abiertamente con el musical; es decir, alejado de la concisión cuasi periodística que Lippman le imprime a su novela.

La dama del lago

Moses Ingram es Cleo Johnson en la serie.

En todo caso, se mantiene esa estructura dual, esa narración en paralelo que, en la teleficción y a través de la voz en off, enfrenta dos movimientos de emancipación muy distintos, marcados por el género (compartido), la etnia y la clase social. Si uno deja a un lado todo lo referido a la resolución de los casos de asesinato, se encuentra en el terreno del melodrama. Ahí, Har’el se lanza en los brazos del manierismo, también porque sus personajes lo piden a gritos. No hay espacio para la contención cuando hablamos de Maddie Schwartz, alguien dispuesta a lograr lo que quiere, sexualmente muy activa, inmune al rechazo profesional y dispuesta ajustar cuentas con los calendarios. Una mujer que va con todo, encarnada por una prodigiosa Natalie Portman capaz de moverse en registros (y edades) diametralmente opuestos sin perder ni un ápice de consistencia.

Así pues, La dama del lago televisiva se acerca, en sus mejores momentos, al cine de Douglas Sirk. El uso expresivo de los espejos –cómo filma Har’el el momento en el que Maddie decide romper con su marido–, el tratamiento del color o el desafuero sentimental caben en esta propuesta neobarroca, muy conscientemente recargada.

Una serie arriesgada, por momentos ostentosa y un punto desequilibrada, pero sumamente interesante

Ahora bien, en no pocos momentos, asistimos a una sobrestimulación de las imágenes, como si estas tuviesen que saturarse de significados para bloquear el discernimiento de los espectadores y que así no pueden descifrar tanta carga informativa (y cuestionar según qué cosas). Pensemos en el arranque del cuarto capítulo (‘Innocence leaves when you discover cruelty. First in others, then in yourself’) en el que Maddie entrevista a Stephan Zawadzkie (Dylan Arnold), acusado de haber asesinado a la pequeña Tessie Durst (Bianca Belle). La combinación del presente narrativo (el interrogatorio) con continuos flashbacks que remiten a los experimentos militares a los que estuvo expuesto Zawadzkie, más otros centrados en las pesquisas de Maddie, más la introducción de la voice over de Cloe, más una enfática música extradiegética saturan la secuencia hasta hacerla casi indigerible (y no estamos ante un pasaje aislado).

Más allá de sus excesos, la directora de Honey Boy (2019) trabaja a conciencia el dualismo del relato (blanco/negro, sueño/pesadilla) tanto desde la estructura, con preeminencia por el montaje en paralelo que establece una línea comparativa entre ambas (similitud/diferencia), como desde la composición de las distintas atmósferas que conforman una ciudad escindida como Baltimore. La dama del lago es una serie arriesgada, por momentos ostentosa y un punto desequilibrada, pero sumamente interesante desde el momento en que Alma Har’el decide alejarse de la novela de Laura Lippman y proponer una visión desatada del material original.

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