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En la tragedia griega, sus protagonistas eran incapaces siempre de eludir un destino fatal por mucho que les fuera profetizado o que intentaran cambiarlo; Edipo estaba destinado a matar a su padre, casarse con su madre y provocar por tanto que la desgracia cayera sobre su familia y su reinado. Ningún esfuerzo por su parte u ofrenda a Zeus habría alterado el curso de esa historia. De la misma manera, los espectadores sabemos que, al principio de Juego de tronos, de los Targaryen solo quedan dos supervivientes, Viserys y Daenerys, y que aunque de la masacre de su estirpe son culpables Robert Baratheon y Ned Stark, una guerra civil ocurrida dos siglos atrás tiene la culpa de que, para cuando su padre, Aerys II el Loco, ocupa el Trono de Hierro, los dragones estén extintos. La Casa del Dragón
Esto quiere decir que, desde el primer episodio de La Casa del Dragón, el destino está ya fijado para el rey Viserys, su familia, sus aliados y sus enemigos: casi ninguno de ellos vivirá para ver el final de la serie, llegue cuando llegue. Y la segunda temporada es el principio efectivo de ese camino. La Casa del Dragón
Desde el principio, queda claro que las dos personas que teóricamente ostentan el poder no tienen, en realidad, ninguno
Después de la coronación apresurada de Aegon en lugar de su hermana por parte de padre, Rhaenyra, y de la muerte del hijo de esta, Lucerys, en las fauces del dragón de Aemond, hermano de Aegon, la cuenta atrás para la guerra suena con fuerza en Desembarco del Rey y en Rocadragón, las dos localizaciones principales de los cuatro primeros episodios de la entrega. En cada una de ellas planifican y conspiran los dos bandos en los que se dividen los Targaryen: los verdes, que apoyan a Aegon y toman el color de la casa de su madre, Alicent Hightower, y los negros, que sostienen que Rhaenyra es la reina por derecho. La Casa del Dragón
Por mucho que se intente buscar otro camino al conflicto que no sea la lucha, los espectadores saben que no es posible, y lo saben no solo por Juego de tronos (la historia de la Danza de Dragones y del final de la propia Rhaenyra se cuenta varias veces en la serie), sino también porque, desde el principio, queda claro que las dos personas que teóricamente ostentan el poder no tienen, en realidad, ninguno.
Las decisiones de Rhaenyra son constantemente cuestionadas e ignoradas por los hombres de su Consejo y por Daemon, su marido, y la voz de Aegon apenas pinta en el Pequeño Consejo, donde quienes deberían de ser sus lugartenientes hacen planes en su nombre, pero a sus espaldas. Los personajes de la serie madre estaban obsesionados por el poder, cómo conseguirlo o cómo ejercerlo desde las sombras, y el spin-off mantiene esa misma temática con un añadido: las rencillas entre hermanos y primos.
Una temporada bañada en sangre La Casa del Dragón
Cualquier posibilidad de acuerdo que evite la guerra salta por los aires en cuanto Aemond decide asustar un poco a Lucerys por haberle saltado un ojo cuando eran pequeños. A eso se reduce todo, a envidias, celos y sentimientos mal gestionados de unos niños dejados a su suerte por unos adultos que también estaban enredados en su propio culebrón.
Ese lado de “Dinastía con dragones” da un paso atrás a las conspiraciones para acabar con el enemigo mientras duerme y a los movimientos de ejércitos, algo que muchos fans llevaban esperando mucho tiempo. Y es cierto que La Casa del Dragón entrega momentos espectaculares cada vez que sus reptiles alados entran en juego, pero el gran clímax de estos cuatro episodios es una conversación a la luz de las velas entre dos personajes concretos. Las dos ficciones son series de gente que habla y, aunque habrá espectadores que deseen ver combates y muertes inesperadas, es en esas escenas de conversaciones donde está su piedra fundacional. Y esa escena es el Rubicón de la serie.
Esta segunda temporada es un paso adelante al dejar bien claro que, por mucho que se intentara evitar, los Targaryen iban encaminados a la autodestrucción de todos modos
Sí, hay enfrentamientos con dragones, pero la temporada parece tener también siempre en mente lo que se decía de Daenerys y Cersei al final de Juego de tronos, que había que ver si las dos querían ser reinas de las cenizas. ¿De qué sirve el derramamiento de sangre? Es la pregunta que La Casa del Dragón y, sobre todo, sus mujeres se plantean todo el rato. ¿Hasta dónde hay que llevar el ojo por ojo? La primera mitad de la temporada muestra cómo ellas buscan alternativas a que la sangre bañe los Siete Reinos mientras ellos están más que dispuestos a derramarla para demostrar que son mejores. Los más jóvenes salivan ante la perspectiva de entrar en combate y no atienden a razones o explicaciones racionales de por qué no deberían apresurarse a vestir la armadura.
En ese aspecto, hay que apuntar que, aunque Aemond se perfila como el gran “villano” (si alguien así existe en esta serie) por su clara psicopatía, no deja de ser un niño rencoroso que quiere hacer daño a quienes se reían de él. Es el elemento más imprevisible, más que un Daemon que está desesperado por demostrar su valía. El orgullo, el ego y un retorcido sentido del honor hacen el resto, o unos fuertes odio hacia sí mismo y sentimiento de culpa que marcan a un Sir Criston Cole que tiene muchas papeletas para ser el personaje más odiado de la serie.
Lo que también es cierto es que muchos de estos personajes, probablemente, desaparecerán antes de la tercera temporada recientemente confirmada por HBO. Es parte del pacto que La Casa del Dragón tiene con el espectador, que es consciente de que no puede tener ningún favorito porque casi seguro que morirá antes de tiempo. Y el desafío es conseguir que todas esas muertes aporten algo, que sean algo más que parte de una escena espectacular o impactante.
Los cuatro capítulos iniciales tienen varias que son terremotos emocionales y que recuerdan a los buenos momentos de Juego de tronos. Sí hay alguna subtrama que, de momento, no queda muy claro que vaya a alguna parte y hay personajes que no consiguen tener más matices ni evolucionar (Larys Strong sigue siendo un Grima Lengua de Serpiente más “grimoso”, valga la redundancia), pero esta segunda temporada es un paso adelante al dejar bien claro que, por mucho que se intentara evitar, los Targaryen iban encaminados a la autodestrucción de todos modos.